Antología poética,
1976-2021
Francisco Javier Irazoki
Hiperión, Madrid, 2021. 172 páginas. 18 €
Irazoki (Lesaka, Navarra, 1954), con doble nacionalidad: española
y francesa, reside en París desde 1993. De formación musical, se inició en la
literatura, junto a su amigo Fernando Aramburu, en el grupo surrealista CLOC.
Reunió en Cielos
segados (1992) su primera poesía: Árgoma,
Desiertos para Hades y La miniatura infinita. Después aparecieron,
siempre en Hiperión, Los hombres
intermitentes, Retrato de un hilo, Orquesta de desaparecidos y El contador de gotas.
“Asumo todas las páginas que he escrito”, dice al comienzo de la nota que
abre el volumen.
“Pasado el tiempo –añade–, no escondo mis preferencias”. Las resume,
adecuadas a su “gusto actual”, en ciento siete poemas (de ellos, cinco inéditos
pertenecientes a un libro futuro): “veintidós en verso, ochenta y cinco en
prosa”.
Conviene aclarar que los títulos citados más arriba, salvo Retrato de un hilo, escrito en verso, contienen
poemas en prosa. “A mi juicio, la poesía no se
encuentra encerrada en los versos”, ha explicado Irazoki. Y: “La poesía sabe
huir de las cárceles llamadas verso, métrica, vocabulario restringido”.
Reconoce, en fin, que los textos en prosa “reflejan mi manera más libre de
concebir la poesía”. Tal vez por eso ha afirmado, a propósito del libro que
reseñamos, que “las páginas que expresan cualquier experiencia íntima
profunda tienen prioridad en mi selección. La belleza formal, siempre
importante, aquí es secundaria”. De ahí que la primera palabra que le venga a
uno a la boca cuando piensa en esta escritura sea honestidad. Después, coherencia.
Se aprecia muy bien al leer estos poemas selectos con asomos de poesía reunida.
La muestra empieza por uno de los más conocidos: “Habitación 306”, relacionado
con la prematura muerte de su hermana Nica, un hecho trascendental en su vida:
“no entiendo cómo no han prohibido morir a los 25 años”.
En sus primeros versos se aprecia un impulso rebelde y surrealizante
(sin ortodoxias) que en el fondo no le ha abandonado nunca, siquiera sea por la
importancia que le ha dado a la imaginación (léase, por ejemplo, “Farmacia
musical”), en la que se cimenta, desde la perplejidad, su lenguaje riguroso, sí,
pero emocionante y libre. Es cierto que a partir de Retrato de un hilo (y de su residencia parisina) el tono cambia. No
su conciencia de la muerte (“la primera enseñanza”), la enfermedad y el dolor
(“he aprendido tus maquillajes”), que sobrelleva con entereza y sin amargura.
Aquí, la infancia rural (“el agua de la niñez”) en un medio
tan paradisíaco (la naturaleza) como hostil (la emigración, las pérdidas, el
terrorismo); Lesaka como microcosmos (barrios, fronteras); la familia (el padre
de “La entereza”, la madre descalza, el abuelo y su tabaco, el tío suicida en
Nebraska…); el accidente de fútbol que le dañó irreversiblemente su columna (“Triple
libro”); la música, medular en su obra (qué oído); los objetos (un reloj, una
mesa); el aprendizaje de los hospitales (donde “circulan las ambulancias de la
filosofía”), etc.
El mundo poético de Irazoki, ni aislado ni elegíaco, es ante
todo moral. De raíz camusiana, diría. Porque, según él, la poesía no es
“delicadeza decorativa” sino “una intensidad de la mirada que despierta a la
conciencia”. Aunque autobiográfico y de la experiencia, lo que cuenta (y en su
poesía lo narrativo es esencial, como, a rachas, lo ensayístico y hasta lo
periodístico) se suele referir a los otros: al guardia civil, al mendigo, al
gitano, al portugués, al barrendero… Y a Blas de Otero, Rosillo, Aresti o Pinilla.
Irazoki busca el amor, la compasión y la bondad, una
“conquista intelectual”. Está a favor de la piedad y del perdón. Contra el odio
y el rencor. Sus enumeraciones (nada caóticas) reinciden, a fuerza de
infinitivos, en esa actitud ética que consigue hacer mella en el lector para
que éste también “sea más fuerte que la herida”. “Paseo por los goces de la vida”, escribe
quien espera que sobre su muerte se plante “el árbol de la discreción”.
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.