29.6.14

Fin de curso

©Torre Lucía
Los alumnos y los maestros estábamos necesitando, sí, que esto terminara. Supongo que algunos padres tendrán otra opinión. Padres, matizo, y abuelos, a los que ahora les tocará más tarea. Uno se refiere a la escolar y ésta, ya digo, había llegado a su límite. 
Lo más significativo de este fin de curso, en mi caso, es la marcha definitiva de un grupo de chavales que me han acompañado, o yo a ellos, durante cinco cursos. Alguna vez pasaron por aquí. Los cogí en 1º, tras mi abrupta reincorporación al magisterio, y los suelto, es un decir, ahora, seis años después. Bueno, uno se queda.
Ya me advirtieron los compañeros que era un grupo de aúpa. Lo habían demostrado en sus tres años de Infantil. Como en aquel momento podía elegir, me animaron incluso a buscar otro destino más llevadero. No hice caso. Y no me arrepiento. He sido durante tres cursos su tutor y el doble, ya se dijo, su profesor de Lengua y de alguna asignatura más, como Ciudadanía (y ni por esas). No, no han cambiado. Genio y figura. Nunca me topé con tropa semejante. Y mira que ya son años en este noble oficio.
A su condición de habladores, ruidoso, inquietos, complicados, desobedientes y no sé cuántas cosas más, se une la de cariñosos, dicharacheros, divertidos, ocurrentes, listos y otro puñado de bondades que han hecho de mi trato con ellos, a modo de balance, un trabajo gustoso. Generalizo, sí. Cada persona es un mundo.
Saben que les voy a echar de menos. Los imborrables recuerdos de tantas mañanas y alguna fotografía de grupo (una de ellas, ante el jardín vertical, estará encima de mi mesa el próximo curso) los hará seguir presentes. Como el cuadro y la carta de Nacho. O la de Soraya. De ellos y de sus madres, preciso. Supongo que para recibir palabras así está uno en este ruinoso negocio. Gracias.
El último día de clase me rodearon y nos dimos un abrazo colectivo mientras botábamos y cantábamos el futbolístico oé. Era mi primera gansada en años. Para haberlo grabado. Como venían del recreo y estaban mojados, mi camisa se empapó de agua y de sudor. Me da, ay, que esa humana impregnación ya es para siempre.