4.6.21

Vencer la oscuridad con las palabras

Juan Lamillar (Sevilla, 1957), que forma parte de la generación de los 80 o de la Democracia, distinguido representante de la poesía andaluza contemporánea (una corriente central de nuestra lírica), es autor de los libros de poesía Muro contra la muerte (1982), Interiores (1986), Música oscura (1989, Premio Luis Cernuda), El arte de las sombras (1991), Los días más largos (1993, Premio Vicente Nuñez), El paisaje infinito (1997), Las lecciones del tiempo (1998), El fin de la magia (2006), La hora secreta (2008, Premio Villa de Rota),  Música de cámara (2014),  Las formas del regreso (2015)  y Extraña geografía (2017). También de Entretiempo (Antología 1982-2009), en edición de José Luis García Martín.
Crítico literario (los libros La otra Abisinia y El desorden del canto recogen sus reseñas), autor de una biografía de su paisano Joaquín Romero Murube: La luz y el horizonte, ha antologado la poesía de Francisco López Merino, César González-Ruano y Luis Cernuda, a cuya obra dedicó el libro Música cautiva.
Lo último que he leído con su firma es la brillante introducción al primer tomo de la Poesía completa de su maestro Pablo García Baena, en edición de Rafael Inglada.
La nieve roja, que va fechado entre 2008 y 2011, aparece de nuevo en el catálogo de Renacimiento, su editorial, digamos, de cabecera. Está dividido en cinco partes.
“La mirada”, el primer poema del libro, es también una poética. Comienza: “Mirar el mundo como el ciego / que, de pronto, / recuperase el ver”. Sigue: “Saber ponerles nombre: /  esa es la claridad”. Termina: “Que llegue la belleza como un deslumbramiento. / Vencer la oscuridad con las palabras”.
“Las edades” vuelve sobre uno de los temas favoritos de Lamillar: el del paso del tiempo, que nos condena y que nos salva.
“Ante el espejo” (que dialoga con unas palabras del pintor José María Sicilia) pone en evidencia otro motivo recurrente, tan borgeano.
Y pues que de tiempo hablamos, qué decir de la memoria. La que evoca un olor, por ejemplo. El del pan de Marvão, capaz de traspasar “esas murallas”.
Lo meditativo, esencial en esta poesía, está presente en “Piedra en el jardín”. La ironía juega su papel en “Felicidad por decreto”. Los objetos sencillos, en “Copa antigua”.
La primera parte se cierra con “Los ojos del después”, los que traen el esplendor.
“Dos” agrupa nueve poemas que giran en torno al amor. “Comienzo del amor” se titula el primero precisamente. Se aprecia en él –en todos– el gusto de Lamillar por el clasicismo, por el poema bien escrito y en métrica regular, que produce una armoniosa música callada, por más que esas herramientas ni estorben ni se noten, en busca de una deseada naturalidad.
Y al lado del amor, a su bendita sombra, el erotismo. Sereno, sin aspavientos. Como en “La certeza”, un poema paradigmático.
“Tres” reúne seis sonetos (lo que confirma mi afirmación anterior acerca de las formas). En línea temática con los poemas de la serie anterior. El amor, sí, pero inseparable de la muerte (otro asunto oblicuo en estas páginas). Hacer el amor, a la francesa, como “muerte leve” (léase “El rescate”).
“Tallo, flor, raíz” es una de las composiciones más logradas del conjunto, como “Fulgor del presente” que empieza: “Más amo ahora tu cuerpo ya maduro”.
“¿De quién mejor el beso…?”, a partir de un verso de Vicente Núñez, alude a las enseñanzas de la edad: “¿Quién traiciona mejor que el que nos ama?”.
En “Cuatro”, la sencillez, la cercanía, la claridad. En “Unos dátiles”, pongo por caso.
“Mar de luz” –la del Sur– es otro precioso poema de amor: “Y en ese mar de luz te reconozco”.
Pájaros (“Silencio, algarabía”) y árboles son elementos que anuncian el misterio (“Una presencia”, pero también la ya citada muerte.
La música, el dibujo o la fotografía, temas habituales en la poética de Lamillar, no faltan aquí tampoco. En “Música horizontal”, pongamos.
“Los lugares del agua” es sin duda un poema memorable.
“Cinco”, en fin, se abre con un poema relativo al sueño.
A la reflexión sobre la propia poesía se refieren “Pasos errantes”, el lúcido “Qué decir” (“Nadie me dijo qué decir”), “Sobrevivir” o “Límite del nombre”.
“No sólo libros” es una bonita declaración de amor a este útil invento que salva a letraheridos: “No sólo libros / sino el mundo en un libro, / el amor en un libro, / la muerte agazapada / en la mitad del índice”.
“Marca de agua” es un homenaje al poeta ruso Joseph Brodsky y a Venecia, mítica ciudad a la que el premio Nobel dedicó un libro con el mismo título. Ciudad, por cierto, que protagoniza otro de Lamillar: Notas sobre Venecia.
“Cárcel de libertad” se centra en la biblioteca y “La nieve roja” es un homenaje a Góngora, “al sonido de plata de sus sílabas”, “al oro de sus versos”. 
Allí, el hipálage (esa “atribución de un complemento a una palabra distinta de aquella a la que debería referirse lógicamente”) o púrpura nevada, o nieve roja, verso de Fábula de Polifemo y Galatea.
Sin prisas, sin alardes, en el mismo tono (el suyo, tan reconocible), Juan Lamillar sigue construyendo un sólido edificio poético de sonido y sentido que sus lectores agradecemos en lo que vale, que es mucho.

La nieve roja
Juan Lamillar
Renacimiento, Sevilla, 2021. 80 páginas. 15 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO