7.5.09

Carta de Almendralejo

¡Qué largo se me hizo el viaje! Parece mentira cómo se acostumbra uno a lo bueno, esto es, a ser peatón. Nada más entrar -y menuda entrada principal va a tener muy pronto esa ciudad, casi igual que cualquiera de la mía- el humor patrio vuelve a sorprenderme: unas vallas y unas banderolas rodean un solar donde se anuncia la construcción del edificio... Letizia.
Iba uno a la presentación de los libros que ganaron los premios literarios que concede el ayuntamiento, Carolina Coronado y José de Espronceda. En concreto, para decir algo a propósito de En terreno de nadie, de Rosa Vicente. José Luis Bernal hizo lo propio con la novela de Juan Fernández, El canadiense.
Bajo la carpa del Parque de Espronceda, puro centro de Almendralejo, el calor era asfixiante y uno iba con su chaquetina. Salvo por eso, todo transcurrió debidamente. En primera fila, una asistente de excepción: Ana María Matute, invitada a la Feria. Por lo demás, no va uno a descubrir ahora al profesor Bernal (acabo de recibir Diez bibliografías del 27, donde él se ocupa de Gerardo Diego), que hizo una presentación magnífica de la primera novela de un escritor de Zarza Capilla que trabaja en Fuenlabrada.
Uno, tras reconocer la excelente organización del certamen, empezó reconociendo que esa presentación tenía que haberla hecho Ángel Campos y que, de haber podido, sin duda se habría acercado a Almendralejo para ponderar el libro de su vieja amiga. La conocía bien, desde sus tiempos de estudiantes en Salamanca. No en vano fue el prologuista de su primera poesía reunida (1977-1997). Por eso dije sí de inmediato cuando me llamó Maite, dispuesto a ocupar, ay, su lugar.
Expliqué que, si bien breve, la obra de Rosa Vicente se basta y se sobra para que uno, lector suyo desde el principio, pueda y deba considerarla como una de las mejores del panorama. Porque tiene voz propia y porque en poesía la intensidad lo es todo. Cité, a modo de ejemplos, otras trayectorias extremeñas de tres promociones distintas: Pureza Canelo, Ada Salas (que sustituirá a Ángel en el jurado) e Irene Sánchez Carrón.
Del libro en sí -en preciosa edición de Pre-Textos- destaqué el tono melancólico, propio -añadió ella luego- de quien hace un ajuste de cuentas con la vida. Recordé que está escrito "en medio del camino de la vida" (tres de los componentes de la mesa éramos del 59) y cité a Gonzalo Hidalgo Bayal por medio de uno de los personajes de su última novela para desmentir que la felicidad exista. Es verdad que en la segunda parte, "Fue febrero el lugar y el tiempo Roma", se suaviza esa derrota y la ciudad italiana que se le oculta a los turistas, la crecida del Tíber, el cine, el sabor del chocolate, las librerías o los amigos le permiten adoptar un ritmo distinto, más alegre y confiado si se quiere.
Me parece, en fin, un libro limpio, "de verdad", por repetir una expresión que me enseñó Bernardo Atxaga.
Olvidé hacer alusión a la influencia de Aníbal Núñez en su poesía que, más allá, atraviesa la de otros poetas extremeños de nuestra generación. Me quedé con ganas de leer algún poema, pero...
El penúltimo del libro está dedicado "a Fernando Tomás Pérez, que creyó siempre en mi poesía". Expliqué que me tocó llevar a cabo una decisión que no le dio tiempo a concluir a él: la de publicar en la Editora El libro de los bosques, lo que me convirtió en su editor ocasional. Nada comparable a lo que ya había hecho Fernando respecto a este libro y, más aún, a la coedición con Pre-Textos del segundo de los suyos, Salvo el humo. También a mí, dije para terminar, me gustaría merecer ese elogio. Porque uno también ha creído y cree en la poesía de Rosa Vicente.