Me extrañó mucho que apareciera en Babelia y en plena canícula una breve reseña de Ángel Rupérez sobre Cicatriz, de Charles Wright, nacido en un pueblo de Tennessee en 1935, uno de los grandes poetas norteamericanos del siglo XX aunque no figure en el famoso canon del señor Bloom. Porque el libro salió en octubre del año pasado (cuando Tánger) y, más aún, por la coincidencia: lo tenía entre manos en ese momento. Cabe añadir que es, con otra de Cuadernos del Sur, del Diario Córdoba, la única reseña publicada en los suplementos.
No es la primera vez que viene a este rincón la poesía de Wright. En otra ocasión mencioné aquí Una breve historia de la sombra, de la desaparecida DVD, que compré en Cádiz en la Semana Santa de 2009. Para completar su bibliografía en castellano (y en España), añadiré dos títulos: Potrillo (publicado, como éste, en Vaso Roto) y Zodiaco negro (Pre-Textos) Con todo, la impresión que me ha producido la lectura de Cicatriz, muy bien traducido por Carlos Jiménez Arribas, no la recuerdo comparable a la de esas otras obras que cito. Sí, de lo mejor que uno ha leído últimamente.
Para empezar, cuesta creer que Cicatriz se publicara cuando el poeta había sobrepasado los setenta años (por lo que debió escribirse ya avanzada la sesentena). Para seguir, me contradigo de inmediato, es posible que lo que allí se dice y cómo se dice exija que haya pasado por encima de uno la vida, o casi. La vivida en sus lugares de origen, un paisaje al que Wright ha permanecido siempre fiel, y a algunos de Italia, donde estuvo en 1959 como miembro del Destacamento 430 de la División CIC. Siquiera en parte, es un libro escrito desde la memoria.
Los versículos que conforman cada poema, que varían en extensión, no se adecúa al tono que suele compaginarse con ese tipo de textos: inspirado e hímnico; con frecuencia, palabrero y pomposo. Sí a la lentitud, diríamos, que caracteriza su poesía; "una cierta parsimonia, un andar lento que deviene densidad verbal y reflexiva", en palabras del editor, Jordi Doce.
Sorprende la mezcla perfecta entre descripción exterior (del afuera: el paisaje, la naturaleza) con la meditación o reflexión interior (el adentro: la intimidad, la autobiografía). Descripción, cabe añadir, nada decorativa o evidente, cargada de certeras metáforas. Pensamiento que no oscurece la naturalidad acerca de lo que uno se pregunta. La hondura de estos versos aflora con una claridad luminosa y en nada estorba a la intención, ya digo, reflexiva.
Puede que su condición de traductor de los poetas italianos Montale y Campana, así como las frecuentes referencias a la poesía china (explicitada en las "Notas") den pistas fiables sobre la manera de proceder de Wright.
De las tres partes -tres números- que componen el libro, la central, formada por dos extensos poemas extensos que tiene por título "Cicatriz", es en sí misma una obra maestra. En las que la envuelven también encontramos poemas excepcionales: "La generación silenciosa" (I y II), "Cántico de las tierras altas" y "Primavera de las tierras altas", "Breve historia de mi vida", "Confesiones de un hombre que canta y baila", "Días de Facultad", "Arte menor de la autodefensa" (un poema perfecto), "Ponte a trabajar", "El norte", "Pequeño paisaje", "Sacre"...
Entre otros, he subrayado estos versos: "Déjate llevar, vive tu vida". "El mundo es un jardín desolado". "«Solo el idioma es lo perenne, / todo lo demás es pasajero»". Parece que nuestras vidas sean un recuerdo / que cierta vez tuvimos en algún lugar". "El emblema de la memoria es el abismo, y eso no es ninguna metáfora". "Alguien que sabe lo poco que sabe / es como el hombre que ha llegado a un claro del bosque, / y ve un haz de luz, / y de pronto siente lo feliz que fue su vida". "Lo que hay que decir no se puede decir, / parece ser; nadie tiene ni idea, / ni siquiera, parece ser, el paisaje". "¿Por qué nunca se cansa uno de mirar hacia lo obvio?" Es imposible decirle adiós al pasado". "Uno nunca se acostumbra a esto: / a la inmensidad y a lo absoluto". "El norte es donde vamos cuando no nos queda sitio adonde ir". "No es gran cosa la vida, pero me la quedo". "Hay cosas sobre las que no podemos escribir, hay viajes / tan largos y sagrados que no podemos emprenderlos".
