15.9.21

Martín López-Vega y Begoña M. Rueda en EC

Martín López-Vega
Visor, Madrid, 2021. 96 páginas, 12 €
 
López-Vega (Poo de Llanes, 1975), ha sido librero (en La Central), editor (en Vaso Roto) y crítico literario. En la actualidad es director de Gabinete de Dirección del Instituto Cervantes. Ha traducido poesía del portugués, inglés e italiano y acaba de publicar una antología de Li Bai.
Poeta en asturiano y de obras en prosa, tanto viajera como ensayística, reunió sus libros de  poemas en El uso del radar en mar abierto. Poesía 1992-2019.
En “Tema de redacción”, un significativo poema de Egipcíaco (entre el linimento y los huidizos padres del desierto), López-Vega asocia la palabra “felicidad” a “mujeres y ciudades y libros”. En efecto, el amor, los viajes y la literatura son los temas esenciales de esta colección de poemas que pretenden ser cualquier cosa menos “poéticos”, lo que consigue atendiendo más a lo que quiere decir que a cómo decirlo; no tanto a la métrica como al versículo que exige un determinado ritmo. Estamos ante poemas discursivos y monologantes que utilizan con frecuencia la distancia de la tercera persona.
El primero, “Otro ensayo sobre el día logrado”, es paradigmático. Extenso, como no pocos del conjunto. “A partir de los cuarenta” (este es un libro escrito nel mezzo del cammin), lo que toca es “sobreponerse”. “El verdadero leitmotiv”. Humor e ironía mediante, L-V compone, en torno al amor perdido y sobre la metáfora del mosaico, una suerte de poética solitaria y vital.
“La vida sería posible aquí” es un verso de “Un motor vital” (un poema australiano, como “Cooper Creek”) que refuerza su preferencia viajera por “las antípodas de la vida”. Lo cosmopolita (con toques culturalistas) es habitual; en “Orientalismos” (como el delicado Rú Yì”),“Gathered Sky”, “Una noche en Kalender” (“allí el tiempo siempre te susurra: Existes”), “Alejandría” o “Puerto cerrado”, por ejemplo. Sí, “El mundo es una habitación”, por decirlo con uno de sus rótulos. “Soy de todas las ciudades”, escribe en “Un país febril”. Y de todos los idiomas y países. De la “república de la conciencia”.
En el “El forastero en Veroli” (Sandro Penna), leemos: “La hermosura abunda, pero solo es belleza cuando hiere”.
Lo autobiográfico, que a veces adopta la forma de diario (impresiones, vivencias, anécdotas elevadas a categorías), es otro aspecto insoslayable. En “Un episodio personal”, pongo por caso, que protagoniza su abuela (a la que dedica “Mi abuela: Poesía completa”), “Julián” (Rodríguez: “No se van nunca los mejores”), o el extraordinario “Los recogedores de ocle o bien Carta al padre”: “Seré tu hijo, pero tú no fuiste mi padre; así están las cosas”.
“Por qué siempre lejos, siempre huyendo”, se pregunta en “El balcón georgiano”. El deseo de “dejar de querer irme siempre de mí” es un rastro de la herencia paterna de este “flâneur meditativo” que concluye su libro con un autorretrato donde leemos que “escribe poemas para iluminar zonas oscuras”. Poemas con finales acertados, sorprendentes. Propios de un lector que usa con frecuencia la fórmula “a partir de”. Como en “Ingredientes”, donde oportunamente nos recuerda que “no vivimos solo por vivir”. 

Servicio de lavandería
Begoña M. Rueda
Hiperión, Madrid, 2021. 76 páginas. 10 €

Rueda (Jaén, 1992) es hija de la bonanza, ese feliz rótulo generacional. A pesar de su edad, ya ha publicado los libros Princesa Leia, Siberia es un estado de ánimo, Reencarnación, Error 404Todo lo que te perdiste por meterte a monja y Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Todos consiguieron algún laurel; como éste, premio Hiperión, que el jurado consideró “un libro cohesionado, crítico, lírico sin excesos, poderosamente plástico”.
Los poemas, escritos como páginas de un diario, dan cuenta de unos hechos sucedidos a su autora durante los años 2019 y 2020 (que en el libro aparecen en orden cronológico inverso) mientras trabajaba en la lavandería del hospital de Algeciras. No hace falta subrayar que coincide, siquiera en parte, con la pandemia (los poemas están fechados entre marzo y junio), aunque la enfermedad ya era de por sí un asunto lo bastante áspero como para abordarlo con la compasión debida.
Porque la situación así lo exigía, el lenguaje empleado es sobrio y hasta prosaico. Conversacional. Realista sin contemplaciones. Crudo como cualquier existencia.
“Yo por sudario quisiera las manos de mi madre”, leemos, una presencia capital en el libro, a la que tuvo que dejar, como tantas otras cosas (la facultad, por ejemplo), para ir a la costa.
“Esto somos”, dice tras observar el tanatorio del que sale alguien con la ropa que ella planchó. Y “La vida. / No la soporto”. Aquí, sin embargo, pesa su envés: la muerte. Cuánto dolor. Cuánta pena. Cuánta cucaracha. 

NOTA: Las reseñas de los libros de Martín López-Vega y Begoña M. Rueda se han publicado en EL CULTURAL.