11.11.20

Ars nimia: La poesía de Gutiérrez Plaza

Que la poesía venezolana contemporánea es un pozo lírico sin fondo resulta ya un lugar común. Bien lo saben los lectores curiosos y atentos. Los editores españoles, lógicamente, también. Pre-Textos y Visor, por poner sólo un par de notables ejemplos, han cuidado esa presencia ultramarina. La primera publicaba en 2019 la magna, exhaustiva antología Rasgos comunes (con selección, prólogo y notas de Antonio López Ortega y Gina Saraceni), más de mil cien páginas de versos venezolanos del siglo XX. La segunda (junto a la Fundación para la Cultura Urbana, serie que coordina con mano firme Marina Gasparini para la casa madrileña y que va por su tercera entrega) acaba de publicar El cangrejo ermitaño, de Arturo Gutiérrez Plaza (Caracas, 1962), incluido, por cierto, en el florilegio recién citado. 
Cada libro empieza a su manera. Quiero decir que llega de un modo distinto, si hace al caso. Éste me atrapó, para empezar, por la misteriosa, sugerente ilustración de su cubierta, obra del pintor abstracto Cipriano Martínez, que casa muy bien con la obra figurativa de AGP. Siguió por el prólogo, de Rafael Courtoisie, algo más que unas páginas de divagación y cortesía. "Palabras que saben dudar" lo titula. Afirma que no estamos ante una antología al uso, ordenada en orden cronológico, sino ante "un libro nuevo". Del todo, obvio, para quienes no hayan leído a AGP. La selección (de cinco libros), lo subraya, es cuidadosa. El lector lo nota de inmediato, tal vez porque la primera de las ocho partes de que consta  (cada una se abre con una cita muy bien elegida) es una de las más pujantes del conjunto. Menciona el uruguayo, entre otras cosas, su "racionalidad pasional" (certero oxímoron), no carente de lucidez, su visión de insiliado (más que de exiliado), la "contención voluntaria" en el lenguaje, su cualidad de poeta "urbano" y el asentamiento de su discurso "en un espacio de duda y reflexión que es la esencia de su poesía" (más que hechos, interpretaciones). 
Ya se dijo que el libro no podía comenzar mejor. A su país natal, de triste actualidad desde hace años, dedica unos poemas más dolidos que sociales o civiles. El primero, "Un país". El segundo, "Dos patrias". Destacaría "Realismo socialista", uno de los que se atienen a lo dicho en el poema "Entre la espada y la pared", de la última parte, la dedicada a la poética: La ironía no es asunto de elección. // Es una imposición de la realidad / que acosa al lenguaje. También son elocuentes estos versos finales de "Hogar": Vivo como el cangrejo ermitaño, / como un decápodo errante, refugiado en conchas vacías, / atrapado, impenitente, confiado / en la bondad de alguna ola que me arrastre / o termine de ocultarme en la arena.
La segunda parte está dedicada al viaje: la noción de lugar (Vengo de un lugar que ya no existe), las ruinas (Vivo entre ruinas / como el moho reciente, luego de la destrucción). "Tierra de gracia" es uno de los mejores poemas de esa sección. 
La tercera aterriza en la ciudadanía (como se observa, la coherencia es total), la "gente invisible" (Gente que al caminar / apenas deja huellas), la que vive en "el infierno que habitamos todos los días", que diría Calvino. 
La cuarta inventa un idioma, pongamos, para el "clima extranjero" (el del epígrafe de Fombona Pachano). Made in USA. El Midwest, Oklahoma, Nueva York, Mrs. Gardner, el estudiante Phillip, el amigo chino...
La quinta está dedicada al amor. Un tema complejo, ya se sabe. No es la parte que más me convence, aunque "Escena conyugal" sea un poema excelente. 
La sexta se ocupa de los fenómenos y las cosas: la lluvia, las telarañas, el muro, las piedras. Se cierra con otro poema memorable, "Saudade": Me gustan las canciones tristes / en idiomas que desconozco
"Vivir es sólo una costumbre", escribió Anna Ajmátova y de eso (Uno lo que hace es vivir) va la séptima parte. Y en la vida, los hijos (Gaby y su pez  Alfonso, el cachete de Andrés, la cucaracha de Ernesto). Emocionante "Últimas palabras" (leo como propios estos versos: Cada quien levanta murallas / para proteger sus fronteras). "Cuando no era" (Tantos han partido cuando no era) es otro de los imprescindibles. Abundan en este grupo, el más numeroso de todos, donde tal vez se aprecie mejor la indiscutible calidad (o eso creo) de esta poesía que respira naturalidad aunque nunca pierda de vista el pensamiento. Tan imaginativa en su realismo (ahora soy yo quien juega con el oxímoron) como calibrada y exacta en lo que respecta al lenguaje. Y de eso va la última parte. Ya allí, poemas breves con una fuerza demoledora: "Palabras" (Sólo confío en aquellas / palabras que saben dudar) o "Sin saberlo". A Rafael Cadenas (el gran poeta venezolano vivo, tan presente, pongo por caso, como el fallecido Eugenio Montejo) le dedica otra pieza indeleble: "Réquiem para un poeta". En "Ars nimia" lo dice, en fin, todo: Un lenguaje que encubra ( (y descubra) / sin hacerse notar, / que oculte / (y revele) / con sigilo. // Un arte de lo mínimo / (o con una m menos, de lo nimio), / en el que sin excesos  / se haga sentir / el cartílago de la lengua. Me apropiaría con gusto de esta precisa poética. 
A medida que avanzaba en la complaciente lectura, me decía a mí mismo que me gustaría haberme topado con este libro cuando era joven. Me da que es una de esas obras exigentes que ayudan a crecer, que enseñan a escribir. 
La breve nota sobre el poeta incluida en Rasgos comunes se cierra con estas palabras: "La de Gutiérrez Plaza es una voz que constantemente se desdiosa para frecuentar la serena melancolía que da la aceptación de la muerte". Es verdad. No dejen de leerlo. 

El cangrejo ermitaño. Antología poética
Arturo Gutiérrez Plaza
Visor de Poesía, Madrid, 2020. 172 páginas. 12,00 €

Nota: Esta reseña se ha publicado en el número 149 de la revista Clarín