20.6.16

Memoria de Antón Castro

El narrador y poeta gallego afincado en Zaragoza Antón Castro, cosecha del 59, Premio Nacional de Periodismo Cultural en 2013, que a ratos ejerce también de dramaturgo, publica en las Prensas Universitarias de la citada ciudad El musgo del bosque. Si no fuera por lo manido del término, y por el uso abusivo que se hace del mismo, diría que se trata de un puñado de poemas entrañables, muy cercanos en su tono a lo que podríamos denominar prosa memorialística. Insisto, no me gusta la palabra, pero, por usar, segundo error, una frase hecha del momento, es lo que hay. Castro habla en la nota final, "Epílogo y dedicatorias", de "un poemario de homenajes, de evocaciones, un viaje a través de la memoria que hace calas en situaciones, escenas, ámbitos y personajes..." Situaciones y evocaciones como la entrega de su primer premio en el Madrid de 1976 (donde conoce a García Pavón, el de Plinio), una tertulia con Torrente Ballester y Fernanda en Castroforte, tres citas con José Hierro y un encuentro con Celaya y Amparitxu ("ser poeta es un destino") o, por fin, con los libros de Rodoreda, de donde sale Aloma, el nombre de una de sus hijas. Situaciones y evocaciones que se vuelven, claro está, homenajes. A los aludidos y a otros: Pascual Blanco (un grabador), Rembrandt (o la pintura), Leopoldo Pomès (y otra pasión: la fotografía), Rosalía de Castro, Amancio Prada, José Antonio Labordeta (que canta en el Maestrazgo)... Entre medias, el amor (razón de vida), la radio (y su padre), el cine (el oscuro paraíso del Real), un viaje a Moscú... Y el 11-M. 
Más preocupado por lo que cuenta que por cómo lo hace, sin que eso signifique demérito o descuido, Antón Castro logra despertar en el lector sentimientos muy humanos. El de la amistad, sobre todo. Basta leer esa extensa retahíla de nombres que se amontonan en la mencionada nota, dedicatarios de un juego de espejos que tiene su fundamento en estos poemas que rescatan del olvido o de la desmemoria escenas de su vida, lecturas importantes, momentos decisivos como ese viaje de ida y vuelta, casi inmediata, de Zaragoza a La Coruña y viceversa. "Cada beso perfecto aparta el tiempo", escribe, aunque uno, al transcribirlo, puso verso donde no debía.