12.3.06

Arte y paisaje

Ya he hablado en alguna ocasión del EMAC, Espacio Morán de Arte Contemporáneo, una sala de arte privada propiedad del artista chinato Antonio Morán que está situada en las faldas del Valle del Jerte, ese enclave feliz del millón de cerezos, muy cerca de Casas del Castañar.
Aludí entonces al impacto que nos produjo a mi mujer y a mí la primera vez que pasamos por allí y vimos desde el coche un raro chalet de formas redondeadas que en lugar de tejado tenía una no menos extraña cúpula con aspecto de observatorio astronómico; una bóveda que con el tiempo se ha ido cubriendo de un manto vegetal lo que ha dado lugar a que aquello parezca, sobre todo, una casa emboscada.
Allí pudimos contemplar, por ejemplo, una exposición del casareño Andrés Talavero titulada “El bosque de los 1.000 pájaros”, que daba una certera pista sobre lo que el creador del lugar pretendía, esto es, que las obras de los artistas que exponen en su atípica sala entren en diálogo con la naturaleza circundante. Un propósito muy cercano, en esencia, al del Land Art, que, según la enciclopedia internáutica Wikipedia, “no es una corriente, ni un estilo, ni un movimiento artístico, sino sólo una actividad circunstancial”. El término, acuñado por Walter de Maria, se podría traducir como arte de la tierra. Se origina cuando un grupo de artistas, entre ellos el famoso Richard Long, empieza a intervenir en el entorno natural con la intención de dejar en él su efímera huella. Su propósito es lograr un arte no comercial, algo que el tiempo (y el mercado) se han encargado de desmentir.
Más allá de esa tendencia que no lo es, hay una poderosa corriente dentro del movimiento contemporáneo empeñada en acercar dos conceptos -el de arte y el de naturaleza- que la cultura de la modernidad, con la excusa del surgimiento de las grandes aglomeraciones urbanas, se empeñó en considerar antagónicos. No hace mucho lo recordaba uno aquí, a propósito de una reflexión en voz alta de Rosina Gómez Baeza en el MEIAC. El comentario de la exdirectora de ARCO fue realizado en el marco de la reunión constitutiva de la Fundación Godofredo Ortega Muñoz que ha tomado, precisamente, el del arte y la naturaleza como uno de los asuntos fundamentales de su nueva andadura.
De ahí la pertinencia, y vuelvo a Morán y a su espacio, del Simposium “Arte y Paisaje” que se va a celebrar allí del 15 al 22 del presente mes de marzo dentro de las actividades programadas por la Sociedad para la Promoción y el Desarrollo del Valle del Jerte (Soprodevaje) para celebrar la Fiesta del Cerezo en Flor.
La reunión se establece alrededor de tres ejes: ponencias, intervenciones y exposiciones.
Las primeras agruparán a un nutrido elenco de especialistas entre los que me gustaría destacar al director, mi paisano Fernando Castro Flórez, que ha titulado su conferencia inaugural, muy a su manera, “Paisajes de ninguna parte (para pensar el naufragio)”; al profesor de la Universidad de Salamanca, uno de nuestros más raros y mejores ensayistas, Fernando Rodríguez de la Flor, que disertará sobre “Geografía de las soledades y el retiro”, y, en fin, al catedrático de Arquitectura del Paisaje de la Universidad de Alcalá de Henares, Javier Maderuelo (quien, por cierto, acaba de publicar en la editorial Abada un libro imprescindible: El paisaje. Génesis de un concepto). Su charla lleva el escueto título de “Arte y paisaje”.
Con no ser los únicos, insisto, estos nombres dan la justa medida de la importancia del simposio.
Las intervenciones serán dos. Una, muy oriental, con palabras y banderas, de Adolfo Manzano en el Puerto de Tornavacas, “Palabras al sol y al viento”, y la otra, “En tierras de shikoku”, tan japonesa como la anterior, de Óscar Lloveras cuya obra es, además, protagonista de la exposición que tendrá lugar entre esas fechas en la sede del EMAC.
Que en el medio rural, el medio extremeño por excelencia, ocurran estas cosas es para estar muy satisfechos. Ya sé que algunos achacarán mi alegría al “optimismo antropológico”. O a cosas peores. Me da igual.
En la estela del Museo Vostell Malpartida, al que, salvando todas las distancias, este proyecto remite, tanto por su mezcla de arte y naturaleza como por realizarse en un entorno rural; a un paso de que vuelva a celebrarse en Cáceres, más aspirante que nunca a ser Ciudad Europea de la Cultura en 2016, la feria de arte Foro Sur, Extremadura volverá a brillar con luz propia en el panorama artístico español. A la mejor luz: la que se tamiza a través de los cerezos floridos del Valle del Jerte. Para que todos tomemos conciencia de que el arte es algo más que mera imitación de la naturaleza. O tal vez todo lo contrario, no sé.

(Del HOY)