Suplicaréis clemencia es el segundo libro de poemas que publica Víctor Martín Iglesias (Plasencia, 1985). Aparece en el sello La Isla de Siltolá, acaso el que más atención presta a los jóvenes en este lírico país. El primero, recordarán, se titulaba Cómo hemos llegado a esto y vio la luz en la editorial Casavaria Publishing de New Jersey, EE.UU, si bien tuvo una reedición posterior en Ediciones Liliputienses.
Su tono no varía demasiado respecto a aquella primera entrega, si bien se aprecia una mayor madurez en lo que a esa voz respecta. El personaje poético que construye Martín Iglesias tiene mucho que ver con él mismo, o eso nos tememos. Un hombre desengañado, a pesar de la edad, que inaugura la treintena con la pesada carga de las insatisfacciones y las frustraciones propias de la gente de su generación y, por ende, de todas las de esta época; tan aciaga, supongo, como las anteriores y las que seguirán.
Treinta poemas componen el grueso de la obra a la que VMI ha añadido una sección titulada "Rarezas y Caras B".
Directo en sus planteamientos ("perturba contemplarse a la intemperie"), "Manual de primeros auxilios" condensa, en cuatro partes, una particular forma de expresar que se acompasa a una determinada manera de vivir, siempre en el límite.
Partidario de cantar (como recomienda Beckett en una de las citas que abre el volumen), el ritmo, veloz (como este tiempo), evoca una música concreta; canciones desgarradas que, paradójicamente, están llenas de pasión y de vida. Al fondo, el peso y el paso de los años, ese llegar a ser (o a no ser, que como dice Ricardo Lezón, es lo que más cuesta) lo que no o sí queríamos.
"No sé por qué escribo. A mí no me pregunten", escribe. Y en el mismo poema añade: "Todo menos sentarme y escribir / que pude ser maestro / pero preferí hacerme adivino / y no encuentro diferencias notables / entre las manos de un poeta y las de un ejecutivo".
En "El ciclo de la vida" no puede ser más explícito: "Nacer, crecer, / cometer los mismos errores que la gente, / contratar a una latinoamericana que nos cuide, / morir".
Protagonista de sus propios poemas, con nombre y apellido, a la manera de su admirado Gil de Biedma (o de Luis Alberto de Cuenca y algunos malditos como Piquero y Vilas o, ya más cerca, de su amigo y compañero de colección Víctor Peña Dacosta), adopta la ironía como tabla de salvación y de ahí al humor, por negro que sea, sólo hay un paso. En el juanramoniano "Yo no soy yo" (la otredad es asunto de capital importancia aquí), en "Víctor Martín: instrucciones de uso" o en "Curriculum vitae", por ejemplo. "Mi historia es una larga lista de abandonos, / absurdos errores de bulto / y súbitos ataques de cobardía", resume. "Soy el programa que no responde".
En "Final" leemos: "Aspiro solo a desaparecerme". Y: "me gusta más beber que andar con libros". También: "Siempre tuve algo de perro. De perro / callejero. en cualquier sitio incómodo / y a la vez harto ya de su camino". "No hay sitio para ti en este lugar", leemos en "Party Pooper".
Poesía, la de VMI, ácida y dulce a la vez. Que se lee con sentimientos encontrados, como los que manifiesta en sus versos este viejo poeta joven que parece venir, entre confuso y confiado, de algún viaje lejano o de una guerra. Poesía de un hombre que confiesa: "Aún confío en no educar un hijo". Que no conoce "otros precipicios / que el de los libros y el de la cerveza". Que, en fin, ha adquirido la "extraña costumbre" de escribir un soneto cada dieciocho de marzo, el día de su cumpleaños. Desde los veintiocho. Y van tres. Que dure.
Su tono no varía demasiado respecto a aquella primera entrega, si bien se aprecia una mayor madurez en lo que a esa voz respecta. El personaje poético que construye Martín Iglesias tiene mucho que ver con él mismo, o eso nos tememos. Un hombre desengañado, a pesar de la edad, que inaugura la treintena con la pesada carga de las insatisfacciones y las frustraciones propias de la gente de su generación y, por ende, de todas las de esta época; tan aciaga, supongo, como las anteriores y las que seguirán.
Treinta poemas componen el grueso de la obra a la que VMI ha añadido una sección titulada "Rarezas y Caras B".
Directo en sus planteamientos ("perturba contemplarse a la intemperie"), "Manual de primeros auxilios" condensa, en cuatro partes, una particular forma de expresar que se acompasa a una determinada manera de vivir, siempre en el límite.
Partidario de cantar (como recomienda Beckett en una de las citas que abre el volumen), el ritmo, veloz (como este tiempo), evoca una música concreta; canciones desgarradas que, paradójicamente, están llenas de pasión y de vida. Al fondo, el peso y el paso de los años, ese llegar a ser (o a no ser, que como dice Ricardo Lezón, es lo que más cuesta) lo que no o sí queríamos.
"No sé por qué escribo. A mí no me pregunten", escribe. Y en el mismo poema añade: "Todo menos sentarme y escribir / que pude ser maestro / pero preferí hacerme adivino / y no encuentro diferencias notables / entre las manos de un poeta y las de un ejecutivo".
En "El ciclo de la vida" no puede ser más explícito: "Nacer, crecer, / cometer los mismos errores que la gente, / contratar a una latinoamericana que nos cuide, / morir".
Protagonista de sus propios poemas, con nombre y apellido, a la manera de su admirado Gil de Biedma (o de Luis Alberto de Cuenca y algunos malditos como Piquero y Vilas o, ya más cerca, de su amigo y compañero de colección Víctor Peña Dacosta), adopta la ironía como tabla de salvación y de ahí al humor, por negro que sea, sólo hay un paso. En el juanramoniano "Yo no soy yo" (la otredad es asunto de capital importancia aquí), en "Víctor Martín: instrucciones de uso" o en "Curriculum vitae", por ejemplo. "Mi historia es una larga lista de abandonos, / absurdos errores de bulto / y súbitos ataques de cobardía", resume. "Soy el programa que no responde".
En "Final" leemos: "Aspiro solo a desaparecerme". Y: "me gusta más beber que andar con libros". También: "Siempre tuve algo de perro. De perro / callejero. en cualquier sitio incómodo / y a la vez harto ya de su camino". "No hay sitio para ti en este lugar", leemos en "Party Pooper".
Poesía, la de VMI, ácida y dulce a la vez. Que se lee con sentimientos encontrados, como los que manifiesta en sus versos este viejo poeta joven que parece venir, entre confuso y confiado, de algún viaje lejano o de una guerra. Poesía de un hombre que confiesa: "Aún confío en no educar un hijo". Que no conoce "otros precipicios / que el de los libros y el de la cerveza". Que, en fin, ha adquirido la "extraña costumbre" de escribir un soneto cada dieciocho de marzo, el día de su cumpleaños. Desde los veintiocho. Y van tres. Que dure.