Joan Vinyoli nació en Barcelona hace ahora 100 años. Aunque esa celebración esté siendo significativa y haya habido ya numerosos actos en torno al poeta y a su obra, poco ha trascendido. Porque se trata de poesía, sí, pero también porque la dichosa vorágine independentista que nos ocupa (y preocupa) es lo único que llega desde Cataluña. Una pena.
El comisario del Centenari, Jordi Llavina, es precisamente el prologuista de La mano en el fuego, una antología de treinta y tres poemas suyos editada por Candaya en traducción al castellano de Carlos Vitale, digno sucesor en esa labor de José Agustín Goytisolo, Fernando Valls, Lourdes Güell, Vicente Valero, Carlos Marzal, Enric Sòria, etc.
El libro es muy bonito por fuera y demuestra a las claras, en su interior, que tal vez estemos, como afirma Llavina, ante el poeta catalán "más influyente" del siglo XX y uno de los nombres fundamentales, no se olvide, de la poesía española de esa importante centuria. Sí, con este puñado de poemas basta. Lo explica Llavina en su sobria introducción, llena de seny. "Coherencia" es una palabra clave que sirve para definir el tono de estos versos y, más allá, la trayectoria del autor de Passeig d'aniversari.
Si uno tuviera que elegir un poema del conjunto, tanto de este libro como acaso de toda su obra, señalaría "Sóc home sol" ("Soy hombre solo"). "Segrego a vegades poesia" ("Segrego a veces poesía"), escribió allí. Creo que da, por decirlo con palabras suyas, la medida de un hombre. Del herido y melancólico ser humano que fue. Para este lector, un poeta de cabecera casi desde el principio; al que, además de robar algún título y alguna cita, debo no poco de mi lírica educación sentimental.
Mejor nos iría, ay, si leyéramos más a Vinyoli.
Mejor nos iría, ay, si leyéramos más a Vinyoli.