En dos, por fin, se podría resumir su poética: "Solo el mundo con su gracia oscura. / Y yo he intentado retratarlo". ¡Y cómo!
Para empezar, cuesta creer que Cicatriz se publicara cuando el poeta había sobrepasado los setenta años (por lo que debió escribirse ya avanzada la sesentena). Para seguir, me contradigo de inmediato, es posible que lo que allí se dice y cómo se dice exija que haya pasado por encima de uno la vida, o casi. La vivida en sus lugares de origen, un paisaje al que Wright ha permanecido siempre fiel, y a algunos de Italia, donde estuvo en 1959 como miembro del Destacamento 430 de la División CIC. Siquiera en parte, es un libro escrito desde la memoria.
Los versículos que conforman cada poema, que varían en extensión, no se adecúa al tono que suele compaginarse con ese tipo de textos: inspirado e hímnico; con frecuencia, palabrero y pomposo. Sí a la lentitud, diríamos, que caracteriza su poesía; "una cierta parsimonia, un andar lento que deviene densidad verbal y reflexiva", en palabras del editor, Jordi Doce.
Sorprende la mezcla perfecta entre descripción exterior (del afuera: el paisaje, la naturaleza) con la meditación o reflexión interior (el adentro: la intimidad, la autobiografía). Descripción, cabe añadir, nada decorativa o evidente, cargada de certeras metáforas. Pensamiento que no oscurece la naturalidad acerca de lo que uno se pregunta. La hondura de estos versos aflora con una claridad luminosa y en nada estorba a la intención, ya digo, reflexiva.
Puede que su condición de traductor de los poetas italianos Montale y Campana, así como las frecuentes referencias a la poesía china (explicitada en las "Notas") den pistas fiables sobre la manera de proceder de Wright.
De las tres partes -tres números- que componen el libro, la central, formada por dos extensos poemas extensos que tiene por título "Cicatriz", es en sí misma una obra maestra. En las que la envuelven también encontramos poemas excepcionales: "La generación silenciosa" (I y II), "Cántico de las tierras altas" y "Primavera de las tierras altas", "Breve historia de mi vida", "Confesiones de un hombre que canta y baila", "Días de Facultad", "Arte menor de la autodefensa" (un poema perfecto), "Ponte a trabajar", "El norte", "Pequeño paisaje", "Sacre"...
Entre otros, he subrayado estos versos: "Déjate llevar, vive tu vida". "El mundo es un jardín desolado". "«Solo el idioma es lo perenne, / todo lo demás es pasajero»". Parece que nuestras vidas sean un recuerdo / que cierta vez tuvimos en algún lugar". "El emblema de la memoria es el abismo, y eso no es ninguna metáfora". "Alguien que sabe lo poco que sabe / es como el hombre que ha llegado a un claro del bosque, / y ve un haz de luz, / y de pronto siente lo feliz que fue su vida". "Lo que hay que decir no se puede decir, / parece ser; nadie tiene ni idea, / ni siquiera, parece ser, el paisaje". "¿Por qué nunca se cansa uno de mirar hacia lo obvio?" Es imposible decirle adiós al pasado". "Uno nunca se acostumbra a esto: / a la inmensidad y a lo absoluto". "El norte es donde vamos cuando no nos queda sitio adonde ir". "No es gran cosa la vida, pero me la quedo". "Hay cosas sobre las que no podemos escribir, hay viajes / tan largos y sagrados que no podemos emprenderlos".
En dos, por fin, se podría resumir su poética: "Solo el mundo con su gracia oscura. / Y yo he intentado retratarlo". ¡Y cómo!