3.7.15

Knopfli

Ya sabíamos que la poesía portuguesa, larga en el tiempo, era una de las grandes tradiciones líricas del siglo XX, como la italiana, la griega o la española. Que, por eso, su canon es extenso y, como se deduce, en continuo movimiento. Ni siquiera un lector medianamente avisado (no del todo informado, como Martín López-Vega), que ha seguido pronto y de cerca (gracias, en principio, a mi viejo amigo Ángel Campos Pámpano) la poesía del país vecino, a la que venera, había reparado en uno de esos nombres perdidos u olvidados que merecerían estar entre los mejores, lo que en el caso luso, insisto, agrupa a muchos. Ese nombre, un tanto raro (en más de un sentido, como se verá) es el de Rui Knopfli, nacido en Inhambane, Mozambique, en 1932 (pero residente desde muy pequeño en Lourenço Marques, luego Maputo) y muerto en Lisboa, unos meses después de regresar de Londres, donde había vivido veinte años, en 1997. Sí, a veces la poesía portuguesa contemporánea podría compararse a ese baúl lleno de inéditos que dejó a su muerte el poeta nacional por excelencia, Fernando Pessoa. Un auténtico tesoro. De ahí parece haberlo sacado Luis María Marina, que culmina su etapa diplomática en Portugal por todo lo alto: además del libro que traemos aquí, las Tentaciones de Lisboa (Trea-Editora Regional de Extremadura), en torno al cuadro de El Bosco, que presentó en la capital acompañado, ahí es nada, de Eduardo Lourenço y Nuno Júdice, y unos diarios mexicanos (2008-2010) reunidos bajo el título El cuento de los días (Cexeci-Gobierno de Extremadura) que anda uno leyendo (donde se cita a Knopfli), por no hablar de otra antología reciente, la del portugués, cómo no, Ramos Rosa. Lo curioso es que hace nada presentábamos en este rincón la primera entrega de la poesía de otro recién llegado a España, Daniel Faria, que rescató para los lectores patrios lo mismo que había hecho con otro, digamos, desconocido: Alberto de Lacerda. Ahora, decíamos, reúne poemas de Rui Knopfli en un volumen titulado El país de los otros y lo publica la Editora Regional de Extremadura, loado sea, en la colección Poesía y dentro de la línea Letras Portuguesas que él mismo dirige.   
En el prólogo, impecable, Marina califica a Knopfli como "una de las voces más singulares de la poesía en lengua portuguesa del siglo XX". Paradójicamente, no quiere eso decir que su voz poética sea complicada o hermética, para pocos, sino todo lo contrario. Es singular por única o propia, no por rebuscada, oscura o pirotécnica. Al revés. Poco se presta al juego, ya sea verbal o interpretativo.
Le califica de poeta solitario, "siempre solo" y eso porque "habla con sus propias palabras" y ni se casa con nadie ni se calla. De ahí, deduce Marina, tal vez su olvido. Deliberado, injusto.
La suya es una poesía del "yo", subjetiva. Léase el estupendo "Ars poética 63", que empieza: "¿Cómo escribir versos?" Y de estirpe humanista. Y, por eso, en esencia, europea.
Su mundo se ubica, sobre todo, en Lourenço Marques (que es una y cualquiera, como "la aldea" de Caeiro, como todas), de donde en realidad era, donde pasó parte de su infancia ("Te amo, ciudad de la infancia"), su adolescencia y parte de su juventud; de donde fue expulsado en 1975 "por delito de opinión", como narra en su magnífico poema "Aeropuerto"; de donde saldría sin salir camino de la metrópolis, Lisboa, para pasar, casi de inmediato, a labores diplomáticas en la embajada de Portugal en Londres.
R. K. por João Francisco Vilhena
Como tantos poetas portugueses -parece un estigma- fue un exiliado en el pleno sentido del término. De hecho, todo poeta en rigor lo es, como explica con meridiana claridad Marina. "Patria es solo la lengua en que me digo", escribió, en el último verso de uno de sus grandes poemas: "Patria". 
Fue un lector insaciable y muy "anglo", algo normal si tenemos en cuenta que desde Pessoa (y luego Sena) la tradición lírica portuguesa entronca con la anglosajona. Y ahí, Eliot, una huella que cualquier lector atento percibe en los versos del mozambiqueño. Con la sutileza debida, claro.
Cuando uno empieza a leer esta antología, no deja de asombrase. Desde el primer poema, me atrevo a decir, y hasta el último. Hay hitos: "Retorno", "Nacionalidad" ("Europeo, me dicen"), "Carta a un amor" (excelente), "Pessoa revisited", "Hidrografía" (otro poema perfecto: "Bellos como los ríos son / los nombres de los ríos de la vieja Europa"), "À Paris" (un poema que dedicaría a Zoki: "Mi París es Johannesburgo", dice, y que está lleno de música de jazz), "¿Qué pasa, Rui?" ("¿Qué pasa Rui? No me digas / que vas ahora a emocionarte..."), "Posteridad" (bellísimo), "El viejo" (emocionante: "El viejo siempre ha vivido en mí"), "Herencia" (donde alude a los poetas de su estirpe), "Telegrama" (y la madre), "Autorretrato" ("De portugués tengo..." "De suizo tengo, herencia de mi bisabuelo, / un reloj de bolsillo antiguo y un vago, extraño nombre."), "Cántico negro" (cuyos primeros versos me recordaron a Gonzalo Hidalgo y donde leemos: "Estoy solo. / No parcialmente, sino rigurosamente / solo, anomalía desértica en pleno vergel" (...) "Prefiero las minorías. / De algunos. De pocos. De uno solo si hace / falta"), "Plaza Siete de Marzo" (el padre), "Proposición" (""Siglos de aprendizaje / me han enseñado una humildad serena. Al escribir, / me escribo, reconciliado con los agravios / soportado y las ofensas infligidas"), "Las imágenes rotas" (un poema tan extenso como intenso), "Memoria de Kish" (que le gustaría a mi amigo Néstor), "Inventario" (otro de los grandes), "Memoria consentida" (en plena depresión londinense), "Dana" ("aún resiste, en la memoria, una ciudad") y "Los orígenes" ("Me detengo ante el panteón familiar. / Vila Viçosa, Alentejo profundo. Al cabo, todo / empezó aquí". Y ahí acabó: es donde está enterrado. Por suerte, su poesía sigue viva. Casi recién nacida en español. Una suerte.

NOTA: Antes de esta antología sólo había otro libro de Knopfli publicado en España: La isla de Próspero, itinerario poético de la isla de Mozambique, Diputación provincial de Málaga, en traducción de María Joâo das Neves y Darío Suárez Serón.