Era la primera presentación de Tánger, que diría GHB, y nos reunimos un puñado de amigos y lectores (más de cuatro) en La Casa del Libro de Álcala, 96, en el mismo edificio donde vivió Lorca los tres últimos años de su vida.
Al final me acompañó Y. Es su libro también. Su voz. Su vida. Antes de empezar, tomamos algo con Jordi Doce y Andrés Catalán. Que está uno mayor se demuestra, entre otras cosas, por haber elegido a un poeta joven para que me acompañara en ese trance. Por cierto, no pierdan de vista este nombre. O lean su último poema publicado, en Estación Poesía.
Como homenaje a Eliseo Diego, que lo dijo en un verso, conversamos en la penumbra. La poesía es eso. No fue una presentación al uso. Para qué. Tras el diálogo, leí algunos poemas. Más que nada los que Andrés prefería. Siempre relacionados con lo dicho antes durante la breve charla. Al hilo de esto, Jordi me riñó amistosamente al salir. Dice que siempre leo demasiado poco y como con prisa, temiendo molestar. No le falta razón. Recuerda bien nuestra última actuación juntos, en lo de Octavio Paz en la Feria del Libro de Madrid. Leí el poema más corto del mexicano y sólo uno mío. Hubo quienes leyeron libros enteros.
Muchas emociones en el acto. No en vano el libro está lleno de sentimientos. Algo que no se puede ocultar. Ni uno ni el lector.
Entre el público (pido de antemano perdón por los olvidos), dos personas muy queridas a las que conocía desde hace años, pero no en persona. Marina Gasparini (al final no nos encontramos en Venecia, donde ella vive todavía) y Pablo Luque, la única corbata del local. Y más amigos. De Plasencia (Jesús M. Santos, Víctor Martín...), de Toledo (Pepe leyó mi entrada y se sintió en la obligación de acudir en mi auxilio por si no iba nadie) y hasta el colombiano de Don Benito Antonio María Flórez, acompañado de la periodista Mar Gómez, recién aterrizado, que salvó lo sucedido para la posteridad gracias a su conocida afición fotográfica. (La foto de arriba es suya; la de abajo, de un camarero.)
Por culpa de una manifestación (menos mal que era contra Bankia, dijeron), llegaron a última hora Carmen y Clemente Lapuerta, alma de la Fundación Ortega Muñoz (junto a Antonio Franco), una de las personas más elegante, en todos los sentidos, que conozco. Su mujer, a quien saludé esa noche por primera vez, es tan encantadora como él.
También acudieron a la cita un crítico de poesía, que iba de incógnito (por eso debo silenciar su nombre), y un (otro) poeta joven. Hubo, en fin, hasta desconocidos, como Anna, una chica muy amable con aspecto de melancólica poetisa adolescente que me comentó que tenía muchas ganas de viajar a Tánger. Puede que este libro la anime a hacerlo definitivamente.
Creo, en fin, que estuvimos muy a gusto en el centro de aquel laberinto. En buena parte por el esmero de nuestros anfitriones, sobre todo Iñaki, que fue quien me invitó al ciclo y que en su facebook se apellida "librero". Muy oportuno. Así terminamos. Enfrente, en la terraza de la cervecería Santa Bárbara. De la mejor manera posible.
Por culpa de una manifestación (menos mal que era contra Bankia, dijeron), llegaron a última hora Carmen y Clemente Lapuerta, alma de la Fundación Ortega Muñoz (junto a Antonio Franco), una de las personas más elegante, en todos los sentidos, que conozco. Su mujer, a quien saludé esa noche por primera vez, es tan encantadora como él.
También acudieron a la cita un crítico de poesía, que iba de incógnito (por eso debo silenciar su nombre), y un (otro) poeta joven. Hubo, en fin, hasta desconocidos, como Anna, una chica muy amable con aspecto de melancólica poetisa adolescente que me comentó que tenía muchas ganas de viajar a Tánger. Puede que este libro la anime a hacerlo definitivamente.
Creo, en fin, que estuvimos muy a gusto en el centro de aquel laberinto. En buena parte por el esmero de nuestros anfitriones, sobre todo Iñaki, que fue quien me invitó al ciclo y que en su facebook se apellida "librero". Muy oportuno. Así terminamos. Enfrente, en la terraza de la cervecería Santa Bárbara. De la mejor manera posible.
Con Mar Gómez, Antonio M. Flórez, J. Doce, Yolanda (de espaldas), Carmen y Clemente Lapuerta |