Como en el caso de Ángel García López, Cincuenta poemas (Antología personal 1989-2014), de José Luis Piquero, ha sido publicado por las andaluzas Ediciones de la Isla de Siltolá en su colección Arrecifes.
Piquero, asturiano de Mieres (1967) y residente en Islantilla, pertenece a la que José Luis García Martín, su primer mentor, denominara La generación del 99. El profesor y crítico le incluyó en un florilegio del mismo título y antes en otro denominado Selección nacional. Piquero ha sido también elegido por Luis Antonio de Villena para tres de sus numerosas antologías y no son las únicas en las que figura. Ángel L. Prieto de Paula, por ejemplo, le tuvo en cuenta para una de las más serias: Las moradas del verbo. Poetas españoles de la democracia. Esto quiere decir que, desde muy pronto, Piquero pasó a ser uno de los nombres imprescindibles del panorama poético patrio y no quedó, como tantos, fuera de los recuentos generacionales, un peaje que en este curioso país hay que pagar si quieres existir, digamos, como poeta.
El autor, fiel a la franqueza lírica que le caracteriza, afirma en la "Nota preliminar" que es "consciente de ser escritor lento y poco prolífico". No se considera un velocista, sino un corredor de fondo. De hecho, contabiliza en 112 todos los poemas, éditos o no, que ha escrito, lo que supone que en este libro se reúne la mitad de su producción. Hasta ahora, ha publicado Las ruinas (1989), El buen discípulo (1992) y Monstruos perfectos (1997, finalista del Premio Nacional de la Crítica), reunidos en Autopsia (2004), libro con el que obtuvo el Premio Ojo Crítico de Radio Nacional de España y el Premio de la Crítica de Asturias. Después, El fin de semana perdido (2009). Esta es, en consecuencia, su primera antología, otra rareza.
Que haya escrito poco o mucho importa lo justo. Más allá de las estadísticas, está la poesía, que es lo que interesa. Y aquí, poca o mucha, la hay.
A uno, como lector, le ha sorprendido la coherencia del conjunto y que, nunca mejor dicho, este hombre haya escrito a lo largo de su (media) vida un único libro, con independencia de su sucesiva publicación en distintos volúmenes que llevan títulos diferentes. Incluso los inéditos, en número de siete, parecen formar parte, ya digo, de la misma obra, algo que tampoco afecta a la calidad del conjunto.
Podría aplicársele lo que en su poética defendiera su compañero de colección, el citado poeta de Rota: que en poesía, lo que no es autobiografía es plagio. Eso sí, con el derecho a utilizar las máscaras debidas y a no identificar el personaje del poema con la persona que lo ha escrito. Con todo y con eso, Piquero está ahí, en esa otra cara del espejo que nos devuelve la realidad acaso más real.
La muerte, la mala vida, la noche, los excesos, las drogas y el sexo, los amigos, los amores, la infancia y sus metáforas son algunos de los asuntos que pueblan estos versos. Identificables a la legua. Mundo propio. Dichos en un tono conversacional y narrativo que fluye a través de poemas largos que se leen unas veces como pequeñas novelas y otras como breves tratados de moral escritos por alguien que no le hace ascos al odio y la maldad, a esos sentimientos y emociones que la mayor parte del gremio lírico considera inadecuados o poco elegantes, pero que son consustanciales a la condición humana. ¿Malditismo? ¿Realismo sucio? Puede que algo de eso haya, pero Piquero, aunque rime, no es, pongo por caso, Panero. Leopoldo María, quiero decir.
Algunos poemas, en fin, son memorables, esto es, "dignos de memoria" (DRAE). De "descarnados" los adjetivó su amigo Javier Rodríguez Marcos, que ha defendido su poesía a ultranza. Sí, "A Piquero debemos algunos de los poemas más descarnados que se hayan escrito sobre esa mezcla de atracción y desprecio que llena por momentos la amistad y el amor; siempre con el fondo de humanidad del que sabe que él también forma parte de la catástrofe".
A modo de curiosidad, y termino, diré que la peligrosa fotografía de la cubierta, donde se ve al poeta desafiante con un cigarrillo encendido en la mano, es obra de nuestro paisano y amigo Nicanor Gil, supongo que de cuando el poeta islantillano pasó por el Aula "José Antonio Gabriel y Galán" de Plasencia, ciudad donde tiene buenos amigos.