Por Diego Doncel
La poesía de Álvaro Valverde, hasta la actualidad, se ha mantenido fiel a
un modo de escritura que cabe aventurar como novedoso si se tiene en, cuenta
otras aportaciones más recientes. Desde su primer libro, Territorio, se inauguraba un registro donde la reflexión era el
móvil para desentrañar los signos que lo real nos ofrece. Un mundo, no por
cerrado menos atrayente, en el que la visión se unía a la memoria e intentaba
descifrar un paisaje que a la vez era el de la propia poesía.
En este libro, como volverá a ocurrir en su última entrega hasta la fecha,
Las aguas detenidas, la tradición que sigue Álvaro Valverde no es otra que la
recuperada en estos tiempos por María Zambrano y José Ángel Valente.
Pero sólo como síntomas dentro de una forma de
concebir el hecho poético cabe aquí referirse a estos nombres. Junto a ellos,
la mística y los románticos, trazaban una cadena que llega hasta los griegos y
hasta los antiguos textos sagrados.
Se comprenderá entonces que hablemos de una nueva forma de entender la
poesía. Frente al prosaísmo reinante, frente al abuso de una lectura simplista
del yo siempre cifrado en un recorrido de bares y nocturnidades, de novias y
cotidianidades intimistas y poco trascendentes, esta poesía se alza desde un
afán de trascendencia.
Y esto es perceptible en Una oculta razón, premio Loewe 1991, donde se nos
muestra, con ese verso de Auden que da título al libro, que la poesía debe ser
desvelamiento, aventura espiritual, y que para que esto ocurra se debe aspirar
a la radicalidad de los sentimientos y de la palabra.
Este artículo apareció en la
edición impresa de El País el miércoles, 12 de junio de 1991, un día después de que se fallara el premio.
Con Luis Antonio de Villena, Octavio Paz y Carlos Bousoño, 1991 |