La poeta Irene Sánchez Carrón publicó ayer este espléndido artículo en su columna quincenal del diario HOY.
Los lectores de poesía saben que uno de los temas más recurrentes dentro de la literatura es el recuerdo, junto con las múltiples modulaciones del amor y de la muerte. La batalla contra el olvido ha inspirado todo tipo de obras de arte, desde los grandes monumentos erigidos en memoria del poderoso de turno que quería grabar su huella en los caminos del tiempo hasta la canción intimista que aspiraba a dejar constancia de un momento dichoso o de la existencia de alguien amado. El acto de rememorar está, sin ir más lejos, en aquella primera estrofa de pie quebrado escrita por Jorge Manrique en el siglo XV y que muchos habitantes del siglo XXI todavía somos capaces de recitar: “Recuerde el alma dormida, /avive el seso e despierte/ contemplando…”
Siglos después, los poetas escriben sus versos alentados por el mismo deseo que animó a Jorge Manrique a tratar de evitar que el nombre de su padre se perdiera entre la maraña de linajes y señoríos. Digo esto al hilo del nuevo libro de Álvaro Valverde, titulado “Más allá, Tánger”, que acaba de aparecer en la prestigiosa colección “Nuevos textos sagrados” de Tusquets, y que fue presentado en la Biblioteca Pública de Cáceres por el profesor de la UEX Miguel Ángel Lama y por Jesús María Gómez, de la Asociación Cultural Norbanova. Durante su lectura, no he podido evitar sentir cómo el tema eterno de la batalla contra el olvido volvía a cobrar fuerza poema tras poema en un libro de páginas transparentes, construido con el complejo objetivo de evitar y a la vez dar cuenta de los estragos del tiempo en la memoria. Lo que en este caso se quiere rescatar de las arenas movedizas del recuerdo es un lugar, Tánger, a través de las vivencias de una familia que llegó a la ciudad por circunstancias políticas y acabó regresando a la Península cuando Tánger dejó de ser una ciudad internacional. Pero, como escribió Neruda, es tan corto el amor y es tan largo el olvido. La pericia de Álvaro Valverde es capaz de construir y transmitir al lector no solo la brevedad de aquel encuentro sino la extensa imposibilidad del olvido y las reelaboraciones, no siempre fieles a la realidad, por parte de los personajes que allí habitaron.
José Ángel Valente escribió que de cuantos reinos tiene el hombre, el más oscuro es el recuerdo. Con estos versos encabezó Álvaro Valverde su libro de 1999 titulado precisamente “El reino oscuro”. Al comenzar a leer “Más allá, Tánger”, recordé el inicio de aquel otro libro publicado en la Editora Regional de Extremadura. “El reino oscuro” se abre con un personaje que se recuerda contemplando un paisaje y reflexiona sobre la imposibilidad de la memoria, debido a que el pasado es un hecho improbable, difícil de reconstruir, y el presente “acapara lo que ha sido y va a ser”. Solo existe, pues, el presente, y ante esta imposibilidad de revivir con exactitud lo que ya sucedió, solo queda asumir el olvido o “el envés de memoria” y aceptar, al fin y al cabo, que lo que se recuerda son solo datos dispersos, incluso fingidos, dice el poeta, “ni reales ni falsos”.
Aun asumiendo el carácter falsificador de la memoria y la imposibilidad de revivir lo vivido, Álvaro Valverde sigue intentando acercar a los lectores los restos dispersos que llegan a las orillas del poema. El autor lleva años empeñado en la tarea de arrojar luz sobre todo lo que podría parecer insignificante, desde unas losas desgastadas hasta un muro encalado. En esta última entrega, Tánger emerge en las primeras páginas como un lugar real, pero también como un recuerdo confuso. Al presente solo llegan las cenizas, la sombra de lo que fue, de manera que la ciudad aparece como un escenario casi irreal en el que deambulan unos personajes reducidos a la condición de voces o de ecos, como los seres que creara Juan Rulfo en “Pedro Páramo”, que intentan mantener la llama del recuerdo que se apaga. Sin embargo, en medio de esta realidad que se diluye, Tánger, como Comala, se va erigiendo en un personaje más. En este juego de personificaciones, el levante es “un estado de ánimo”, en las fachadas se adivinan “antiguas cicatrices de la historia”, la edad está “derrotada”, las fechas “mienten” y las ventanas “se abren a una vida feliz”.
Como les sucede a los personajes de la película Blade Runner, los habitantes de este particular Tánger buscan certificar la realidad de su existencia en dicho lugar a través de las imágenes que conservan en fotos gastadas o en viejas grabaciones en súper 8. La comparación de los documentos gráficos con el recuerdo que se conserva y con la realidad que se recorre en el presente de los poemas lleva a la conclusión de que la ciudad de la memoria ya no existe.
Al margen de las voces y los juegos ficcionales que transitan por la obra, Valverde afirmó en la presentación que estamos ante un libro con referentes reales. Es cierto: tiene la realidad de lo que se nos escapa para siempre, de lo que fue y no volverá a ser lo mismo jamás.