3.7.18

Sarah Holland-Batt en EC


Los peligros/The Hazards
Sarah Holland-Batt
Traducción de Gabriel Ventura
Vaso Roto, Madrid, 2018. 115 páginas

Apabulla el currículum de la joven poeta australiana Sarah Holland-Batt (Southport, Queensland, 1982). Creció entre su país y Estados Unidos y ha vivido en Italia y Japón. Posee un título en Literatura, un MPhil en Inglés y un Máster en Filosofía por la Universidad de Queensland, además de un MFA en Poesía de la Universidad de Nueva York, donde disfrutó de una Beca Fulbright. Ha recibido otras: la MacDowell Colony, la Chateau de Lavigny, la Hawthornden, una de viaje Marten Bequest, así como las residencias de literatura Asialink y del Consejo de Australia en el BR Whiting Studio en Roma. Actualmente es profesora de Escritura Creativa en Queensland 
Tras su extraordinario debut con Aria (2008), Los peligros (2015) ganó el Prime Minister's Literary Award. Este libro nos presenta en España (gracias a una ejemplar traducción que ha debido resultar costosa) una poesía lejana en todos los sentidos, apenas representada aquí por la de Les Murray (Lumen, 2000).
Desde el primer verso del primer poema (“Siempre he amado la vida traslúcida”), el lector observa la capacidad imaginativa de Holland-Batt (pues lo inimaginable / como quiera ocurre”) y, lo que es más importante, la fuerza plástica de su lenguaje. “Mis poemas son actos de pensamiento”, ha dicho. “Para mí, escribir poesía es un proceso totalmente consciente y mis intenciones son bastante transparentes para mí”. También para quienes se acercan a estos versos elegantes y suntuosos que se deslizan con aparente facilidad, con fluidez, ante los ojos sorprendidos de quien lee.
El cosmopolitismo, una de sus señas de identidad, que va de lo local a lo universal (“Botany”), está respaldado por sus poemas. Los de una incansable viajera que se mueve entre la atención y la perplejidad. Desde el “perfecto” pasado (irlandés o australiano). Sin descartar lo histórico y hasta lo épico de los primeros asentamientos. Desde la infancia y la familia (padre, abuelos), que se detiene en el “verano eterno” de “La casa de las orquídeas”. Bajo una lluvia “oblicua”, como la de Pessoa. A veces estos extensos poemas son tan abigarrados y espesos como la exuberante vegetación tropical que describen (“el garabato púrpura de la buganvilla”). Flores, plantas, árboles que nombra minuciosamente. Del mismo modo que los animales, omnipresentes, como realidad y como metáfora, a lo largo de la obra. Aunque ella se declara admiradora de Bishop y Glück (se celebra esa sabia elección), en esta suerte de bestiario (léase la segunda parte) ve uno la mano de Moore. Guacamayos, anguilas, periquitos, zarigüeyas, hormigas, gatos, cangrejos, buitres…
Alguien ha mencionado la palabra “psicogeografía” y, en efecto, el paisaje (“Guisantes del desierto”) y la visión interior se entremezclan para expresar pensamientos y sentimientos. Lugares de su tierra natal, ya se dijo, de América (Norte y Central: California, Costa Rica, La Habana, etc.) y de Europa (a la que dedica la tercera parte) donde sitúa sus experiencias: Berlín, Ravello, Roma (“Hoy quiero mirar y no ser”), Orvieto, etc. Aunque no lo parezca, amorosas casi siempre: “Tenemos tan poco tiempo. Deberíamos amar”. “Amor, amor, como una canción olvidada…” Sin perder por ello el tono elegíaco y melancólico. “No termina la pena, nunca”. Ni la muerte.
Su poesía es inteligente y culta sin ambages. No poca, ecfrástica: sobre obras de Goya (y su perro), Ingres, Hammershøi (“por encima de todo / el amor por la luz”, que “nos sobrevive”), Vermeer, Freud (“ha sobrevivido al sexo”), Hopper, Matisse (en Collioure)... No, “No terminan las imágenes”, como titula uno de los mejores poemas del conjunto. Y musical: Bach, Shumann, Brahms, Scarlatti… Está, además, con sutileza, llena de literatura: Eliot (“Primavera: las Gracias”), Lowell (“La invención del éter”), Olds y Simic (la primera, profesora suya en Nueva York, a los que agradece la lectura de sus poemas inéditos)…
En la última parte, Holland-Batt torna aún más intimista (no es en vano ese guiño a Cal Lowell) y cierra magistralmente su libro con el poema que le da título.

Nota: Esta reseña apareció el pasado viernes 29 de junio en El Cultural