Alejandro Duque Amusco (Sevilla, 1949) reside en Barcelona, donde ha ejercido la docencia.
La editorial Renacimiento recupera ahora uno de sus títulos, Donde rompe la noche, que es y que no es el mismo libro que ganó en 1994 el Premio Loewe. Más allá de su aspecto exterior, que gana en belleza, estamos ante una nueva edición ampliada y definitiva, según su autor. Porque hay poemas que allí no se incorporaron y porque se duplica el número de haikus que componen una de sus partes, la final, que tiene detrás una curiosa historia que merece ser contada. Nos cuenta Amusco en "Explicación" que esas breves composiciones se agrupaban en el original presentado al certamen bajo el título "Lapislázuli". Octavio Paz, a la sazón presidente del jurado, no pudo asistir a las deliberaciones por razones de salud, pero las siguió por teléfono gracias a la complicidad de Jaime Siles. Cuando éste le comunicó el nombre del ganador, el Nobel mexicano se alegró, si bien le rogó a Siles que le comentara al poeta que esa parte, ahora denominada "Briznas", no le había convencido. Así lo hizo el autor de Semáforos, semáforos y, por respeto a la opinión de Paz, Amusco retiró esa serie que no apareció finalmente en el libro. No acaba aquí la cosa (que da para novela lírica). Apenas recibió unos meses después la obra en México, Paz llamó a Siles para expresarle su sorpresa ante el hecho inaudito de que en la edición no parecieran los haikus... que tanto le habían gustado. Sí, las interferencias en la línea telefónica ultramarina hicieron creer a Siles que Paz había dicho "no" cuando en realidad había querido decir "más". Por cierto, esos poemas se publicaron en 2004 en una plaquette promovida por Abel Feu.
En "A modo de poética", el descreído de ellas que Amusco confiesa ser, afirma: "Un poema es un camino de soledad que recorren dos hombres: el autor, cuando lo escribe, y el lector cuando lo reinventa y hace suyo". Luego añade: "Solo el lector da sentido a lo escrito" y "La palabra poética es una caída en la verdad primaria".
La primera impresión -es difícil recordar la que tuve cuando leí hace más de veinte años la versión anterior de este libro- es que se nota mucho que Duque Amusco es uno de los mayores especialistas en la obra de Vicente Aleixandre. Al menos en lo que respecta a los primeros poemas del volumen. Es una atmósfera, un tono, un vocabulario incluso que, aunque me cueste explicar más allá de lo meramente intuitivo (nada desdeñable, si se me permite, en un lector con memoria, siquiera sea difusa), me lleva a lo que uno recuerda de los poemas del vate del 27. Menos retóricas, en el mejor sentido, en el que tiene que ver con el dominio de la expresión poética, por decirlo con Bousoño, son las partes restantes. Le llegan a uno más, aun reconociendo el valor de poemas como "Elegía", "Escritura", "Despoblado" o "Enemigo", los versos de "Ars poética", "Mediodía" o "Faro", que son, en su brevedad, composiciones menos literarias, digamos, con un lenguaje menos formalista. Lo que pierden, acaso, en virtuoso preciosismo lo ganan en vitalidad y cercanía. Uno aprecia en este libro la presencia del poeta-profesor, una tradición muy arraigada en nuestras letras. Por eso, tampoco faltan lecturas: de Pessoa (que está detrás de "El baúl de Lisboa"), Trakl, Keats, el citado Aleixandre (que da título a un poema).
Mención aparte merece "Conversación con Jonás", un extenso poema en fragmentos que vuelve a demostrar dos cosas: la habilidad poética de Amusco y la variedad de registros de este libro redivivo.
En la contracubierta, Abelardo Linares, el editor, alude a una "poesía de la conciencia y a la vez del despojamiento que hay siempre en toda verdad". Y en la exactitud juanramoniana. Lo cierto, y en eso coincido con él, es que si a a algo suena esta poesía es, por encima de todo, a sí misma. No cabe, o eso me parece, mayor elogio.
