Me ha sorprendido la primera incursión ensayística del poeta leonés Antonio Manilla (1967) que publica en La Huerta Grande Ciberadaptados. El prólogo lo pone un ciberescéptico que, como tantos, está desde hace tiempo en el ciberespacio: el fiscal y diarista Avelino Fierro. En su salutación califica el ensayo de "riguroso" y "literario". Es justo. Conviene señalar, antes de seguir, que lleva por subtítulo "Hacia una cultura en Red". Se compone de siete capítulos y una bibliografía básica donde no se recogen, ni con mucho, todos los libros que menciona a lo largo de su análisis. Más allá de lo que Ciberadaptados tiene de desarrollo de ideas, las reflexiones de Manilla acerca de los albores de este "sexto continente", como él lo denomina, se apoyan en la lectura de un rimero de obras fundamentales sobre el fenómeno. De filósofos, más que nada. A ese hecho, que aporta esclarecimiento, hay que añadir que, como se dijo, la cultura está en el centro de su propuesta. La analógica y libresca, basada en la lectura como operación esencial de conocimiento, que al parecer termina, y la digital que se empieza a instaurar: banal, igualitaria, del entretenimiento y el espectáculo ("donde -como dijo Vargas Llosa- el cómico es el rey"), visual, de masas y globalizada, de consumo y sin intermediarios.
Por aquello de la actual "aculturación rampante", algunos escritores alrededorizan, pues siguen creyendo que "lo universal es lo particular sin fronteras". Pretenden recuperar una cultura "que exige", que "no es ocio". La que "queda entre las ruinas". Más allá del ranking informático de "sexo, entretenimiento y curiosidad". No en vano Internet se ha convertido en el almacén o bazar más grande del planeta, donde mejor vivimos "la vida offline", la "telesociedad". Donde, como diría Bauman, atendemos a nuestras "relaciones de bolsillo", redes sociales y Google mediante ("ese Gutenberg después de Gutenberg"). Internet, epicentro de viejos fenómenos nada nuevos, se nos recuerda. Territorio de "hibridación" más que de "homogeneización".
Aunque "el mundo y la vida son analógicos", hemos pasado del homo videns al homo digitalis y ya estamos en el homo retiarius. Somos "lectoespectadores", "prosumidores". Hombres "horizontales" y superficiales. Testigos perplejos de "la abolición de lo gradual y el imperio de lo súbito".
Se fija Manilla en la Educación (así, con mayúscula) y pone en solfa ese empeño de informatizarla, de someterla por completo al imperio de lo tecnológico dejando incluso de lado la lectura (lineal, finita y en papel) y la escritura (a mano). Lectura, vuelvo a nombrarla, a la que dedica, amén de muchas paginas a lo largo del ensayo, un interesantísimo capítulo: "La lectura salteada", la que empieza a imponerse, la del presunto lector que "entrelee".
(Una amiga bibliotecaria, experta en literatura para niños, llamaba mi atención sobre el hecho de que las editoriales encargadas de proporcionar libros a los alumnos de Primaria, entre seis y doce años, se están volcando en la publicación de álbumes ilustrados, que eran propios de Infantil, donde prima, claro, la imagen sobre el texto, que casi desaparece.)
"Démosle tiempo al tiempo", concluye un Manilla nada apocalíptico. Tampoco integrado, por seguir a Eco. Un Manilla, como casi todos, adaptado. Qué remedio.
Por aquello de la actual "aculturación rampante", algunos escritores alrededorizan, pues siguen creyendo que "lo universal es lo particular sin fronteras". Pretenden recuperar una cultura "que exige", que "no es ocio". La que "queda entre las ruinas". Más allá del ranking informático de "sexo, entretenimiento y curiosidad". No en vano Internet se ha convertido en el almacén o bazar más grande del planeta, donde mejor vivimos "la vida offline", la "telesociedad". Donde, como diría Bauman, atendemos a nuestras "relaciones de bolsillo", redes sociales y Google mediante ("ese Gutenberg después de Gutenberg"). Internet, epicentro de viejos fenómenos nada nuevos, se nos recuerda. Territorio de "hibridación" más que de "homogeneización".
Aunque "el mundo y la vida son analógicos", hemos pasado del homo videns al homo digitalis y ya estamos en el homo retiarius. Somos "lectoespectadores", "prosumidores". Hombres "horizontales" y superficiales. Testigos perplejos de "la abolición de lo gradual y el imperio de lo súbito".
Se fija Manilla en la Educación (así, con mayúscula) y pone en solfa ese empeño de informatizarla, de someterla por completo al imperio de lo tecnológico dejando incluso de lado la lectura (lineal, finita y en papel) y la escritura (a mano). Lectura, vuelvo a nombrarla, a la que dedica, amén de muchas paginas a lo largo del ensayo, un interesantísimo capítulo: "La lectura salteada", la que empieza a imponerse, la del presunto lector que "entrelee".
(Una amiga bibliotecaria, experta en literatura para niños, llamaba mi atención sobre el hecho de que las editoriales encargadas de proporcionar libros a los alumnos de Primaria, entre seis y doce años, se están volcando en la publicación de álbumes ilustrados, que eran propios de Infantil, donde prima, claro, la imagen sobre el texto, que casi desaparece.)
"Démosle tiempo al tiempo", concluye un Manilla nada apocalíptico. Tampoco integrado, por seguir a Eco. Un Manilla, como casi todos, adaptado. Qué remedio.