Jesús Munárriz
Hiperión, Madrid, 2017. 65 páginas.
Con más de veinte libros de poesía a sus espaldas, numerosas antologías que la compendian y otras tantas traducciones de poetas alemanes, franceses, ingleses, portugueses, etc., el “teóricamente jubilado” editor Jesús Munárriz, navarro de San Sebastián (1940), da a las prensas un libro con “ritmo de jaiku” formado “por acumulación”, según nos explica, escrito “a lo largo de una década” (fechado entre mayo de 2008 y enero de 2017), que iba a titularse Del siglo en que nací, al que luego le antepuso el rótulo del primer libro de Borges, por siempre inédito, y, al final, añadió lo del cuento triste.
No es
casualidad que vea la luz cien años después del triunfo de la Revolución Rusa,
que “está en el origen de su escritura”. Y añade: “«Todas mis composiciones líricas
son poemas de circunstancias» dijo Goethe, así que no tengo por qué
avergonzarme de que los míos también lo sean”. Fiel a su poética, Munárriz
mantiene que “Las
vidas de los humanos nunca escapan a su circunstancia. Ni la poesía, si no
quiere tintinear en el vacío, debe hacerlo”. Dicho y hecho. Tras citar a
Machado, comienza su recorrido por la memoria y por la historia con “Proemio”,
un extenso poema donde se entremezclan lo lírico y lo narrativo, pues que de
ambos recursos hace uso esta poesía en los límites. Una poesía, cabe añadir,
concebida por alguien con muy buen oído. Allí, personajes (Duchamp, Mata Hari,
la virgen de Fátima…) y situaciones que se confabulan para intentar contestar
la pregunta: “¿A qué responde el caos?” O: “¿Qué marca un rumbo al caos?”
La preocupación
cívica, que nunca ha desdeñado el humanista Munárriz en su obra, marca este
itinerario cronológico a través del siglo “con más muertos de la historia”,
desde que, en Petrogrado, “lo aleatorio desplazó a lo posible, / a lo previsible”.
“Todo fue como
fue, todo es como es” y los humanos siguen siendo incapaces de disfrutar del
mundo “en paz, en convivencia, con justicia”.
“No hay tierra
firme para la utopía” y lo que empezó vislumbrándose como paraíso se convirtió
pronto en un infierno.
Cuarenta y tres
poemas sin título, entre lo descriptivo y lo interpretativo, se suceden para
dar cuenta de la esperanza del proletariado (“Fue una descarga eléctrica”), de
cómo “se mataron unos a otros / con entusiasmo ideológico”, de “una época de
luchas despiadadas, / de enfrentamientos permanentes”, del golpe de estado como
best-seller, de la explotación de los
mitos históricos a favor de las “formaciones” fascistas o estalinistas, de las
dictaduras de partido y los gulag, de
los poetas (como Ajmátova o Pasternak, que “nunca claudicaron”), de la guerra
fría y la Europa sovietizada, de los “desesperados estallidos” (Praga, por
ejemplo), de la caída del muro de Berlín, de los otros comunismos (cubano,
vietnamita, etc.)… Y la constatación, al cabo, de lo que ahora vivimos:
capitalismo a ultranza, belicismo y globalización.
“¿Cuántas
revoluciones / quedan aún por hacer? / ¿Y por traicionar?”, se pregunta quien
sabe “que no va a soportar ese futuro”. “Sobrevivir” es la palabra. En este
“planeta agobiado”. “Puede ser un final, / puede ser un principio”. Hay
esperanza: “Aún podemos lograrlo, / eso espero”. “No es fácil el asunto, no, no
es fácil”, dice en “Epílogo”, pero el hombre, ese ser que “padece y espera”,
sigue intentándolo.
Alberto Blanco
Pre-Textos, Colección La Cruz del Sur, Valencia, 2018. 92
páginas.
“Nada es más difícil que ser un escritor mexicano”, dijo Julio Ortega sobre Blanco (México, 1951), para ponderar lo conseguido con “una de las obras más vastas, originales y diversas de la nueva poesía en lengua española”, según José Emilio Pacheco. Traductor, artista plástico y
visual, músico y autor de cuentos infantiles, además de poeta, beneficiario de
las becas Fulbright y Guggenheim, Premio Xavier Villaurrutia, su poesía se agrupa en dos volúmenes de doce libros
cada uno (El corazón del instante y La hora y la neblina), a los que han
seguido títulos como Amherst suite o Hacia el mediodía, ambos publicados en
España. Como el segundo, Pre-Textos nos presenta una preciosa y oportuna antología
que, sin ser amplia, recoge poemas fundamentales de Blanco y añade veintitrés inéditos.
Aunque en el índice se indica la procedencia de cada uno, en el libro se suceden
sin solución de continuidad, lo que permite que el lector perciba una obra
unitaria y no un florilegio.
Estamos ante una poesía sobria y concisa, de vocabulario
asequible y apariencia sencilla (léase “El trigo” o “No las grandes verdades”),
caracterizada por un tono estoico y sereno (así en “El trébol”, donde se
constata que el paraíso está “al alcance de la mano”), pero desde la que se
vislumbra el misterio (“Los búhos”).
“Yo sólo quiero / la realidad… // Este es mi sueño”, escribe.
O: “Aquí estoy: / esta es la vida”. Y: “Nada se compara a estar vivo”.
No falta la ironía (“Himno de acción de gracias”) ni la
reflexión sobre el lenguaje (“El hombre es un sueño del lenguaje”, dice) y la
escritura (“El tiempo del poema”).
Con poemas como “Mapas”, “Tokonoma” o “Caminata” hubiera
bastado. Pero hay mucho más. Aquí, “Sólo / la belleza / una cierta elegancia /
una serenidad eternamente inalterable”.
Nota: La reseñas de los libros de Jesús Munárriz y Alberto Blanco se publicaron el pasado viernes, 1 de junio, en El Cultural.
Nota: La reseñas de los libros de Jesús Munárriz y Alberto Blanco se publicaron el pasado viernes, 1 de junio, en El Cultural.