31.3.09

Plasencia-Alcobendas

Alberto, que tiene en casa a su amigo siciliano, sugiere que escriba algo acerca de los viajes que durante dos años y pico hemos hecho desde Plasencia hasta Alcobendas (alguna vez desde otros sitios) para practicarle una ortodoncia. La elección del dentista se debió a su condición de familiar de unos amigos nuestros, de ahí que estuviera tan lejos. Eso y su probada profesionalidad, que estaba a la vista en la boca de uno de sus hijos, compañero del nuestro.
Un viernes de cada mes -veintisiete en total- nos acercábamos hasta el pueblo de Penélope Cruz para pasar consulta. Cada día salíamos de allí con el mismo aparato pero con distinto color (llegó a utilizar hasta el rosa).
La rutina imponía una parada al ir, en La Pausa de Talavera, con cafés y zumo, y otra a la vuelta, en Las Esparteras, con bocatas de jamón y pepito de ternera. Esos trayectos tienen una banda sonora inconfundible: la de The Beatles. Los cuatro de Liverpool y... Alberto. A punto hemos estado de aprender su madre y yo las letras de sus numerosas canciones. Y a otro tanto de acabar odiándolos. Bueno, mejor eso que casi cualquier otra cosa.
El tratamiento se terminó hace tiempo. A pesar de lo que hemos renegado de los dichosos viajes, echamos de menos el viernes de Alcobendas. A pesar del tráfico, sobre todo a la salida de Madrid, y de las consiguientes molestias en su dentadura para Alberto.
Ahora, euros mediante, el muchacho luce una sonrisa envidiable como, para su regocijo, comentó en cierta ocasión don Ángel Isasi en su clase de Historia.
En fin, vamos mejorando gracias a los hijos. Lucen la dentadura que nosotros no tenemos, hablan los idiomas que nunca hablamos...