Quienes colaboramos en los suplementos literarios de los periódicos sabemos bien lo costosa que puede resultar la salida de un libro a destiempo. Quiero decir que los libros que se publican en los últimos meses del año no suelen ser reseñados con la relativa facilidad con la que es recibida el resto. Todo porque los responsables de esas revistas, apenas comienza el nuevo año, quieren ya reseñas de ése y no del anterior. Si, para colmo, el libro lleva fecha de edición de un año y se empieza a distribuir al siguiente, la cosa empeora. Es lo que le ha ocurrido a la última entrega, Vivir sin nada, de uno de los poetas más interesantes del panorama lírico, el gallego Pablo Fidalgo Lareo. Me llegó en primavera y sólo ahora, ay, puedo dar cuenta de él. Lo publica la inquieta RIL, el sello dinámico que dirige el poeta Paco Najarro, que suele apostar por un tipo de poesía nada convencional. La de Fidalgo, pongo por caso, un autor que no ha cambiado de voz —clara y suya desde el principio—, pero sí de editorial en numerosas ocasiones. De las más conocidas, como Pre-Textos —donde empezó— y Adonais, a las más periféricas, como la extremeña Liliputienses o las gallegas Marco y Chan da Pólvora, pasando por los exquisitos papelesmínimos de Imanol Bértolo.
No soy nada partidario de los prólogos en los libros de poesía. No me refiero a las antologías, las ediciones críticas o las obras completas. Hablo de las entregas normales. En este caso, sin embargo, el de Martín López-Vega, "Pablo Fidalgo o la verdad sobre todos nosotros", me parece de lo más pertinente. Para empezar, porque no sólo se ocupa de Vivir sin nada sino que traza una panorámica general muy adecuada para calibrar, con perspectiva, la compleja poética de Fidalgo. Como todo buen prólogo, además, no sólo explica lo relativo al libro en cuestión, pues su lectura logra transmitir una reflexión general sobre la poesía.
Lo tengo muy subrayado. Echaré mano de él. Poco o nada podría aportar uno que no se diga allí, a pesar de que me precio de haber comentado casi todos sus libros.
López-Vega expone, por ejemplo, que a Fidalgo le mueve la necesidad y que, por eso, es "un poeta imprescindible". "Si el poeta no ha necesitado escribir su poema, por qué voy a necesitar yo leerlo", se pregunta. Y añade: "Cada poema de Pablo Fidalgo respira animado por esa necesidad"", "no tiene nada de partido de exhibición". Cada poema, "un delantero", si se comparara con el fútbol.
También porque "valora por encima de todas las cosas la intensidad". "Tiene fe en la vida" y "quiere vivirlo todo de todas las maneras, como Fernando Pessoa, aunque implique multiplicar las muertes".
Cree que "es un poeta en su tiempo, pero no un poeta de su tiempo", siendo él mismo "objeto de su, digamos, investigación poética". Y para corroborarlo aporta una cita muy bien traída de Santayana, lo de que el poeta verdadero no tiene más que observarse a sí mismo.
Fidalgo, matiza, "no cae en los tics de sus contemporáneos: no necesita ser fingidamente irónico ni presuntuosamente metalingüístico". Que "siempre trasciende la anécdota". Que "su voz jamás renuncia a la imaginación verbal".
Estoy muy de acuerdo con el crítico cuando asevera que "en realidad, todos sus libros están conectados de alguna manera; son un ensayo de autobiografía espiritual". Que sus poemas buscan responder a dos preguntas básicas: ¿Quién soy yo? y ¿Por qué?
Eso sí, "Conocerse a fondo implica también la construcción del otro". Comprensible si tenemos en cuenta su "filiación teatral".
Alude a "esa especie de monólogo infinito sobre la existencia y sus inconsistencias" que reconocemos a través de su inconfundible voz. No de muchos se puede decir que es fácil apreciar que lo que tenemos delante de los ojos es suyo; saberlo apenas empezamos a leer.
Llama, en fin, la atención sobre los "poemas mínimos" que componen la parte central del libro, la que le da título, una novedad que nos hará cambiar el paradigma lector.
Concluye: "De Pablo Fidalgo hay que tenerlo todo y leerlo todo porque aunque se ande buscando a sí mismo, por el camino nos encuentra a nosotros; a todos nosotros y a todos los que somos cada uno de nosotros". Tiene razón.
Ah, he reconocido en "Agriento Centrale", el extenso poema inicial, un guiño cómplice y siciliano; en el verso: "Este cuarto no es el del siroco". Grazie!