22.6.19

Karyotakis, el triste

No hace falta recordar a los lectores de poesía que la griega es una de nuestras grandes tradiciones, y no me refiero ahora a la literatura clásica, sino a la moderna y contemporánea. Por suerte, en España se han venido publicando las obras de sus más altos representantes, cuya cima sería Cavafis, sin olvidar a Seferis, Ritsos o Elytis. Gracias, en primer lugar, a ejemplares traductores y, cómo no, a no menos modélicas editoriales. Sirva como muestra el nombre de Juan Manuel Macías, director de Cuaderno Ático, descubridor para nosotros de María Polydouri, autor de versiones de Safo y de la poesía completa del citado alejandrino que publicó Pre-Textos, una de esas editoriales que mencionaba, quien nos presenta en su catálogo Elegías y sátiras y cuatro poemas póstumos, libro de un griego menos conocido, Kostas Karyotakis, nacido en Trípoli, ciudad del Peloponeso, en 1896, y muerto en la provincial y apartada Préveza en 1928. Fue funcionario público (dedica a los de su oficio una sátira) y por lo que se lee en este libro, que apareció un año antes de su suicidio (de la misma forma que el del colombiano José Asunción Silva, en el 30: de un certero disparo en el corazón), un hombre de una tristeza infinita. De eso dan buena cuenta estos poemas teñidos, como destaca el traductor y prologuista, del “mayor legado de la lírica griega: la melancolía”. 
El libro consta de cuarenta y siete poemas: dos series de veintiocho elegías y dieciséis sátiras, unidas por los poemas de la “Trilogía heroica”. A ellos se sumaban en la obra original dieciocho poemas traducidos (de Heine, Villon o Verlaine) que no se incluyen en esta edición, donde, sin embargo, se recogen cuatro poemas póstumos que aportan sustancia al conjunto y lo completan. 
Karyotakis era un ser sensible, sin duda, y estas excelentes versiones, ya decía, dan sobrada prueba de ello. Hay una colección de poemas breves, pongo por caso, que sobrecoge y no pocos (carecen de título) logran la sobrada calidad que justifica esta apuesta. 
Las elegías son graves (“llevo una sombra encima), como es obvio, y parecen póstumas por el tono de despedida y de pérdida que reflejan. Percibe uno en ellas rastros del mejor Romanticismo. 
En las sátiras hay rachas de ironía y hasta de humor (“Va a resultar mi dicha, pienso, / cuestión de altura”, dice en “Marcha fúnebre y vertical”). Léase “Todos juntos”, referido a los poetas (“chusma / en pos de la rima”): “Adoptamos una pose. / La prosa se nos antoja inaceptable, / esa compañera de hombres honrados”.
Alude en ellas a la Libertad, a Grecia (“llora por la patria”), a la guerra (el pobre soldado Michaliós)...
Emotivo es el poema “Espiroqueta pálida”, donde hace explícita su condición de sifilítico. O “Suicidas ejemplares”, que sería un buen título para una antología de poetas que se dieron muerte por propia decisión. “A la luz despídela de mi parte, / le diré al último con quien me encuentre”. Tampoco debería faltar de ningún florilegio sobre poemas dedicados a ciudades el titulado “Préveza”, donde terminó sus días, una pieza memorable. 
“Sólo pueden quedar, tras de nosotros, los versos”, dice Karyotakis, y “la poesía es el refugio que envidiamos”. De ahí que escribiera: “Conserva algún lugar secreto, / algún refugio sobre el ancho mundo”. No lo encontró. O sí y es, precisamente, el construido con estos poemas amargos, intensos y memorables que giran, como buitres, en torno a la evidencia de la muerte.

Kostas Karyotakis.
Traducción de Juan Manuel Macías.
Pre-Textos, Valencia, 2018.

Nota: Esta reseña se ha publicado en el número 141 de la revista Clarín