Hacía años -sí, años-, desde antes de la pandemia, que no entraba en una sala de cine. Da vergüenza decirlo, pero... Eso sí, para desquitarme, en cuatro días he ido dos veces. Acompañando a Yolanda, preciso, pues ella fue la que me animó a ver As bestas. Como de todo aquello que recibe el aplauso unánime, uno recelaba. Craso error. Es verdad que todo han sido elogios para el film de Sorogoyen (con guion del director y de Isabel Peña); palabras de encomio de personas cuyo gusto respeto, además. Alabanzas justificadas, ahora lo sé. Sí, me pareció un peliculón y me alegro mucho de haberla visto, por dura que sea. Tanto o más que el otro trabajo suyo que conozco, la serie Antidisturbios.
La segunda visita a los Multicines Alkázar fue cosa mía. Vamos, que fui yo quien se fijó en la cartelera donde, para mi sorpresa (Plasencia no es un paraíso para cinéfilos, aunque aquí abunden), vi anunciada Lucian Freud: un autorretrato. Es un pintor que aprecio. Soy, en todo, más figurativo que abstracto. Más realista que imaginativo. El único cuadro suyo que he visto está en el Thyssen: "Reflejo con dos niños (Autorretrato)" y espero con ansiedad a que se inaugure el próximo febrero en el museo madrileño, con motivo del primer centenario del pintor británico (nacido en Berlín, nieto de Sigmund Freud), la exposición Lucian Freud. Nuevas perspectivas. Anuncian, además, que propiciará la edición del "primer catálogo exhaustivo de Freud en España".
La película, vuelvo al principio, es magnífica y uno aprende un montón. A apreciar aún más su arte, sobre todo. Y al personaje, un ser digno de su abuelo. El suyo es un arte pictórico, centrado aquí en el autorretrato, que no desprecia la tradición. Vamos, que se inserta en ella. En la de Rembrandt, Velázquez o Tiziano, por ejemplo. Luego que cada cual dirima su lugar en el canon. Y el verdadero alcance de su apuesta. Cuestión de gusto.