9.11.14

Dos días de noviembre

Cuando entramos en el Verdugo, el hall estaba casi a oscuras. (Allí, en las sombras, mi amigo Álvaro, el librero de El Quijote, tras una larga jornada de trabajo, con los ejemplares de Más allá, Tánger a la venta, según agradecida costumbre.) Se había ido una fase de la luz por culpa de unas obras recientes, pero uno sintió aquello como una favorable premonición y no pude por menos que recordar el verso de Eliseo Diego, ése que tantas veces he repetido al comenzar una lectura: "Un poema es una conversación en la penumbra". La poesía lo es. 
Dentro se veía mejor. Por eso pude apreciar la sala llena, algo que tampoco esperaba. Familia, amigos, compañeros, lectores, curiosos... También noté pronto las ausencias. En todo caso, gracias; a los que fueron y a los que, para bien o para mal, eché en falta. 
Las generosas palabras de Nica Gil (recordó que otro 4 de noviembre, pero de 1997, diecisiete años antes, Caballero Bonald, en ese mismo sitio, inauguró el Aula de Literatura "José Antonio Gabriel y Galán" en presencia, esto lo digo yo, de Cecilia Alarcón, viuda del escritor placentino) y la solvente presentación de Juanra Santos nos hizo entrar a todos rápidamente en materia. Estaba a gusto (aunque mi postura en la foto de Andy Solé lo desmienta). Luego vino esa extraña conversación (pues una parte calla), la lectura y mis comentarios y explicaciones a los poemas que iba leyendo (deprisa, Mireya, como siempre) y a otras circunstancias añadidas. En el coloquio, que no fue, un militar retirado contó una divertida anécdota de su juventud marroquí, más allá de Tánger. Que conste que siempre llevo a ese club, como diría GHB, una respuesta preparada a la eterna pregunta sobre si la poesía de uno es vertical u horizontal.
Firmé unos cuantos libros y algún que otro cuadernillo y nos fuimos al Blues Mary a tomar unas cervezas. Otra sana costumbre. Nos acompañaron Salvador Retana y Montse, arte y parte del libro también. Y Gonzalo y María José, claro. 
De la noche larga, agobiante y desvelada que vino después, mejor no hablo. Sería por el solomillo cabreado.
Al día siguiente, y después de dar mis tres primeras clases, subí con Juanra al IES "Parque de Monfragüe". En la biblioteca me entrevistaron María, la hija de mi compañera Milagros, y Vanessa. Una entrevista, por cierto, llena de preguntas precisas y muy bien preparada. Tanto como las palabras de presentación de María y Luis, que se sentaron a mi lado en el salón de actos del instituto donde estudió secundaria y bachillerato mi hijo, junto al director, un amigo de la infancia, José Carlos Muñoz Bejarano, que destacó la ilusión que le hacía tenerme allí, un sentimiento compartido. Grabando la charla, justo enfrente, su hermano José Luis, profesor de otro de los institutos participantes en el Aula (todos los públicos de la ciudad), el "Pérez Comendador". 
No estuve a disgusto, ya lo dije, en el Verdugo, pero confieso que disfruté mucho con los adolescentes que abarrotaban el mencionado salón (a la izquierda de la mesa había más).
Leí, expliqué, comenté, recité (un fragmento de un poema de Galán que me aprendí de chico, pero no con seis años, como comentó en El Periódico Extremadura Sergio Díaz) y creo que pasamos un rato agradable. Aquí sí hubo preguntas al final. Luego, firmas en cuadernillos y algunas sorpresas. De precoces artistas del IES "Santa Bárbara"; así, Manuel me regaló un bonito dibujo basado en uno de los poemas de Tánger; Tamara, un retrato realizado a partir de una foto de Toni Gudiel (suya es la foto de la derecha); y Susana, otro dibujo titulado "Los sentimientos van de la mano de los sentimientos", donde se ve, claro, una mano, un brazo y mariposas que se entrelazan con versos míos. Otro de los chicos, siento no recordar su nombre, me dijo que no me traía un regalo, sino una anécdota. Nos contó que desde pequeño había demostrado una gran habilidad para aprender poemas de memoria y recitarlos. Su maestro le proporcionaba versos que él retenía. Uno de esos poemas, sin título ni autor, le gustaba especialmente. Intentó localizar una cosa y la otra, pero en vano. Algunos años después, le dieron en su instituto el cuadernillo de alguien que iba a leer en el Aula. Lo abrió y... ¡allí estaba el poema que él se sabía! Se titulaba "Cementerio alemán, Yuste" y era de un tal Álvaro Valverde. El muchacho lo contó muy emocionado y puedo asegurar que uno se sintió muy conmovido también, como todos los que escuchamos de sus labios el relato. Le dediqué el cuadernillo en la página del poema en cuestión. 
La comida en Casa Tomás (de menú, que conste) fue otro de los mejores momentos de esas intensas jornadas. Por lo rico que estaba todo (en mi caso, arroz con liebre -que me recordaba al del añorado Azcona-, mero a la plancha y natillas) y por la enjundiosa y amena conversación con Gonzalo, Nica, Juanra y José Carlos. Muchas gracias, de corazón, a todos.