Tienen fama los del Español, en la plaza mayor de Plasencia. Son muy suyos, es verdad, y dan muchas voces y su frenético ritmo de trabajo puede ponerte nervioso, pero suele primar la profesionalidad y, sobre todo, el buen trato. Frecuentamos el bar, antes de Jose y ahora de Emilio, desde hace muchos años. Como tantos de aquí. Muchos escritores, de paso por el Aula de Literatura, han cenado con nosotros allí. Por su barra, en fin, han pasado muchos camareros. Unos permanecen y a otros se les ve en otros locales, a veces propios. Víctor, que se mató ayer en su moto mientras celebraba su veintiún cumpleaños, era tan diligente como todos y siempre tenía un detalle con nosotros: apenas nos veía, le acercaba a Yolanda el ejemplar del Extremadura, salvo que lo estuviera leyendo otro cliente. Nada importante, sí, pero uno de esos gestos que a los bebedores ocasionales -de sábado a sábado, de caña en caña- nos resultan decisivos a la hora de decidir si seguimos yendo o no a un determinado bar. Más que éste o aquél local, uno busca que la atención y el trato sean los deseables y de eso, ya digo, sabía este muchacho al que echaremos de menos cada vez que vayamos a tomar algo al Español. Descanse en paz.