20.5.15

Lo que importa

Sí, a lo que importa, a lo que de verdad le importa, dedica el polifacético Antonio Rivero Taravillo, sevillano de Melilla (1963), su último libro, así titulado, precioso por fuera (Calle del Aire, Renacimiento) y más que interesante por dentro.
Abre el volumen un elocuente epígrafe del archicitado Ashbery acerca de la "monotonía de la perfección", que siempre conviene evitar en poesía. Él lo logra porque, más allá del dominio de la retórica o del oficio (no en vano es un excelente traductor, a sabiendas de que la traducción es acaso el mejor aprendizaje poético en lo que a su artesanía se refiere), sus poemas están muy apegados a la vida, donde aterrizan siempre. Frutos granados de esa relación, ya digo, los versos que componen esta variada y aun amplia muestra (128 páginas) de su saber hacer. Del suyo y del de un heterónimo que llamado, y no por nada, Humberto Fabbro, que, como él, presenta "caídas de ritmo aquí y allá"; deliberadas, en el caso de ART, y a resultas de cierta incapacidad para acertar con la cadencia (un decir) cuando se trata de verter al español los poemas de HF. 
Viajero por excelencia (Irlanda, México, Argentina, USA, Reino Unido...), no pocos poemas tienen relación con otros sitios y otras personas que, a veces, son escritores. Otro puñado tienen que ver con objetos o lugares muy concretos, una lección aprendida en autores del panorama anglosajón que él tan bien conoce, no hace falta citar nombres. Las ciruelas, el teléfono, el columpio... Un tercer grupo agruparía a los poemas breves, haikus a ratos. Otro, en fin, podría encuadrar a los dedicados a la lectura de las obras de otros. En lo temático, ya se ve, el abanico es amplio, tan extenso como la imagen que acaba uno adquiriendo de la obra. No falta lo amoroso y, en lo que respecta a los versos de HF, incluso lo erótico. Me da que Taravillo se aprovecha de ese poeta para dar rienda suelta a modos, maneras (atiéndase al vocabulario) y asuntos de los que su otro yo, más pudoroso tal vez, recela.
A poemas, digamos, de enjundia, extensos y de estricta composición, les suceden otros mucho más breves y circunstanciales sin que por ello queramos dar a entender que menos importantes o insustanciales. Esa mezcla es fundamental para comprender la obra en su conjunto, que alterna lo meditativo y lo experiencial, lo oriental con lo puramente castellano (no digo español). Y siempre, cómo no, la sombra alargada y nutricia de la lírica anglosajona que, en su caso, implica retrotraerse hasta los orígenes más remotos de esa lengua y, en consecuencia, de esa literatura.
Para terminar, me apetece fijarme en un poema que me ha llamado especialmente la atención: "Cenizas", donde escribe: "... la desmemoria. / Siempre la inconsistencia. / Lo que se esfuma." Él alude a las cenizas. (Y no a unas cualquiera: "Hoy me traéis / nítido a mi padre hace cuarenta años.") Uno, yendo más allá, no sé si con tino, se le antojan palabras aplicables a su poética: en la fragilidad que los sostienen, los versos de ART planean sobre la versatilidad y nos ayudan a fijar, gracias a la fuerza de la memoria, lo que por su naturaleza mortal se desvanece.