23.2.17

En Zéjel

Ya ha salido, en papel y en edición digital, el número dos de la revista sevillana Zéjel. Junto a un grupo de poetas de este lado y de aquel del charco y, pongo por caso, un fragmento del zambraniano Claros del bosque, va uno, cosas de la edad, en calidad de "poeta invitado". Un gesto que agradezco a Juan Carlos Polo Zambruno, Narciso Raffo Navarro, David Roldán Eugenio y Julia Vasta, miembros del comité editorial
Al final del poema inédito que publico (y que pertenece a mi próximo libro, El cuarto del siroco), aparecen estas palabras que uno, por cierto, no ha escrito: «"Montaña" es una confesión íntima, un rumor -recordando a Kawabata- que atormenta por su nostalgia en el día a día, en el silencio, tras la experiencia de los años y la conformación de una memoria bien cosida. La montaña trae la sensación de una larga vida, entera, ya hecha, para ser tragada en una sola mirada. Es esto lo que ocurre cuando la encuentras, a la montaña, y sientes el peso de toda la geografía del mundo, y con ella la historia del hombre y de lo que lo hace hombre».

MONTAÑA

Mi hijo me pregunta
qué miro en las montañas.
Su atracción es antigua.
Como el mundo, diría,
al menos para uno
que recuerda su imagen
remota en la memoria.
Mi pena es que dejara
muy pronto esos caminos
-las trochas, los senderos-
por laderas y cimas.
Tal vez por eso observo
con fundada nostalgia
sus perfiles azules
o sus cuerdas blanquísimas
o, por fin, esos verdes
que los bosques procuran.
Las mira uno pensando
que hay alguien allí arriba.
Un pastor con sus cabras,
un montañero, un guarda,
un cazador furtivo…
Da igual que nieve o no,
que haga calor o frío,
que no vea las cumbres
por culpa de la niebla.
Siempre imagino a alguien
que habita esos lugares
tan solos y en silencio.
Allí donde se roza
el misterio del cielo.