Carlos Medrano (Salamanca, 1961), ha vivido en Extremadura, Valladolid y Mallorca, donde reside desde hace 25 años y acaba de jubilarse
como profesor de instituto.
Es autor de los libros de poesía Corro (1987) y Las horas
próximas (1989), así como de las plaquettes
A lo breve (1990) e Imágenes, encuentros (1996). Salvo esta
última entrega, todas se editaron en Extremadura.
Además, sus poemas están incluidos en la antología de poetas
vallisoletanos Sentados o de pie, 9
poetas en su sitio (2013). En 2016 reunió algunos poemas de su blog, isla
de lápices, con el título Donde poder volver.
Precisamente en ese blog –“un intento de recuperar o
mostrar ciertos momentos literarios”, según él–, se han venido publicando los
poemas que ahora se recogen en Entorno claro, un libro que de nuevo ve la luz en tierras extremeñas, a las que el
poeta se siente vinculado a través de sus vivencias (las de infancia en Don
Benito y las de juventud en Cáceres, como estudiante de Filología en la
Facultad de Letras de la Universidad de Extremadura) y de sus contactos
literarios con los poetas extremeños de su generación, la de los 80 o de la
Democracia.
Este
es, sin duda, un libro esperado para quienes hemos seguido la guadianesca y
casi secreta trayectoria poética de su autor. Espera otro, agazapado también
entre las páginas de la citada bitácora, un verdadero cuaderno de trabajo
lírico.
Se
ve a las claras, eso sí, que las prisas no van con Medrano, de ahí que nos
encontremos con una obra madura y bien asentada, de meticulosa ejecución y
cuidada hasta el extremo que se adecúa perfectamente al limpio diseño de la
colección en la que se inserta, ideado por Julián Rodríguez.
Comentaba José Corredor-Matheos en su ensayo “Haiku, el
vacío en el que todo se sustenta” que “el interés por el haiku que se está
produciendo en Occidente, a pesar de las modas –que ya pasarán– y de los
oportunismos –ya se cansarán– resulta, con todo, positivo”. A pesar de la
creencia general, “opuesto” al minimalismo, donde “se da lo mínimo porque es
esencial”. “Más que decir –añade– se trata de sugerir, de dejar adivinar”. A la
busca de “algo que es instantáneo”, un “algo” que “se revela tan fugazmente
porque, en el fondo, es el aroma de la nada”. Cita luego a Vicente Haya, experto
en la materia: “No es el poeta el que escribe el haiku. Es el mundo el que lo
escribe”.
En su elocuente “Epílogo” (que suma ensayo, poética y
autobiografía), Medrano explica su proceso con esta estrofa que tan bien se
ajusta a la forma de decir de quien no es verboso ni palabrero y tiende a la
concisión inmanente a la mejor poesía. Ese largo camino empieza a mediados de
los ochenta, con la lectura de los primeros libros de haikus publicados por la
editorial Hiperión y su encuentro con los poetas Antonio Piedra y Francisco
Pino, después de JRJ, “una de las figuras más atrayentes de la poesía lírica
del siglo XX y una aventura poética de las de mayor creatividad y
experimentación de nuestra poesía contemporánea”. Los reunidos aquí están
escritos entre 2010 y 2020, más alguno añadido mientras se preparaba la edición
del libro.
Entorno claro lleva por subtítulo “Haikus, jaiquillas”. En
A lo breve incorporó lo que se denomina
jaiquilla, forma que toma de su
maestro Antonio Piedra (que “Rosa Chacel acabó de ajustar”) definida por su
inspirador como “una quilla racional en medio de un instante lírico”. “Entre
el haiku oriental y la estrofa breve castellana”, según Medrano, aunque ni sea
seguidilla ni, en rigor, haiku. Ese cuaderno se publicó en la colección La
Centena por invitación de Ángel Campos Pámpano, autor de dos libros de tankas
(una suerte de haiku con dos versos más), poeta y amigo inseparable de este
proyecto poético y vital. De hecho, un poema, “Invitación al alba”, escrito con
motivo de su inesperada, prematura muerte, supuso la vuelta de Medrano a la
poesía “tras muchos años de silencio”.
Defiende éste que los tankas de aquél no son “algo menor y
perdonable de su obra”, sino todo lo contrario. En el referido epílogo leemos: “El
haiku para mí no es una estrofa ni un género, mucho menos una moda –cuando es
así, asistimos a su trivialización o a un uso superficial y vacuo– sino una modalidad
poética cuya brevedad y espacio es suficiente para reflejar y acoger unas señales
externas o una emoción del autor en sintonía con el espíritu con que lo concibieron
sus primeros cultivadores orientales para los cuales el haiku era parte de una
forma de vida en contacto con la naturaleza. Tanto al escribirlos como al
leerlos es necesaria una actitud y comprensión de la contemplación, el retiro y
el silencio desde donde llegaron a formarse, y que en algunos casos era una vía
interior del camino de la purificación y la conciencia. En el mejor de los
sentidos, hay que tener esto en cuenta al asomarse a ellos. Lo demás es
desvirtuar, como incluso se ha hecho. Pero el ruido es siempre el fondo
descartable que no ha de interferirnos en lo fundamental de lo que hacemos”.
