De acontecimiento tildé aquí atrás la aparición en la coleccción Arrecifes de La Isla de Siltolá de la Poesía Completa de Julio Mariscal (Arcos de la Frontera, 1922-1977). No sé si exagero. Lo cierto es que la rica poesía española del XX y, en particular, la andaluza, pieza clave de aquella, estaría coja sin este libro. No estamos ante la edición ideal, ya que faltan sus versos inéditos, que no son pocos y dicen que de calidad indudable, pero se puede afirmar que los lectores contamos ya con un corpus digno del poeta que Mariscal llegó a ser, hecho que debemos a la estudiosa de su obra y prologuista del libro, Blanca Flores Cueto, y a su editor, Javier Sánchez Menéndez.
Acabo de decir prólogo y creo que me quedo corto. Por la extensión y por la enjundia de su trabajo, estamos ante algo más que una mera entradilla. Si bien académico, con aires de tesis, conviene precisar, es también personal y hasta apasionado, sobre todo en la defensa de un poeta, según ella, preterido injustamente y silenciado más de lo que su obra merecía. Insiste en ello Flores, y hace bien, pero ya se sabe que con respecto al canon y a los azares y caprichos que fijan a un autor en él, mejor no pronunciarse. Ni siquiera merece la pena intentar explicarlo, por más que sus razones -los versos del poeta- sean dignas de tener en cuenta. Vano resulta, en fin, preguntarse qué hubiera pasado si...
Que el arcense sigue siendo un poeta secreto, huelga decirlo. Uno, que tiene la misma edad que tenía cuando murió y que ejerce la misma profesión que él tuvo, la de maestro de escuela, uno, digo, conocía sus poemas a través de antologías. Generales, sí, pero también de su poesía, como la publicada por Renacimiento en su ejemplar colección a rayas, con selección del jerezano José Mateos y prólogo de Pedro Sevilla, poeta arcense también, un nombre imprescindible a la hora de acercarse a Mariscal, al que tan bien conoce y al que dedicara una significativa monografía (por eso Flores le cita tanto).
Su biografía y su poesía se mezclan, como en cualquier poeta (ya lo advirtió Paz), de forma inseparable. Estudió Magisterio, algo tarde, en Cádiz, donde conoció a los de la revista Platero (modelo para su posterior Alcaraván, el grupo que fundara, entre otros, junto a los hermanos Murciano) y recorrió parte de la geografía andaluza como maestro de pueblo: en Vejer, El Bosque, Paterna (donde profundizó en el flamenco, una de sus grandes pasiones)... Recaló, ya enfermo, en su lugar natal, una suerte de leopardiano y sureño Recanati, donde murió prematuramente, hastiado de una existencia que no le resultó sencilla. Sobre todo, a qué negarlo, por su homosexualidad, culpable y doliente, más para alguien de su época y con sus convicciones religiosas: creyente y miembro de distintas cofradías.
"Yo soy tímido", dijo en cierta ocasión. Desde luego, un solitario. Alguien ajeno, por eso, a premios y promociones, aunque desde su revista mantuviera correspondencia con otros poetas y su curiosidad literaria fuera, siquiera en sus primeros años, intensa. "Fiel a su personalidad", comenta Flores, la poesía era para él "una necesidad primaria", "su modo de vivir más auténtico", "una forma de autoexpresión".
Publicó en vida nueve libros. En colecciones andaluzas, aunque el segundo apareciera en un sello poderoso entonces: Adonais. Flores se ocupa de cada uno de ellos pormenorizadamente en su estudio introductorio.
Sus temas, podemos resumir: el amor, la religiosidad, la vida de los pueblos del Sur, el franquismo, la muerte (un asunto capital en este poeta, como en casi todos), la enfermedad y, cómo no, su homosexualidad, ese tabú (Tierra es eso, 32 sonetos dedicados al tema del "amor oscuro").
Para este lector, los mejores son Trébol de cuatro hojas (1976) y el póstumo Aún es hoy (1980), donde Mariscal torna hondo poeta elegiaco.
¿Fue "víctima de las circunstancias"?, como se pregunta Flores. ¿Quién no lo es? Escribió por necesidad, que es lo que importa. Sólo por eso. Y se nota. Su autenticidad, lo que de natural tienen sus versos, queda en ellos de sobra demostrado. Su estilo, sí, es "sobriedad y equilibrio". Quiso una "lengua clara, directa y justa; no fue un poeta rebuscado, ni barroco, ni tampoco intentó cambiar lo que hasta el momento en poesía se había creado", precisa Flores. Por lo demás, su métrica es tradicional (o clásica), como todo en general. Sus influencias: Juan Ramón, Machado, los del 27 (Alberti en especial), Miguel Hernández (clave en su etapa más comprometida, social incluso)...
