15.2.22

'Briggflatts', de Basil Bunting

 La vida del poeta Basil Bunting (Scotswood, 1900-Hexham, 1985) daría para una novela (o para una película, tanto da). Nacido en una familia acomodada de Northumbria, fue, como cuáquero, objetor de conciencia en la Gran Guerra y acabó en la cárcel. Cosas del destino, algunos viajes vanguardistas después por los cafés de media Europa y por los bares de Norteamérica, donde conoció a la flor y nata de la poesía del momento, acabó alistándose en la RAF y, luego, en el servicio secreto británico, lo que le llevó a Persia y Egipto. El objetor dio en héroe de guerra. Después, ejerció el espionaje (hasta que le pillaron) y el periodismo, que fue su precario oficio hasta el final. Antes, se casó dos veces: con una norteamericana de familia adinerada a la que había conocido en Venecia, y con la que tuvo tres hijos, y la segunda con una adolescente de 14 años de origen kurdo-armenio de la que se divorció años más tarde.
Para completar los datos de su apasionante existencia, donde prima la errancia y la desdicha, podemos consultar la “Cronología biográfica” que incluye el libro que vamos a comentar.
Por lo demás, uno también sabía de la amistad de Bunting con Ezra Pound y que había vivido en Canarias (Andrés Sánchez Robayna publicó en 1980 Ruta, Textura: lectura de 'La ruta de Orotava' de Basil Bunting). 
En 2004, apareció en Lumen Briggflatts y otros poemas, en traducción del mexicano Aurelio Major. Para el crítico Cyril Connolly estamos ante el poema largo más importante publicado en Gran Bretaña desde los Cuatro cuartetos de Eliot. Christopher Spaider cree, por su parte, que es otra “piedra secular” de la cultura británica de los años 60, como los Beatles o La naranja mecánica de Burgess.
No conozco la de mi admirado Major, pero les aseguro que la versión de Briggflatts, traducida y anotada por los profesores asturianos Emiliano Fernández Prado y Faustino Álvarez Álvarez, que ha publicado la gijonesa Impronta, merece todas las alabanzas.
Llego a ella, por cierto, gracias al poeta César Iglesias, un cómplice lector con criterio, que supo anticipar mi entusiasmo por semejante hallazgo y que en una recensión publicada en La Nueva España recordaba esto: “Para un lector español, especialmente del norte peninsular, la obra de Bunting cobra una particular proximidad emocional. A cierto sentir de las tierras atlánticas europeas donde pervive un sustrato mítico e histórico compartido y a un parejo devenir social e industrial se suma el vínculo personal que el autor británico mantuvo con Basilio Fernández (1909-1987), gijonés nacido en la aldea leonesa de Valverdín y que fue el primer poeta fallecido galardonado con el nacional de poesía. Ambos se conocieron en Italia durante el periodo de entreguerras y el británico animó al asturleonés a continuar con su obra, mientras le remitía cartas y poemas”.
En la estirpe de los Cantos poundianos o de La tierra baldía eliotiana (aunque más «humano», según August Kleinzahler), el poema está fechado (al final) el 15 de mayo de 1965 y al parecer es el resultado de una visita a Bunting del joven poeta Tom Pickard que le anima a volver a escribir tras años de silencio. Por suerte, le hizo caso.
La edición (bilingüe), ya se dijo, es digna de elogio porque a la traducción del poema en sí, lo fundamental sin duda, se añaden otros componentes que a la postre también resultan esenciales para calibrar como es debido el alcance de esta portentosa empresa. Eso la hace única. Me refiero al prólogo de los traductores (“Antes de leer Briggflatts...”), las dos anotaciones del autor (“Aclaraciones finales”, que acompañaban a la primera edición de 1965, y “Una nota sobre Briggflatts”, que vio la luz póstumamente, en 1989), las “Notas a esta edición” (sin las cuales la lectura sería otra, mucho más desnortada y pobre), una “Bibliografía citada” y, por fin, un capítulo de  “Ediciones. Obras de consulta. Agradecimientos”. 
