11.6.19

Karmelo C. Iribarren en EC


Karmelo C. Iribarren
Visor, Madrid, 2019. 700 páginas y 76 páginas. 

Con el título Seguro que esta historia te suena, Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959) ha reunido varias veces su poesía completa. En 2005, 2012 y 2015. Las tres en la sevillana Renacimiento, su casa editorial, donde también ha publicado su obra en prosa Diario de K (2014, 2016). Además es autor de algunas antologías entre las que destacan La ciudad (Renacimiento, 2014), Pequeños incidentes (Visor, 2017), El amor, ese viejo neón (Aguilar, 2017) y Los cien mejores poemas de KCI (La Isla de Siltolá, 2018). Está incluido en muchas otras; ninguna de ellas, digamos, canónica. Ahora aparece una nueva compilación de sus versos (once libros), esta vez bajo el sencillo rótulo de Poesía completa (1993-2018)
De un tiempo a esta parte su nombre suena mucho, ya que figura entre los más citados por los jóvenes seguidores de esa moda que uno de sus mentores, Luis Alberto de Cuenca, ha denominado parapoesía. Tal vez porque publicó su primer libro más tarde de lo habitual, no figura en las nóminas generacionales de los ochenta, aunque sea un poeta español de la democracia, por decirlo con el crítico Prieto de Paula. Ni siquiera, y esto es aún más llamativo, está en la numerosa lista (oficial) de los “poetas de la experiencia” (sección “realismo sucio”, como Roger Wolfe), la línea que más se asemeja a su poesía y donde estarían sus verdaderos compañeros de viaje. Es cierto que ha defendido siempre su voluntad de ir por libre. 
Su poesía (de la que habla con frecuencia en sus poemas), escrita para todos los públicos (“Soy como tú, / como todos”), que el prologuista, Pedro Simón, califica como de lija y seda, se caracteriza por la ausencia de artificio (no deja de serlo pretender que no se note); el humor y la ironía (que incluye la frustración, la culpabilidad, la tristeza o el pesimismo); las frases hechas, los lugares comunes y los tacos; el descreimiento, la falta de esperanza y el cinismo; así como por el tono narrativo (se cuentan pequeñas historias, menudas anécdotas). Autobiográfica (“Este eres”), prosaica y austera, se aferra a la vida (“Nada, / sólo eso, la vida, la poesía”) y huye de la Literatura.
El solitario y noctámbulo personaje que la encarna (“un tipo sólido, sobrio, serio”, “padre de familia, camarero y poeta”) es una suerte de maldito: la bebida, el tabaco, las barras de los bares, el café, las putas… “Locura, disipación y malvivir”. Detrás de él, como suele ocurrir, se esconde un moralista. Que la muerte, escribe, “te coja viviendo”.
Su paisaje poético es exclusivamente urbano: “Es la ciudad –pienso-, / es la vida.” Farolas, coches, autopistas, túneles, trenes, estaciones, taxis… Donosti.
Sus maestros: Machado, Gil de Biedma, Carver, González, Larkin…
El amor y el erotismo son asuntos omnipresentes. Y las “princesas”, claro, en el centro de su universo: “Las mujeres. Lo máximo”.
Lo cotidiano y lo común son la inspiración de estos breves poemas con mucho de impromptus que muestran, se diría, un escenario en blanco y negro, con atmósfera de cómic y serie negra.
“Hasta la fecha, tengo una trayectoria limpia de premios”, escribió Iribarren en Diario de K; no obstante, Un lugar difícil consiguió el “Ciudad de Melilla” al año siguiente de que lo ganara, para descrédito del galardón, Loreto Sesma.  
Todo lo dicho hasta aquí sirve para Un lugar difícil, parte del único, del mismo libro que lleva escribiendo desde el principio. De ahí que su poesía resista mejor en forma de selección que por extenso. La reiteración y lo fútil amenazan sus fronteras. Aquí, cuando “Ahora / vivir ya es aprender / a despedirse”, de nuevo el peso de la inminente vejez (los viejos siempre han figurado en su poesía), la extrañeza (léase “No es el mío este tiempo”), lo que pasa en la calle (Iribarren es un hombre solitario, tranquilo y vitalista que mira, “un habitual de los momentos complicados”), los trenes y la lluvia, el mar y el Urgull, la memoria y los recuerdos, el padre y el barrio viejo, el amor y las mujeres.
“Yo lo veo acercarse”, el poema más largo que Iribarren ha publicado, pone, de momento, un punto final que suena, más que nunca, a punto y seguido.


Nota: Esta reseña se publicó el pasado día 7 de junio en El Cultural.