Me llaman mucho la atención los títulos que eligió para sus poemas: exactos, concretos, limpios, elocuentes.
Algunas molestas erratas empañan lo mínimo esta notable edición de la poesía completa publicada por este poeta singular y necesario que hace más compleja y rica aún al famoso Grupo del 50, al que en rigor y por méritos propios pertenece.
Acabo de decir prólogo y creo que me quedo corto. Por la extensión y por la enjundia de su trabajo, estamos ante algo más que una mera entradilla. Si bien académico, con aires de tesis, conviene precisar, es también personal y hasta apasionado, sobre todo en la defensa de un poeta, según ella, preterido injustamente y silenciado más de lo que su obra merecía. Insiste en ello Flores, y hace bien, pero ya se sabe que con respecto al canon y a los azares y caprichos que fijan a un autor en él, mejor no pronunciarse. Ni siquiera merece la pena intentar explicarlo, por más que sus razones -los versos del poeta- sean dignas de tener en cuenta. Vano resulta, en fin, preguntarse qué hubiera pasado si...
Que el arcense sigue siendo un poeta secreto, huelga decirlo. Uno, que tiene la misma edad que tenía cuando murió y que ejerce la misma profesión que él tuvo, la de maestro de escuela, uno, digo, conocía sus poemas a través de antologías. Generales, sí, pero también de su poesía, como la publicada por Renacimiento en su ejemplar colección a rayas, con selección del jerezano José Mateos y prólogo de Pedro Sevilla, poeta arcense también, un nombre imprescindible a la hora de acercarse a Mariscal, al que tan bien conoce y al que dedicara una significativa monografía (por eso Flores le cita tanto).
Su biografía y su poesía se mezclan, como en cualquier poeta (ya lo advirtió Paz), de forma inseparable. Estudió Magisterio, algo tarde, en Cádiz, donde conoció a los de la revista Platero (modelo para su posterior Alcaraván, el grupo que fundara, entre otros, junto a los hermanos Murciano) y recorrió parte de la geografía andaluza como maestro de pueblo: en Vejer, El Bosque, Paterna (donde profundizó en el flamenco, una de sus grandes pasiones)... Recaló, ya enfermo, en su lugar natal, una suerte de leopardiano y sureño Recanati, donde murió prematuramente, hastiado de una existencia que no le resultó sencilla. Sobre todo, a qué negarlo, por su homosexualidad, culpable y doliente, más para alguien de su época y con sus convicciones religiosas: creyente y miembro de distintas cofradías.
"Yo soy tímido", dijo en cierta ocasión. Desde luego, un solitario. Alguien ajeno, por eso, a premios y promociones, aunque desde su revista mantuviera correspondencia con otros poetas y su curiosidad literaria fuera, siquiera en sus primeros años, intensa. "Fiel a su personalidad", comenta Flores, la poesía era para él "una necesidad primaria", "su modo de vivir más auténtico", "una forma de autoexpresión".
Publicó en vida nueve libros. En colecciones andaluzas, aunque el segundo apareciera en un sello poderoso entonces: Adonais. Flores se ocupa de cada uno de ellos pormenorizadamente en su estudio introductorio.
Sus temas, podemos resumir: el amor, la religiosidad, la vida de los pueblos del Sur, el franquismo, la muerte (un asunto capital en este poeta, como en casi todos), la enfermedad y, cómo no, su homosexualidad, ese tabú (Tierra es eso, 32 sonetos dedicados al tema del "amor oscuro").
Para este lector, los mejores son Trébol de cuatro hojas (1976) y el póstumo Aún es hoy (1980), donde Mariscal torna hondo poeta elegiaco.
¿Fue "víctima de las circunstancias"?, como se pregunta Flores. ¿Quién no lo es? Escribió por necesidad, que es lo que importa. Sólo por eso. Y se nota. Su autenticidad, lo que de natural tienen sus versos, queda en ellos de sobra demostrado. Su estilo, sí, es "sobriedad y equilibrio". Quiso una "lengua clara, directa y justa; no fue un poeta rebuscado, ni barroco, ni tampoco intentó cambiar lo que hasta el momento en poesía se había creado", precisa Flores. Por lo demás, su métrica es tradicional (o clásica), como todo en general. Sus influencias: Juan Ramón, Machado, los del 27 (Alberti en especial), Miguel Hernández (clave en su etapa más comprometida, social incluso)...
Me llaman mucho la atención los títulos que eligió para sus poemas: exactos, concretos, limpios, elocuentes.
Algunas molestas erratas empañan lo mínimo esta notable edición de la poesía completa publicada por este poeta singular y necesario que hace más compleja y rica aún al famoso Grupo del 50, al que en rigor y por méritos propios pertenece.