Celebramos aquí, como es debido (esto es, por todo lo alto), la aparición en la escena lírica española del primer libro del malogrado poeta portugués Daniel Faria (1971-1999), la mejor manera que se le pudo ocurrir a la editorial religiosa Sígueme de entrar en el mundo de la poesía. Un libro, cabe añadir, que fue, sin duda, uno de los mejores del pasado año.
Llega ahora, traducido de nuevo por Luis María Marina (que acaba de presentar también en España a otra portuguesa: Ana Luísa Amaral), Hombres que son como lugares mal situados. Sí, ¡menudo título! Pues, créanme, eso no es nada comparado con las sorpresas que le esperan al lector cuando lo abra y empiece a leer. Uno confirma aquella primera impresión y ratifica su criterio de que nos encontramos ante un poeta mayor que tuvo tiempo, el poco que le dio la vida, de levantar una obra única destinada a durar.
Llega ahora, traducido de nuevo por Luis María Marina (que acaba de presentar también en España a otra portuguesa: Ana Luísa Amaral), Hombres que son como lugares mal situados. Sí, ¡menudo título! Pues, créanme, eso no es nada comparado con las sorpresas que le esperan al lector cuando lo abra y empiece a leer. Uno confirma aquella primera impresión y ratifica su criterio de que nos encontramos ante un poeta mayor que tuvo tiempo, el poco que le dio la vida, de levantar una obra única destinada a durar.
Por el poema que da título al libro -como el resto, un poema de poemas: hay seis así- empieza el inspirado canto en versículos de Faria y, con él, una sucesión de hallazgos que obliga al lector a parar de vez en cuando con la intención de asimilar un discurso basado en la perplejidad. Si en algún sitio se ha descrito el asombro de quien vive en plenitud de consciencia es en estos versos donde las metáforas y las imágenes, las palabras en suma, trabajan a favor de una claridad presentida que viene de lo más hondo del ser humano. Un ser humano (hombre, mujer, madre...) que sufre, piensa y duda; sin embargo, cuánta delicadeza para expresar la desesperación, el dolor, la angustia. "Una alianza con lo que respira".
Los símbolos son elocuentes: la piedra, el árbol, el muro, la llama, la luz... Más allá, un tono parabólico, digamos, tiñe el conjunto. La Biblia y sus personajes, tan presentes en la serie titulada "Si vas por el centro de ti mismo", una de las mejores, donde encontramos poemas como "Sara" o "Hijo pródigo".
Dije mujer y su presencia es de capital importancia en esta "encrucijada de la vocación", como la ha denominado, acertadamente, el editor del libro, Eduardo Ayuso. "Elogio de la mujer" es un precioso poema que no debería faltar en las numerosas antologías que reivindican su papel (todavía es necesario) en el mundo, pero hay otros y hasta una serie completa, "Para encontrar el golpe en el sueño", que la tienen como protagonista. En "La mujer adúltera", por ejemplo.
Con todo, es en el lenguaje, cómo no, donde Faria vuelca todo lo que como poeta es y donde se pone de evidencia la trascendencia de su poética. Esa voz personal que, en rigor, muy pocos son capaces de poner en pie. De ahí la importancia de la tarea del traductor. "Examinemos también la escritura", leemos en "Una especie de ángel herido en la raíz", serie donde la reflexión acerca de ese espinoso asunto se pone de manifiesto: "Hablo de lo que veo..." "Sí, yo leo y descifro".
Faria, que no fue un místico al uso, no puede evitar que lleguen hasta su poesía ecos de san Juan de la Cruz. Como se escuchan los de Rilke, acaso el último de los poetas totales. Y, cosa curiosa, los poemas de la primera parte, los más potentes y los que dan título al libro, me han recordado, en el tono (y más), a los de Basilio Sánchez.
El libro se cierra con "Para el instrumento difícil del silencio": "Los días suman ruina a la ruina", leemos.
La edición, cuidada con esmero, añade un documento precioso: "Autorretrato del joven artista", el discurso que el poeta pronunció en la Asociación de Periodistas y Hombre de Letras de Oporto el 23 de octubre de 1998, un año antes de morir a causa de un accidente doméstico, cuando apareció este libro. Allí leemos que "el autorretrato de un artista en cualquier edad es su obra y que el del poeta son sus escritos". También que "el retrato del artista -el mío- en el presente es un rostro alejándose", lo que podría interpretarse como una triste profecía.
En una entrevista, Faria dijo a propósito de esta obra: «Los poemas de Hombres que son como lugares mal situados no sé muy bien cómo los compuse; fueron escritos cuando iba a entrar en el Monasterio y me hallaba como en estado de gracia absoluto». Se nota.
Para cerrar esta breve reseña, copiaré el poema que antes cité. Al copiarlo, aunque no sea a mano y con bolígrafo, según costumbre, estará uno todavía más cerca de comprender la verdadera dimensión de este poeta tan claro como profundo.
ELOGIO DE LA MUJER (Prov 31, 14)
El corazón de la mujer es alto
Pero no sólo por eso la mujer oscila
Ella es como el navío mercante
Que llega cargado de grano
La mujer es el telar dentro de la vida
No sólo por eso la mujer es más que la vida
Ella es como el navío mercante
Que llega cargado de grano
Faria, que no fue un místico al uso, no puede evitar que lleguen hasta su poesía ecos de san Juan de la Cruz. Como se escuchan los de Rilke, acaso el último de los poetas totales. Y, cosa curiosa, los poemas de la primera parte, los más potentes y los que dan título al libro, me han recordado, en el tono (y más), a los de Basilio Sánchez.
El libro se cierra con "Para el instrumento difícil del silencio": "Los días suman ruina a la ruina", leemos.
La edición, cuidada con esmero, añade un documento precioso: "Autorretrato del joven artista", el discurso que el poeta pronunció en la Asociación de Periodistas y Hombre de Letras de Oporto el 23 de octubre de 1998, un año antes de morir a causa de un accidente doméstico, cuando apareció este libro. Allí leemos que "el autorretrato de un artista en cualquier edad es su obra y que el del poeta son sus escritos". También que "el retrato del artista -el mío- en el presente es un rostro alejándose", lo que podría interpretarse como una triste profecía.
En una entrevista, Faria dijo a propósito de esta obra: «Los poemas de Hombres que son como lugares mal situados no sé muy bien cómo los compuse; fueron escritos cuando iba a entrar en el Monasterio y me hallaba como en estado de gracia absoluto». Se nota.
Para cerrar esta breve reseña, copiaré el poema que antes cité. Al copiarlo, aunque no sea a mano y con bolígrafo, según costumbre, estará uno todavía más cerca de comprender la verdadera dimensión de este poeta tan claro como profundo.
ELOGIO DE LA MUJER (Prov 31, 14)
El corazón de la mujer es alto
Pero no sólo por eso la mujer oscila
Ella es como el navío mercante
Que llega cargado de grano
La mujer es el telar dentro de la vida
No sólo por eso la mujer es más que la vida
Ella es como el navío mercante
Que llega cargado de grano