7.6.16

César Simón: un rescate (o dos)

Con motivo de la salida a escena en Pre-Textos de la Poesía completa de César Simón, todo un acontecimiento, y a la espera de la reseña pertinente, rescato un texto que envié para el homenaje que dedicó al poeta valenciano la revista La siesta del lobo, que dirigía Arturo Tendero. Apareció en 2002, dentro del monográfico número 14. El título juega con el de uno de sus libros: Quince fragmentos sobre un único tema: el tema único.

DOS FRAGMENTOS SOBRE UN TEMA ÚNICO: LA POESÍA DE CÉSAR SIMÓN 


Para un joven, incipiente y poco documentado poeta de provincia, descubrir en 1983, a través de la revista valenciana Quervo (una revista de provincia que leía para evitar ser provinciano), a dos poetas de la categoría de Francisco Brines (al que por aquel entonces no era fácil leer porque sus libros o eran difíciles de conseguir o estaban agotados) y de César Simón fue toda una agradabilísima sorpresa. Leer a maestros así a tan temprana edad suele ser una pequeña garantía para encarar la difícil tarea de la perseverancia, que, como a nadie se le escapa, es condición ineludible y fatal para alcanzar la dudosa condición de poeta. Precisamente de César Simón aprendí una temprana lección de reconocible cuño cernudiano (que luego he venido repitiendo en mis inevitables poéticas), a saber, que serlo es antes que nada una cuestión de carácter; al menos hasta que se configure definitivamente el mapa del genoma humano, y aun así. La poesía de César Simón se me anticipó desde entonces como imprescindible. Otro tanto me pasó con el poeta, con la buena persona que era, cuando lo conocí, primero por carta y después personalmente. Carece de importancia, aunque fastidie, que a pesar de eso su poesía haya pasado y siga pasando desapercibida para buena parte de los lectores y de la crítica. O que quienes al parecer sí la valoran hayan dejado sus poemas fuera de los manuales, los cánones y las antologías, o que, más allá, desde su reconocida altivez, se limiten a mencionarlo de pasada (como si no le debieran nada) y a pie seguido le excluyan de su listado oficial de poetas y lo echen, por fin, al nutrido saco de los poetas ninguneados o prohibidos. Da lo mismo. Ser un poeta sin generación, rótulo, escuela o grupo acabará siendo, por mera cuestión de higiene poética y por saturación manifiesta en el mercado de las gangas, una garantía de continuidad o de supervivencia, si no la única. Sí, puede que la concesión del premio Loewe a uno de sus últimos libros cambiara un poco las cosas. Fue, en todo caso, circunstancialmente. Estos asuntos, ya se sabe, se dirimen a otra edad o en otros foros; siempre mediante bien armadas componendas y nunca en razón de tal o cual libro. Eso sí, no faltan, para despistar, curiosos rescates y hasta premios pre o postmortem que vengan a restituir al poeta, siquiera sea provisionalmente, en el escalafón, otorgándole el merecido peldaño antes injustamente usurpado; evidentemente, por los mismos. Dicen que el tiempo es el verdadero juez y el crítico sin duda más sagaz. No lo dudo, pero mientras decide o no, van decidiendo en su lugar otros más vivos. En consecuencia, una poesía, en rigor, importante acaba siendo una perfecta desconocida para buena parte de sus lectores contemporáneos. Por fortuna, algunos incautos nos hemos dado cuenta a tiempo de ese hecho y hemos leído y leemos y seguiremos leyendo la poesía César Simón, arbitrariedades poéticas al margen. 

II 

Acaso debería razonar ahora, de forma sucinta, las afirmaciones vertidas más arriba, no vaya a ser que parezcan fruto de algo que detesto: el amiguismo. 
Diré de antemano (lo recordaré, más bien), que la poesía no necesita justificación. Es, y basta. Se sostiene, en todo caso, a sí misma. Ante ella, sólo un lector. 
En la de César Simón encuentro algunas categorías que avalan, ya decía, cuanto afirmo. Así, para empezar, observo que su obra breve (que se manifestó tardía) atiende a una necesidad de decir y no a un innecesario y cansino repetirse. Es una poesía escrita en función de una sabia contención lo que, a la postre, la dota de una rara intensidad. Es la suya una poesía que recuerda el verso de Montale: áspera y esencial. 
Me apresuro a decir, aunque a estas alturas de la historia parezca casi un chiste, que tras esa necesidad, o por ella, se manifiesta una voz única, personal, que sólo suena a sí misma. Sus poemas no participan de esa categoría de poema-mix tan en boga, ni son, por lo mismo, meras falsillas de una receta archicopiada. 
Para seguir, no aprecio al leerla interferencias de lírico sabidillo (y, por eso, retórico) y sí referencias sutiles de la incesante tradición de la que su poesía es arte y parte. No en vano se nace a orillas de un mar que ha traído y llevado tantas y tan ricas maneras de ser y de decir; sucesivas apariciones de un mismo talante. Precisamente admiro de su poesía el paisaje, esa enigmática escenografía donde se desarrollan sus poemas y las páginas de sus diarios (pura poesía también). Territorio reconocible y aun conocido, pero llevado al poema con la debida capacidad de sugerencia y ambigüedad que al tratamiento de la naturaleza le cabe en este mundo descompuesto y viejo. 
Siento muy cercana -cuestión de afinidades electivas- la aquilatada mezcla de experiencia y pensamiento que reúnen sus poemas. Me atrevo a traer a colación (a título de ejemplo y a riesgo de pecar de obvio) un nombre capital de la poesía española de este siglo: Juan Gil-Albert. Su sola mención ofrece por mí el argumento que insinúo. 
Otro aspecto que destacaría de la poesía de César Simón, y que enlaza directamente con el anterior, es su humanidad. ¿Qué quiero decir? Sencillamente que su gran protagonista es el hombre. No es su tema la propia poesía, o el amor, o el tiempo. No al menos así, a secas. Esos temas están ahí poblando la acompañada soledad de su sujeto poético, un personaje que sabe que la poesía pertenece a la tradición del humanismo, como nos recordara Czeslaw Milosz.
Esta operación de palabras sustanciales que engloba la poesía toda de César Simón es tan inabarcable como poderosa. Humilde de apariencia, porque es lúcida, y profunda, muy profunda, porque es clara y limpia. Me felicito de haberla conocido tan a tiempo y me alegra que tan a destiempo se la celebre, como es, por otra parte, mediterráneamente sabio y razonable.

Álvaro Valverde

Nota: En la revista mexicana Letras Libres publiqué en junio de 2004, ¡cómo pasa el tiempo!, un artículo sobre un viaje a Valencia con el autor de Extravío al fondo: "Recordando a César Simón". Por si alguien quisiera seguir un rato más con el poeta. Y con uno, claro. 
Aquél está incluido en la amplia bibliografía de Begoña Pozo que incluye la edición de Pre-Textos. Éste, no.