13.3.15

En vilo

José Muñoz Millanes (Navalmoral de la Mata, 1951) reúne en La palabra en vilo. Ensayos sobre el poeta enjuiciado (Editora Regional de Extremadura) tres acendrados estudios, de los cuales dos ya fueron publicados en su día, lo que no pone en cuestión la pertinencia de la obra. Unidos, forman un corpus que da lugar a un libro perfectamente armado y necesario. Sus protagonistas son Hugo Von Hofmannsthal y su Lord Chandos, Xavier Villaurrutia y su libro Nostalgia de la Muerte y Alberto Girri y su poesía, un austriaco del 900 y dos poetas hispanoamericanos del siglo pasado, mexicano y argentino respectivamente.
En la nota editorial se nos explica que "tratan de textos inspirados por la suspensión del lenguaje. Una suspensión que, paradójicamente, impulsa a escribir, ya que es dramática, conflictiva: está cargada de tensiones entre el autor y la realidad que pretende expresar. (...) El lenguaje en vilo, paralizado, invita a Lord Chandos a renunciar a su identidad: a perderse en el mundo, a volverse impersonal. A Girri lo lleva a aceptar dolorosamente sus límites: a la sobriedad, a la cautela, a la paciente insistencia. Y a Villaurrutia lo mortifica en una nocturna ceremonia ritual donde se desmonta la intencionalidad constitutiva de la autonomía del poeta."
Conviene ponderar, ante todo, que es un libro muy bien escrito. Además de rigurosamente pensado. Se aprecia en un estilo de apariencia neutra, nada aparatoso, donde el pensamiento fluye al mismo ritmo que las palabras para aportar claridad a lo que, por su naturaleza, tiende a lo oscuro; sobre todo en el primero de los ensayos, donde lo filosófico prima. Así, en "Una carta de Lord Chandos de Hofmannsthal: la elocuencia del mudo", que fue prólogo a su traducción de Una carta (de Lord Phillipp Chandos a Sir Francis Bacon), uno de esos textos fundamentales que nadie olvida una vez leído, encontramos referencias a obras de Kant, Benjamin, Deleuze, Freud, Anaximandro, Heidegger, Zambrano, Wittgenstein (Hofmannsthal, no se olvide, formó parte de su Viena)... Al fin y al cabo, como afirmó el autor del Tractatus, "Toda la filosofía es crítica del lenguaje". También a escritores como Hölderlin, Broch, Goethe, Rilke o Kafka. El germánico es un ámbito que Muñoz Millanes conoce bien, no en vano ha traducido, por ejemplo, a Benjamin (una presencia constante en su pensamiento) y Brecht. Unos y otros comparecen para dar luz a los asuntos de ese peligroso texto trágico sobre las "conflictivas relaciones entre el escritor y la realidad": la identidad, la parálisis espiritual (que está en su origen), la melancolía, lo indecible...
Es sorprendente la capacidad de asociación entre obras y autores de todas la épocas que despliega MM, con una naturalidad que desmiente cualquier atisbo de pedantería y erudición (mal entendida). En absoluto afectada, la cultura se abre paso a través de una sensibilidad capaz de aunar diferentes saberes según convenga al discurso: la filosofía, ya se dijo, la música, el arte, el cine o la literatura. No estamos sobrados en España (aunque MM resida en Nueva York desde hace décadas) de ensayistas literarios de su fuste, alejados por igual de lo meramente divulgativo o débil y de la aridez universitaria cargada, como suele, de retórica.
De melancólico a melancólico, MM pasa de Chandos a Villaurrutia, poeta de Contemporáneos, y hace en "El poeta y sus fantasmas: una lectura de Nostalgia de la Muerte de Xavier Villaurrutia" un lúcido, genial análisis en el que de nuevo se alude a Rilke, a su deseo de conseguir "la propia muerte". Para el mexicano, "la muerte es la sombra que acompaña la vida". Al fondo, lo erótico y amoroso (que en este poeta hay que unir a lo angélico y a su condición homosexual) y lo fantasmal (puro enigma). Según Paz, estamos ante un ser "insomne, lúcido, sin sueño". Ante un "desvelado". Sí, "Nada más inapropiable que los sueños". Tomás Segovia le imaginó en el "mundo intermedio del insomnio", entre sueño y vigilia. Angustiado hasta que vuelve de nuevo la luz del día. Un solitario, cómo el sujeto poético moderno. Y un narcisista. Quien escribió "Nocturno de la alcoba", un poema bellísimo que pertenece, por cierto, a ese libro.
Girri, el tercer protagonista de la obra, al que MM antologó y a quien dedica "Veinte aproximaciones a la poesía de Alberto Girri", fue un poeta "discursivo, mental". No de epifanías y fulguraciones, sino de rumia lenta. En la estirpe de Stevens o Benn, a los que tanto apreció. La suya fue (es) una poesía "crítica", reflexiva, "intelectual y abstracta", cercana a la filosofía y al ensayo. De "orden heroico", al decir de Murena: "la épica de un alma". "Poesía y poesía de la poesía", anota MM. A la "segunda potencia". Que "se observa a sí misma observar". "Escritura dolorosa y esforzada". Como Cioran, podría haber dicho: "Mi pensamiento es amargo".
Tuvo, como casi todos los pobres poetas, una "vida doble" (Benn dixit), escindida entre "las aventuras del pensamiento" y "la anodina existencia cotidiana" con sus consiguientes "miserias privadas".
Fue un "pesimista saludable", que diría Nietzsche. Su corriente: el "patetismo del pensamiento", como Unamuno. Siguiendo a Donne, ejecutado y verdugo. Siempre, como sus compañeros de reparto, en estado de atención: en vilo. Gente que mira "oblicuamente". En su caso, haciendo constantes variaciones sobre el mismo tema, al modo de esas naturalezas muertas de Gaya o Morandi. Su ideal: la austeridad expresiva. "El despojamiento como único acceso a la claridad". A favor de la sobriedad del esquematismo. Austero por modestia. Porque, afirmaba, es necesario "escribir como un notario" (algo que hubiera suscrito otro artista invitado: Gabriel Ferrater). Neutro en el tono. De ahí que, como en Borges o Cernuda, su modelo fuera la lírica inglesa, que tan bien tradujo. La sintaxis ("quebrada") es la matriz de su poesía. Una poesía del monólogo. Del soliloquio. Y fragmentaria, otro ineludible rasgo moderno.
Dejo para el final algo que acaso debería haber dicho al principio. Me refiero al libro en sí, a su bonito aspecto exterior y a su cuidada edición, fruto de la profesionalidad de María José Hernández (alma mater de la Editora, memoria viva de ese sello público, a la que tanto debemos por su labor callada, su entrega y perseverancia) y el savoir faire tipográfico de Julián Rodríguez y Juan Luis López Luis Espada. En su cubierta, un verdoso cuadro de Ramón Gaya titulado "Jardín Borda". Sí, el de Cuernavaca, que evoca la poesía del recién mencionado Luis Cernuda.