12.9.06

Diario de viaje

Ayer bajé de nuevo a Sevilla. Solo. Salí de casa a las cuatro y media de la madrugada. Hice el viaje de un tirón, como a mí me gusta. A las ocho menos cuarto, estaba tomándome un café con media tostada enfrente de los almacenes de Renfe. Por suerte, no hacía allí dentro el mismo calor que el lunes pasado. Tras un mañana de intenso trabajo (en todos los sentidos), a las dos y media me puse de nuevo en camino. Comí de pie. En la barra de un bar de carretera. Había plato único: uno a base de huevos, lomo y patatas. Con la bebida incluida (un par de botellas pequeñas de agua), pagué ocho euros con cincuenta céntimos por la consumición. El estado del local era penoso. Parecía que estábamos en plena jornada de operación salida. O entrada, tanto da. Estuve allí el tiempo imprescindible. Como casi todos los que comen solos, lo hago siempre deprisa. Hacía mucho calor. Luego paré una sola vez: a la salida de El Ronquillo, cuando un guardia civil me dio el alto. Después de revisar mi carné de conducir, me dejó marchar sin más. Fue muy amable. A las seis y media de la tarde estaba de nuevo en Plasencia. Con sueño, sí, pero no demasiado cansado. Será la costumbre.
Me digo que he confundido la profesión. Mejor camionero, como quería de chico. O taxista. O viajante. La de conductor es, sin duda, mi mejor carrera.