30.11.15

En busca de la edición perdida

Como uno no puede leer cada semana la columna de José Luis Melero en Heraldo de Aragón, tiene que conformarse con esperar a que agrupe unas cuantas en forma de libro y que, por añadidura, lo publique, según costumbre, Xordica con el habitual dibujo del pintor Jorge Gay en la cubierta.
El tenedor de libros se titula, a sugerencia de su amigo Martínez de Pisón, la nueva entrega de esos artículos teñidos, sobre todo, de aragonesismo (o, mejor, de zaragocismo) y de inteligencia más sentido del humor (dos partes de lo mismo). En las dos primeras líneas leemos: "Podría decirse que no he hecho otra cosa en esta vida que llevar los libros. Como un tenedor de libros lleva sus libros de contabilidad". Sí, de libros se habla aquí y bibliófilo de los que leen es Melero. De libros ("Como los libros no hay nada") y de autores, claro está, y de libreros (de viejo, mayormente), editores y escritores. Raros y olvidados, casi siempre, más para quien no conoce la rica realidad literaria de Aragón y de Zaragoza, ciudad libresca por antonomasia ("Las ciudades importantes tienen librerías importantes. Zaragoza las ha tenido siempre"), y no ha sido tocado por el sublime vicio de la bibliofilia. Tipos tan interesantes como Iván de Nogales, Eduardo Marquina o Manuel Pinillos.
Y de fútbol, también se habla de fútbol. Del mismo modo que cabe mencionar la "desazón" lectora (por no dar abasto con tanto libro), se puede mencionar la futbolística, por ser hincha de un equipo proclive a dar menos alegrías que disgustos. 
Le parece a uno mentira que este hombre capte el interés del lector (y cómo lo capta) hablando, a veces, de tal o cual ejemplar o de tal o cual autor menor, casi siempre pretéritos, con una erudición envidiable, sin duda, pero también, insisto, lejana. La clave está, por una parte, en lo bien que escribe esos artículos; la segunda, por la ironía y el citado humor (léase "Elogios y necrologías") que pone en esos escritos a lo que tiene tan bien cogidos la medida y el punto. La pasión que le echa también ayuda.
Ya lo dice él mismo: "Cuando leemos a ciertos columnistas nos gusta muchas veces encontrar una confesión personal". Eso nos pasa con el "mitómano y fetichista" Melero. Estamos encantados cuando nos habla de su sufrida mujer, de sus lances en busca de la edición perdida, de sus veraneos en Jaca y, ante todo, de sus amigos: de los inolvidable Félix Romeo (relata, entre otras cosas, su desconcierto ante al aparición de un libro desleal sobre él) y José Antonio Labordeta (a quienes tuve la suerte de tratar), de Fernando Sanmartín o Javier Tomeo; de sus cenas en Casa Emilio; de las presentaciones de sus libros; de sus viajes (a París, a Florencia, a Burdeos, a Londres, a Groningen)... Más allá, si por algo se caracteriza Melero es por su responsable sentido de la amistad; ejemplar, me consta. 
Por aquí pasan meretrices, jotas falsas, tildes ausentes, series americanas, escritores pedigüeños (qué divertido artículo)... Nos cuenta que fue crítico gastronómico una temporada y merece la pena echarse unas risas con el experimento, así como actor ocasional de cine: hizo un cameo en la película de Trueba Vivir es fácil con los ojos cerrados.
Y Javier Cercas, Azorín (que echa por tierra su concienzuda tarea de fichar libros), César Vallejo, Jesús Marchamalo, Fernando Ortiz...
Ahí va, y termino, mi "confesión personal". Aspiro a que un año de estos, al leer uno de los volúmenes del de Zaragoza, encuentre por sorpresa mi nombre y, en consecuencia, haya merecido el honor de formar parte de esa lista interminable de personas y personajes de Melero; esos seres casi siempre extravagantes y no pocas veces arrinconados que habitan en sus bonitos libros. Como el sastre Julio Lajo o el maestro Bielsa Jordán. Para esa noble posteridad siempre estará uno dispuesto.