14.10.15

De la crítica

Reich-Ranicki
He leído con no poca desazón un librito de apariencia modesta pero lleno de enjundia titulado Sobre la crítica literaria, de Marcel Reich-Ranicki (Elba). Del famoso crítico alemán, judío de origen polaco, y, cabe precisar, de Ignacio Echevarría, enfant terrible de la crítica patria, cuyo epílogo -un ensayo en toda regla- ocupa casi la mitad del volumen. A esa lectura se ha sumado luego una entrevista con éste, publicada en El Cultural, revista donde ejerce como crítico.
Tanto me han afectado esas páginas que llegué a tomar la drástica determinación de abandonar este blog, decisión que comuniqué a algunos allegados y que luego dejé caer, como quien no quiere la cosa, en el dichoso Facebook. Los comentarios de unos y de otras en contra de la tajante medida me han hecho, de momento, sólo de momento, recapacitar. Veremos.
¿Qué le ha turbado tanto a éste?, se preguntará alguno. Sobra decir que, aunque he firmado numerosas reseñas en periódicos, revistas y medios digitales, nunca me he considerado un crítico literario al uso. Ni siquiera "dominguero", como dice con sorna el alemán. Porque en rigor, no lo soy. Si acaso un lector con criterio, o eso espero, que ha opinado acerca de algunos libros que ha leído. ¿Entonces? Sí, a pesar de eso, algunas consideraciones de Reich-Ranicki, en absoluto novedosas pero muy bien traídas, dignas de ser pensadas, que se apoyan en citas incontestables y de gran lucidez, y las no menos lúcidas de Echevarría, me han hecho reparar en mi empeño y han agudizado todavía más las numerosas dudas que a uno le atenazaban respecto a esta delicada labor. En especial en lo relativo a si es necesario o no publicar reseñas de libros que a uno no le han gustado. Poco o nada. Si, en suma, se ha de hacer crítica negativa. Uno, siguiendo a Auden (quien dijo que "no puedes reseñar un libro malo sin lucirte"), opina, al menos hasta ahora, que no merece ocuparse de lo que no creemos digno de elogio, que los libros malogrados pasarán a mejor vida sin necesidad de que los señalemos. Atacar a los malos libros es inútil, estima Auden y recuerdan Reich-Ranicki y Echevarría, "porque perecerán de todos modos". Más allá, se publican tantas obras que para qué perder el tiempo con las que no merecen la pena. Según nuestro criterio, claro. Lo de hacer sangre siempre es penoso, duro para las dos partes: quien critica y el autor del libro criticado. Y todo porque lo personal se impone, como es obvio. Cualquier reserva es entendida como ataque ad hominem, aunque no sea tal. Por otra parte, reconozco que leo libros muy celebrados por mis colegas, digamos, personas cuyo juicio respeto, y más aún por los lectores que, sin embargo, se me caen de las manos; que me gustaría, digamos, desmontar. Por falaces. O por fallidos. Ganas me dan de poner incluso un par de ejemplos. Creo tener razones fundadas para publicar esos análisis, pero me callo. Lo peor, más allá de que los farsantes se vayan de rositas, es esa rara sensación de ser el único que al parecer disiente.
El silencio, que es también una forma de crítica, acaso la más dura, no siempre sirve. Da lugar a confusión, porque no puedes hablar de todos los libros buenos que se publican y eso, repito, da a entender lo que no es. Ya lo he mencionado aquí alguna vez. Por no hablar de otra anómala impresión: la de que, al citar siempre elogiosamente y en positivo, parezca que uno vive en los mundos de Jauja.
En esas estamos. Sé bien que en una sociedad cainita como la nuestra, también en lo literario, el salto a ese tipo de crítica negativa ocasionaría demasiados problemas. Y eso que la pobre poesía es invisible y que uno, desde este apartado rincón, no deja de ser un vulgar y digno don nadie. Contingente, no necesario, que diría un personaje de Amanece, que no es poco.
En fin, bonita encrucijada. En especial para uno, ya digo, un simple lector que se atreve a opinar. Que comparte, si acaso, su pequeña verdad.