La editorial Renacimiento recupera ahora uno de sus títulos, Donde rompe la noche, que es y que no es el mismo libro que ganó en 1994 el Premio Loewe. Más allá de su aspecto exterior, que gana en belleza, estamos ante una nueva edición ampliada y definitiva, según su autor. Porque hay poemas que allí no se incorporaron y porque se duplica el número de haikus que componen una de sus partes, la final, que tiene detrás una curiosa historia que merece ser contada. Nos cuenta Amusco en "Explicación" que esas breves composiciones se agrupaban en el original presentado al certamen bajo el título "Lapislázuli". Octavio Paz, a la sazón presidente del jurado, no pudo asistir a las deliberaciones por razones de salud, pero las siguió por teléfono gracias a la complicidad de Jaime Siles. Cuando éste le comunicó el nombre del ganador, el Nobel mexicano se alegró, si bien le rogó a Siles que le comentara al poeta que esa parte, ahora denominada "Briznas", no le había convencido. Así lo hizo el autor de Semáforos, semáforos y, por respeto a la opinión de Paz, Amusco retiró esa serie que no apareció finalmente en el libro. No acaba aquí la cosa (que da para novela lírica). Apenas recibió unos meses después la obra en México, Paz llamó a Siles para expresarle su sorpresa ante el hecho inaudito de que en la edición no parecieran los haikus... que tanto le habían gustado. Sí, las interferencias en la línea telefónica ultramarina hicieron creer a Siles que Paz había dicho "no" cuando en realidad había querido decir "más". Por cierto, esos poemas se publicaron en 2004 en una plaquette promovida por Abel Feu.
En "A modo de poética", el descreído de ellas que Amusco confiesa ser, afirma: "Un poema es un camino de soledad que recorren dos hombres: el autor, cuando lo escribe, y el lector cuando lo reinventa y hace suyo". Luego añade: "Solo el lector da sentido a lo escrito" y "La palabra poética es una caída en la verdad primaria".
La primera impresión -es difícil recordar la que tuve cuando leí hace más de veinte años la versión anterior de este libro- es que se nota mucho que Duque Amusco es uno de los mayores especialistas en la obra de Vicente Aleixandre. Al menos en lo que respecta a los primeros poemas del volumen. Es una atmósfera, un tono, un vocabulario incluso que, aunque me cueste explicar más allá de lo meramente intuitivo (nada desdeñable, si se me permite, en un lector con memoria, siquiera sea difusa), me lleva a lo que uno recuerda de los poemas del vate del 27. Menos retóricas, en el mejor sentido, en el que tiene que ver con el dominio de la expresión poética, por decirlo con Bousoño, son las partes restantes. Le llegan a uno más, aun reconociendo el valor de poemas como "Elegía", "Escritura", "Despoblado" o "Enemigo", los versos de "Ars poética", "Mediodía" o "Faro", que son, en su brevedad, composiciones menos literarias, digamos, con un lenguaje menos formalista. Lo que pierden, acaso, en virtuoso preciosismo lo ganan en vitalidad y cercanía. Uno aprecia en este libro la presencia del poeta-profesor, una tradición muy arraigada en nuestras letras. Por eso, tampoco faltan lecturas: de Pessoa (que está detrás de "El baúl de Lisboa"), Trakl, Keats, el citado Aleixandre (que da título a un poema).
Mención aparte merece "Conversación con Jonás", un extenso poema en fragmentos que vuelve a demostrar dos cosas: la habilidad poética de Amusco y la variedad de registros de este libro redivivo.
En la contracubierta, Abelardo Linares, el editor, alude a una "poesía de la conciencia y a la vez del despojamiento que hay siempre en toda verdad". Y en la exactitud juanramoniana. Lo cierto, y en eso coincido con él, es que si a a algo suena esta poesía es, por encima de todo, a sí misma. No cabe, o eso me parece, mayor elogio.