Cómo he disfrutado con Breviario provenzal (Periférica), de Vicente Valero, uno de esos libros de los que no se sale. Tras subrayar con el lápiz más de la mitad, he aprendido, por una parte, y asentido, por otra, al amor de esa intensa lectura donde se mezclan la reflexión y los sentimientos. No es ese un viaje cualquiera. La coda que pone a sus anotaciones el apasionante puñado de poemas que conforman «Junio en casa del doctor Char» es la guinda del pastel, y perdón por el tópico. Miel sobre hojuelas, ya digo.
Pude escuchar, para colmo, y con sumo deleite, una conversación con Valero en El Ojo Crítico, mientras bajaba en coche (despacito) El Puerto del Pico, en Gredos. Un puerto de montaña de los de antes, ya saben. Para ser exactos, la charla duró lo que va desde las inmediaciones del Parador Nacional (el primero de España) hasta el pueblo serrano de Arenas de San Pedro. El paisaje era el ideal para acompañar sus palabras acerca de la Provenza y algunos señeros artistas que vivieron allí. En el fondo, un ensayo sobre los orígenes de la poesía moderna, tan ligada a la noción de lugar y de paisaje. Y unos versos, por añadidura, que le confirman como el necesario poeta que es.
Hipondríaco confeso, me había resistido a leer los diarios de Juan Gracia Armendáriz, un hombre, desde muy pronto, seriamente enfermo (que diría Gil de Biedma), y mira que mi amigo Zoki me animaba a ello. Fuego amigo. Los restos de la escritura (Contrabando) no se me ha resistido. La vida y la literatura se funden en un libro lúcido y valiente, sin jeremiadas ni patetismos, propio de alguien que ostenta con humildad ambas virtudes. Un tipo de lo más perspicaz. Ahora me espera Guía de extraviados (Pre-Textos). Y vendrán más.
Anotaciones en forma de diario son también las de José Ángel Cilleruelo en Dedos de leñador (Días de 2019) (Polibea), con prólogo de su editor, Juan José Martín Ramos. El profesor, el lector, el traductor, el poeta, el amigo, el padre, etc. (todos son Cilleruelo) se dan cita en estas páginas que no dejan de celebrar la cotidiana contemplación del tiempo.
Sólo por el ensayo "Poesía: asombro, palabra, silencio" ya merecería la pena haber publicado Aproximaciones a la poesía y el arte (Visor Libros), de José Corredor-Matheos, nuestro poeta decano. La edición y el prólogo corren a cargo de Jesús Barrajón Muñoz. Pero hay más que lecciones de poética en el libro. Así, su análisis del haiku, las relaciones entre ciencia y poesía o sus certeras aproximaciones a las obras de Ángel Crespo y Cirlot.
En este capítulo de la prosa debo incluir la lectura de Quasi una fantasía (Ediciones del Arrabal), la última entrega, por ahora, de Salón de Pasos Perdidos de Andrés Trapiello y la primera que no aparece en Pre-Textos. Y allí, para quienes hemos leído todo lo anterior, lo mismo, que es al cabo lo nuevo, porque a ese portento (lo igual y lo distinto a la vez), hechos puntuales mediante (tal o cual viaje, esta o aquella anécdota), asiste perplejo el que se interna en esta suerte de novela en marcha donde El Rastro (y JM.), Las Viñas (con escasa presencia en esta entrega), la familia (M., R. -y su boda-. y G., sobre todo, y su madre), los pretextos (y su Hokusai), ciertos escritores que detesta (CAM., por ejemplo, o IG., por su obsesión lorquiana) y otros que ama (Francis Jammes, Delibes y JRJ., pongamos), la Guerra Civil (corrige pruebas de la tercera edición de Las armas y las letras), las vanguardias (tan decorativas), las pesquisas en las librerías de viejo y, por no seguir, los múltiples desplazamientos que realiza en su resignada condición de escritor nómada realiza (del omnipresente París a la esquinada Antequera pasando por Sevilla o Córdoba, donde Cosmopoética no pudo ser) vuelven a ser protagonistas. Además del propio A., por supuesto. Me ha resultado especialmente emotiva la semblanza de José Antonio Muñoz Rojas, que muere ese año, el 2009. O las páginas que dedica a Julio Aumente o, en fin, esas otras que narran un encuentro con mujeres de clubes de lectura rurales.
Y por encima de todo, el lenguaje, esto es, el estilo, un tono que, desde la naturalidad, no deja de encandilarme.
Pero habrá algo que afear, dirá quien lea. Sí. Se encuentra uno con demasiados restoranes parisinos exquisitos, pongo por caso. Y con numerosos hoteles lujosos y casas de postín. Y con académicos... franceses, bien sûr (con permiso de Rico). Ay, ni que el autor del exitoso Madrid (doce ediciones van ya) formara ya parte del Club de las Almendritas Saladas.
Al estar reescrito, digamos, en 2020, la actualidad se cuela entre líneas. ¿Se hablaba en 2009 de heteropatriarcado, le dábamos tanta importancia a Cataluña y a los separatistas catalanes? No sé.
Para el inminente otoño, con la fresca, me he reservado la lectura de La Fuente del Encanto. Poemas de una vida (1980-2021, volumen número 100 de la mencionada colección Vandalia, mucho más que una antología ya que se trata, en palabras de Trapiello de "una meditación sobre mi vida poética".
Al estar reescrito, digamos, en 2020, la actualidad se cuela entre líneas. ¿Se hablaba en 2009 de heteropatriarcado, le dábamos tanta importancia a Cataluña y a los separatistas catalanes? No sé.
Para el inminente otoño, con la fresca, me he reservado la lectura de La Fuente del Encanto. Poemas de una vida (1980-2021, volumen número 100 de la mencionada colección Vandalia, mucho más que una antología ya que se trata, en palabras de Trapiello de "una meditación sobre mi vida poética".
Dedicaré una reseña a los nuevos diarios viajeros de Fernando Sanmartín: Días en Nueva York y otras noches (Newcastle Ediciones), que me han encantado.
Aguardan su momento la primera novela del poeta Enrique Andrés Ruiz, Los montes antiguos (Periférica), el Calendario de Avelino Fierro y, cómo no, Los vencejos de Aramburu (que lee Yolanda) y los relatos hervacianos de Bayal, con los que estoy ahora (lápiz y papel en mano para una reseña ya encargada). ¡Uf! Seguimos.
Aguardan su momento la primera novela del poeta Enrique Andrés Ruiz, Los montes antiguos (Periférica), el Calendario de Avelino Fierro y, cómo no, Los vencejos de Aramburu (que lee Yolanda) y los relatos hervacianos de Bayal, con los que estoy ahora (lápiz y papel en mano para una reseña ya encargada). ¡Uf! Seguimos.
Nota: Ilustra esta entrada "Lectora compulsiva", un acrílico sobre lienzo de Pablo Gallo.