La obra poética de Bunting es breve: sus poemas reunidos (en una edición realizada por él en 1968) abarcan apenas 170 páginas y la poesía completa (editada por Richard Caddel en 1994), 239. 
El éxito de su último libro (publicado, con un mes de diferencia, en la revista de Chicago Poetry y en Fulcrum Press) fue tan inesperado, imaginamos, como su propia existencia, impropia de un poeta ya anciano. Hay fundadas razones para que lo fuera. Eso sí, aunque Bunting escribió que “es un poema: no necesita ninguna explicación. El sonido de las palabras pronunciadas en voz alta es, en sí mismo, el significado, como el sonido de las notas tocadas con los instrumentos adecuados es el significado de cualquier pieza musical”, de no ser por las notas (y al cabo por sus parcas explicaciones) no todos daríamos con su significado, suponiendo que la poesía lo tenga o que sólo sea uno. 
En la primera edición, “tras el título venía resaltado el lema «una autobiografía»”, comentan en su introducción Fernández y Álvarez. Pero “no un registro de hechos”, puntualizó  Bunting. Ya que lo mencionamos, el título proviene de “una aldea de Cumbria, en el noroeste de Inglaterra”. Una de sus pocas casas era un “austero centro religioso cuáquero”, de ahí que a la alusión geográfica concreta se añada una indirecta a la espiritualidad de “los amigos” en cuyas reuniones prima el silencio. 
Se nos cuenta que Bunting escribió este poema en cinco partes o cantos (y una “Coda”) durante sus viajes en tren al trabajo.
Precisan los editores que “los lectores nativos no consideran Briggflatts un poema «fácil». Como venimos anticipando, no lo es. Su complejidad (que no complicación) exige una primera lectura atenta y, por supuesto, sucesivas relecturas. En esto coinciden los traductores y los críticos.
Para su autor es una «sonata» y el dibujo que figura en la cubierta del libro representa, de forma esquemática, esa presunta estructura musical.
No voy a entrar en detalles, pero Fernández y Álvarez desentrañan con solvencia algunas claves imprescindibles para alcanzar la lectura más exacta posible. Irónico nos parece que el poeta sostuviera que “Ningún poema es profundo”. En este, sin ir más lejos, Bunting reconoce la influencia de Lucrecio, Spinoza y Hume. Sin olvidar la importancia del silencio (con el que “podemos detectar el pulso de Dios en nuestras venas, más persuasivo que las palabras”), “dejemos que sucesos e imágenes se ocupen de sí mismos”, concluye.
Matizan los traductores que en su versión han apostado por “la prioridad del sonido”.
Si toda traslación de una lengua a otra es difícil, sobre todo si de poesía se trata, aquí hay que añadir otro problema: el uso de un inglés del norte, digamos, con sus particularidades, algo que ponen de manifiesto las numerosas notas aclaratorias. Si a eso unimos las abundantes referencias literarias, antropológicas, artísticas, culturales…
Insisten, por fin, que “el texto de la traducción, como el propio texto poético original, debe decir solo lo que dice por sí mismo, tal como su autor manifestó con insistencia”. Recomiendan, para terminar, que se escuche alguna de las lecturas del poema que Bunting grabó. Esta, por ejemplo. ¿Lee, canta?
Dedicado a Peggy (Edwards), Briggflatts se abre con una cita del Libro de Alexandre. Lo que viene después es lo que el lector más atrevido debe descubrir. Y no a la primera, insistimos. Estamos, sí, como ya apuntamos antes, ante uno de esos poemas largos que definen por excelencia la poesía del siglo XX, tan hermética y polisémica por momentos. Esta ejemplar edición viene a demostrarlo. Justo ahora, cuando se cumple el primer centenario de The waste land.
 
Briggflatts
Basil Bunting
Traducción y notas de Emiliano Fernández Prado y Faustino Álvarez Álvarez
Impronta, Gijón, 2021. 136 páginas, 12 €

NOTA: Esta reseña ha aparecido en la revista digital EL CUADERNO.