Pero no estamos ante un libro de haikus al uso. Su “particularidad
[…] consiste en que los poemas que lo forman van escritos en haikus enlazados.
Es decir, en un momento dado surgió escribirlos en una sucesión que permitía un
poema con un desarrollo mayor al de la imagen puntual contenida en tres versos,
capaz así de albergar una reflexión, una pintura más amplia, una escena lograda
con una suma en varios tiempos”, explica Medrano.
Las agrupaciones suelen ser de cuatro, aunque las hay más
largas, y todos llevan título; casi siempre, una palabra sola. Tienen, pues, un
sentido de la composición que los sustancia y enaltece.
Una jaiquilla: Entorno
claro, / y oigo, brisa serena, / sed sin centros, “escrita en Artà en 1994”,
le ha servido para titular el libro. “Y ese tono sereno y satisfecho con la no
pocas veces difícil tarea de vivir, y en una comunicación cotidiana con los
elementos de la naturaleza próxima es el gozne presente a lo largo de todas
estas páginas”, agrega.
Lo abren seis epígrafes muy bien elegidos. Escojo dos,
ambos portugueses: “El paisaje es realmente un estado del alma”, de Miguel
Torga, y “Nunca dejes de conmover”, de Sophia de Mello Breyner.
Aunque sin voluntad ortodoxa, ya se ha visto, Medrano se ciñe,
más allá de la métrica, a ciertas normas inherentes al espíritu del haiku. Así,
la presencia insoslayable de la naturaleza o una aguda capacidad de observación.
Tampoco se escapan al carácter de impromptu, por más que hayan sido concebidos
desde una conciencia meditativa. Y sí, lo meramente descriptivo es superado
casi siempre por la natural metafísica que los seres y las cosas imponen. Lo sensitivo
se aúna a lo racional. El sentimiento con el pensamiento. Sentido y
sensibilidad, se podría decir.
El vocabulario elegido para nombrar su mundo es sencillo
y atiende a lo que importa, sin vanas retóricas. Palabras que son símbolos la
mayor parte de las veces. Palabras elementales como luz, agua, aire, cielo (en
el título de varios poemas), jardín, árbol, nube, montaña, bosque, niebla, mar…
Sí conviene fijarse en la sintaxis, muy particular en Medrano,
buen lector de los clásicos castellanos de nuestro Siglo de Oro.
Poemas estos apegados a lo próximo, a lo que le pasa allí
donde está (“Mallorca, al norte”, pongo por caso). Mientras pasea, por ejemplo,
o cuando conduce por una tranquila carretera de la isla o va a otro lugar:
Gerona (“Jardí des Alemanys”), Yuste (Medrano residió en el cercano pueblo de
Jaraíz de la Vera, una comarca que conoce bien), Sesimbra (“Indolencia”)...
Poemas de la mirada que nombran con detalle lo que está “ante
mi vista”: “Desde la cima / la mirada descubre / cada minucia”, leemos en
“Cita”. Escritos para detener el tiempo. Para leer despacio, única manera de
apreciar como es debido su elegancia y delicadeza. En la “sencilla calma”, como
ocurre en “Lentitud”.
Poemas con conciencia, como “Fukushima” (el que tiró al
parecer de la serie), “Tsunami” o “Ira”, que evoca las inundaciones de Sant
Llorenç des Cardassar, en octubre de 2018.
Poemas que conversan con otros o que homenajean a alguien
(a los hermanos Machado en “Canción de tarde”, a Campos Pámpano en “El tiempo
ileso”). La poesía como diálogo. De uno consigo mismo y de éste con los demás.
Los cambios de las distintas estaciones del año
(“Preludio”: “Si ves mimosas…”) y las variaciones meteorológicas son también
caldo de cultivo de estos haikus articulados.
El primero de “Inicial” dice: “Así escribo / tus manos en
mis ojos / aceptando el silencio”. No es la única ocasión en la que alude a lo
que el poeta tiene entre manos, en giro metapoético. Ya que lo menciono, el
lector curioso puede realizar otra
lectura si revisa los poemas en el blog. Lo digo porque allí suelen llevar al
pie un comentario del autor que completa, ilumina o complementa la que uno hace
en el libro. No sé si hubiera sido pertinente añadir esos textos, a modo de
anexo, al final del libro, aun constatando la evidencia de que su consulta no
es necesaria ya que los poemas de sostienen por sí solos.
Mucho ha tardado Carlos Medrano en dar a la imprenta un
nuevo libro. No cabe duda de que la espera ha merecido la pena. Por la buena
acogida, con tiempo jubilar por delante, vendrá pronto alguno más.
Entorno claro
Carlos
Medrano
Editora
Regional de Extremadura, Mérida, 2021. 78 páginas. 9 €
NOTA: Esta reseña se ha publicado en la revista EL CUADERNO.