Louise Glück
Traducción de Adalber Salas Hernández
Pre-Textos, Valencia, 2020, 180 páginas. 20,00 €
La
concesión del Nobel a Glück (Nueva York, 1943), “por su inconfundible voz poética que
con austera belleza universaliza la existencia individual”, celebra el fervor
de la poesía.
Por suerte para el lector español, tenemos al alcance sus
libros: El iris salvaje, Ararat, Las siete edades, Averno,
Vita nova y Praderas. Ahora, Una vida de
pueblo, traducido por Adalber Salas, un nombre más que añadir a la saga de
poetas que han vertido sus versos al castellano con solvencia. Acaso es él
quien subraya con pertinencia el “sutil ojo irónico” y la “dicción afilada” de la
norteamericana.
El título de la obra es elocuente: la vida y el pueblo. Sí,
de eso va este libro. Empezando por el final, no le importaba a Glück que
calificaran su poesía de “agropecuaria” (como hubiera ocurrido aquí). Para
seguir, la vida, ya sea en el campo y la naturaleza o en la ciudad, es sólo
eso: vida. Plural, cabe precisar, porque, a pesar de su tono autobiográfico
(que afecta a toda su poesía), son muchas las voces que se entrecruzan en estos
poemas, casi siempre extensos, muy cinematográficos, compuestos por versículos,
genuinos y claros relatos jaspeados de tensión lírica, sin apenas metáforas.
Desde el principio, la ventana, un sitio para la
contemplación: “En la ventana, no el mundo, sino un paisaje enmarcado / que
representa el mundo”. Desde donde observar el cambio de las estaciones, “abstracciones
de las que provienen placeres intensos / como higos en la mesa”. Y allí, lo
cotidiano. Primero, ver (montañas, por ejemplo); luego, escuchar (“grillos,
cigarras”); y por fin, oler: “aroma de limoneros, de naranjos”. Pero cuidado,
no estamos en el paraíso: “Nadie entiende realmente / la ferocidad de este
lugar”.
En los poemas, gente que permanece o que se va e
inexorablemente vuelve (“siempre lamentarás algo que dejaste atrás”) mientras
el tiempo pasa: “A mi entender, te sale mejor quedarte; / así los sueños no te
hieren”. Y hombres (que beben, queman hojas, callan) y mujeres: “Están solas en
la fuente, en un pozo oscuro. / Han sido exiliadas del mundo de la esperanza,
que es el mundo de la acción”. “En el café”, un personaje (todo un prototipo)
“se va” y “las mujeres quedan devastadas”. “Saben que ese hombre no existe”. “Escuchará
durante horas”. “Entra en su vidas como se entra en un sueño, / sin voluntad, y
vive allí como se vive en un sueño, / por largo que sea”.
Una “se retirará a ese mundo privado del sentimiento / en el
que entran las mujeres cuando aman”. Otra “está mortalmente harta de su vida /
y necesita silencio”. Aquélla confiesa que “él trata de convertirme en una
persona que nunca fui”. Mujeres que cocinan y envejecen: “Cuando miras un
cuerpo, ves una historia. / Una vez que ese cuerpo ya no es visto, / se pierde
la historia que trataba de contar”. Buenas vecinas que tienden la ropa (“Un día
cálido”) o quieren vivir junto al mar (“Marzo”).
En el verano, omnipresente, donde “la vida se pudre en el
calor”, sucede casi todo. Lo bueno (nadar en la cantera, sentarse junto al río,
ir de picnic, charlar sobre el sexo y el matrimonio “ideal” de los padres, pasear
por la noche...) y lo malo, por más que las pasiones transcurran “hondas en el
interior”. Porque “el mundo más allá de la noche sigue siendo un misterio”. Sí,
“hay un camino que no puedes ver, más allá del alcance del ojo”. Y ahí, la
poesía, “para abrirle un espacio a la luz”.
Misterios como ese “pacto con la muerte” que hace nuestro
cuerpo “para nacer”: “desde ese momento, lo único que intenta es hacer trampa”.
Léase “Encrucijadas” y “Un trozo de papel”.
Hay una serena desolación, mucha tristeza, en estas vidas
apegadas a la tierra: “así es toda la naturaleza, inútil y amarga”. En
“Murciélagos” leemos: “Una terrible soledad rodea a todos los seres que /
confrontan la mortalidad. Como bien dice Margulies: la muerte / nos aterra a
todos hasta el silencio”.
Termina el libro con el poema que le da título. Allí, contra
la oscuridad y la incertidumbre, la luna “sobre la tierra”: “Si hay una imagen
del alma, creo que es ésta”.
Nota: Esta reseña se ha publicado en El Cultural.