Ávidas pretensiones, la novela con la que Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) ganó el último premio Biblioteca Breve de Seix Barral, tiene un argumento muy sencillo: un grupo de poetas españoles se reúne en el centro de estudios de un convento serrano de Motilla del Pinar para celebrar, durante tres días, un congreso. De lo que sucede en esas "Jornadas Poéticas en Casacristo", como se las conoce entre el "gremio lírico hispano", da cuenta este relato divertido que su autor, explícito, ha dividido en tres partes: "Planteamiento", "Nudo" y "Desenlace".
Que nadie espere, eso sí, que alguien con la trayectoria de Aramburu se haya rendido sin más a la trama. Acaso lo mejor del libro es el lenguaje empleado, rico en juegos de palabras (algunas veces, al leer, se ha acordado uno de otro novelista de semejante estirpe, digamos: Gonzalo Hidalgo Bayal), en el empleo de neologismos y palabras raras o en desuso, en la combinación de sentidos mediante el uso de barra ("instó/rogó", "perdido/abandonado", etc.), en la ingeniosa utilización de frases interruptas y un sinfín de recursos, ya digo, dignos del escritor que es y de la literatura que representa, que nada tiene que ver con la de los premios previsibles y los best sellers al uso.
Que tampoco espere el lector un roman à clef. No hay claves aquí, o eso me parece. Si acaso, las justas. Ya lo explica en la nota introductoria. Uno ni ha conocido nunca una "feria de poetillas" o un "simposio de majaretas" semejante (puede que lo de El Torno...) ni, más allá de los que se mencionan por su nombre y apellidos, ha identificado claramente, entre "realitas" y "metafas", a un solo poeta (o poetisa) de cuantos figuran en la obra (28 para ser exactos), y aquí conocernos, lo que se dice conocernos, nos conocemos (casi) todos. No, no creo que vayan por ahí las pretensiones de Aramburu. Los tipos -los personajes- son eso: símbolo, modelo, ejemplo, y no otra cosa, por más que sientan y penen como cualquiera. Lo mismo que el enredo, tan delirante. Exagerado para recalcar su vena satírica, en la mejor tradición de las letras patrias, donde no faltan, para redondear, grandes dosis de sexo y escatología.
Por lo demás, la novela se lee muy bien. Engancha desde el principio.
Por lo demás, la novela se lee muy bien. Engancha desde el principio.
Entre líneas, Aramburu deja caer algunas opiniones sobre la pobre poesía, que más que objeto de mofa (algo legítimo) es, ironía y hasta sarcasmo mediante (por no hablar del cinismo puntual), objeto de aprecio y hasta de deseo, aunque sea en pretérito. En boca de algún que otro poetilla se cuela alguna que otra verdad, siquiera póstuma, por seguir a Félix de Azúa, que ha confirmado para ella su propio Titanic. Y es que una cosa es reírse de la banda (los diez mil poetas españoles contemporáneos vivos, según las últimas estadísticas) y otra de la sacrosanta poesía, más después de que el autor haya reunido también sus versos en forma de libro. Y que, caiga quien caiga, no ha muerto.
Si tuviera que elegir un capítulo paradigmático, que diría un metafa, mencionaría el primero de la tercera parte, donde Eugenio Alpuente...
El mundo literario de Fernando Aramburu se amplía con esta obra hilarante donde, insistimos, lo lingüístico prima. Una obra que le confirma como uno de los narradores más ricos y versátiles del panorama.
Si tuviera que elegir un capítulo paradigmático, que diría un metafa, mencionaría el primero de la tercera parte, donde Eugenio Alpuente...
El mundo literario de Fernando Aramburu se amplía con esta obra hilarante donde, insistimos, lo lingüístico prima. Una obra que le confirma como uno de los narradores más ricos y versátiles del panorama.