18.5.10

Las moradas del verbo: una lectura

Después de leer el prólogo de Las moradas del verbo uno confirma, para bien, sus sospechas: es un texto riguroso, documentado, razonado y razonable que, además, se lee muy bien. No es poco tal como está, digamos, la cosa antológica. Sobre todo en el sustrato teórico. Se citan, es verdad, nombres de poetas que luego, en la antología posterior, no comparecen y cuyos poemas, en consecuencia, uno echa de menos. Por ejemplo, Antonio Cabrera, Juan Lamillar y Eduardo Moga. Y otros que no se citan pero que también podrían haber estado. Nada nuevo cuando de seleccionar se trata. En ésta hay, por cierto, ocho mujeres y veinticuatro hombres. De ellos, seis castellanos y seis andaluces; cuatro madrileños y otros tantos extremeños y valencianos; dos gallegos, dos asturianos y otros dos de las Islas Baleares (un mallorquín y un ibicenco); además, un cántabro y un aragonés.
Con la perspectiva que dan los años y un cúmulo de florilegios mediante (Villena decía en el último de los suyos que había pocas promociones más antologadas que ésta), Prieto de Paula ha sido capaz de ofrecer a los lectores un panorama cabal de la poesía de entresiglos. La de los poetas de la democracia, como él los denomina. Así las cosas, Calambur (que ha editado un libro que da gusto tener en las manos) y, por supuesto, el antólogo merecen que quienes leen poesía en este país (y aun fuera) reconozcan tanto el acierto como el esfuerzo de esta meditada apuesta.