"Ejercí la docencia no sin ganas, aunque es un oficio que cansa y desgasta. Llegas a la jubilación, si es que llegas, peor que baldado y ni Dios te lo agradece. A lo sumo, ves, pasados los años, a un expupilo por la calle, apenas reconocible de estatura y de facciones, y te saluda sonriente. Algo es algo.
Venían
padres y, sobre todo, madres al aula en las horas estipuladas para que
el profesor los pusiera al corriente del rendimiento y conducta de los
alumnos. En mi caso, ninguno volvía sobre sus pasos sin al menos un
elogio a la criatura, aunque la tal fuera un humanoide merecedor de
grillos y mazmorra no contemplados en las directrices pedagógicas. Si
tienes medio gramo de corazón y otro medio de cordura, ¿qué vas a hacer?
No puedes mandar a la gente a su casa marcada con el látigo de la
verdad. Había historias tristes, por descontado cotidianas. La escuela
es un espejo de la vida. Esto supongo que ha sido dicho cientos de veces
con escasas variantes enunciativas. En la escuela uno ve de todo, se
entera de todo.
(...)
En
los cursos de educación primaria el panorama humano era distinto. Allí
aún se practicaba con fruición la ceguera. No escaseaban los padres
abrigantes de ilusiones desmedidas, convencidos de haber traído al mundo
un genio. Y alguno que otro, con achaque de afianzar la convicción,
añadía: "Este ha salido a mí". Tocaba la niña con la flauta dos compases
seguidos de Noche de paz y ya era Mozart. Multiplicaba el niño
de corrido la tabla del seis y ya estaba en disposición de fotografiarse
con la lengua fuera a la manera de Einstein. El propio Picasso se
habría retorcido de envidia a la vista de los logros pictóricos de aquel
enjambre de chiquillos". Fernando Aramburu, "¿Qué es un genio?".
El Mundo.
Los alumnos pasan, los hijos permanecen.
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No aprende quien puede, sino quien quiere.
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Hay alumnos que ni merecemos ni nos merecen.