Hasta hace unos años resultaba llamativo
encontrar el libro de un poeta de edad avanzada digno de ser tenido en cuenta.
Había excepciones –en nuestro ámbito, Aleixandre, por ejemplo–; con todo, se
atribuía el valor, el genio, a la poesía juvenil, cuando no adolescente, digamos
que “a lo Rimbaud”. Los últimos libros de Julia Uceda (Sevilla, 1925) lo
desmienten. En el viento, hacia el
mar (1959-2002) reunía su poesía
completa y no sólo se alzó con el Premio Nacional de Poesía: supuso el rescate
de una poeta que, como otros, había quedado orillada en los márgenes del canon.
Llegaron luego, para demostrar lo que digo, Zona
desconocida (2006) y Hablando con un
haya (2010). Tanto el primero como el tercero, publicados por la Fundación
José Manuel Lara, en la colección Vandalia, de Jacobo Cortines, lo mismo que Escritos en la corteza de los árboles (2013).
No es frecuente, nada aquí lo es, que un
poeta ponga al frente de un libro veintitrés apretadas páginas de reflexión sobre
su propia poesía. Es lo que ha hecho, con mano maestra, Uceda en “¿Somos
quienes quisimos ser?” La pregunta no es baladí. Ni retórica. Ella misma señala
un lugar común de la crítica acerca de su poesía: que en ella abundan “las
interrogaciones, las dudas, las inseguridades de no saber”. No sin diferenciar
entre versos y poesía, afirma que “la escritura poética se apoya en algo tan
elusivo como las emociones”. También que “siempre he creído que el poeta debe
dar testimonio de sí mismo, del lugar desde el que habla y de aquello que lo
define”. O que “la palabra es la dueña absoluta de la situación”: “Los
problemas de un escritor siempre tienen que ver con las palabras”. No es mal
punto de partida. Repasa luego sus libros, sin olvidar un momento decisivo en
su vida (y en su obra): su primer viaje a París, años cincuenta. Una década más
tarde se va a vivir a EEUU. “Nunca podré decir que regresé a España aunque tampoco me consideré una exiliada”. “No
desprecio nada, pero mi lugar es mi casa, esté donde esté”, ahora Galicia.
Allí, añade, su estudio (dentro) y su jardín (fuera). Su “isla de silencio”. “Casi
podría decir, confiesa, que no pertenezco a ninguna parte y a todas”. Una
verdad que se adapta bien a una poesía que mediante mitos y símbolos se
convierte en “un idioma universal”. Más allá, “la voz de la mirada”, “otro
medio de comunicar en el silencio”.
A pesar de la natural extrañeza, la poesía de
Uceda responde a la pregunta “¿Quién soy?”. “En todo escritor deben
encontrarse, sin exceso, sus señas de identidad”, alega.
Sobre el libro que nos ocupa, dice que es “un
intento de llegar a un pasado profundo”. Sin eludir “cruces de tiempo”: un
pasado que no lo es: “Todos los llaman recuerdos, pero no son recuerdos”. Y un
propósito: “Escribir a toda prisa unas notas, poemas en este caso, en trozos de
las cortezas de los árboles como si fueran hojas desenganchadas de un cuaderno
abandonado por alguien”. “Vivir de nuevo una vida pasada”. Anterior a las
“voces articuladas”. Solo “sonidos” (de árboles, pájaros, lluvia). “¿Qué se
oía”, se pregunta (y título de un poema). Y qué no: el silencio también dice. “Experiencias que sólo se pudieron
comunicar en la forma poética”.
En “Kairós” evoca la pregunta que hizo de
niña: “¿dónde / estaba yo antes de estar aquí?” Hacia ese ”antes deshabitado” caminan estos versos intempestivos. En “Bocetos”
leemos: “¿Desde dónde vino? ¿De qué sitio inhóspito, de qué espacio / vano
reúne fragmentos de otro pensar?” Y en “Círculos”: “Yo solo voy buscando /
palabras e historias no nacidas.” “Estoy en el entonces”. “Pues el recuerdo y el futuro caminan / por la misma
senda”, escribe en “Palabras y campanas”.
Entre el puñado de poemas que forman el
libro, hay algunos especialmente logrados. Así, amén de los ya mencionados,
“Rastas”, “Punto azul” (la música y Sloterdijk), “Siempre olvida los nombres”
(“como si las ciudades / fueran una y la misma en cualquier continente / y en
el mismo tiempo.”), “Álbum” (un canto memorable en cinco partes), “Simposio”
(“¿Cómo saber en qué tiempo he vivido?”), “Kadish” (“No hubo lugar en donde no
habitara, / de donde no viniera.”)
La ironía de ”Torpeza” cierra Escritos, como ella lo llama, y de qué
sabia manera.
Ojalá ese “tiempo profundo” a que Uceda alude,
“no pasado, presente o futuro”, dé para más libros como éste. No estamos
sobrados de poetas así.