27.6.18

Lecturas de final de curso

Cualquiera que se haya dedicado a la enseñanza sabe perfectamente que los finales de curso son siempre tensos. Al cansancio de los alumnos se suma el de los docentes y a estos se les acumulan mil  y una tareas burocráticas que logran crispar sus ya frágiles nervios. Eso por no hablar del típico conflicto de última hora, ya sea provocado por alumnos o progenitores, incluso por tal maestro o profesor, para que nadie diga que echo balones fuera. Ya que lo menciono, supongo que a los aficionados al fútbol les habrán aliviado este estresante colofón educativo los partidos del Mundial. A los que no lo somos (pedimos disculpas por ello), la lectura (si eres lector, claro) nos resulta un antídoto perfecto contra la mencionada crispación. Como uno ya es mayor y no está obligado, en este terreno, a satisfacer otro gusto que el propio, confesaré que me han ayudado estas últimas semanas un puñado de libros que comulgan con mis intereses lectores. Sólo unos pocos, advierto, de entre los que he tenido ocasión de disfrutar estos últimos meses. No dejo de agradecer la generosidad de cuantos me envían sus libros. Empiezo por gente de mi edad, como Felipe Benítez Reyes (al que saco un año) o Luis Alberto de Cuenca (que me saca nueve, aunque no lo parezca). 

Del primero he leído Ya la sombra, un libro de tono grave, que diría nuestro añorado Miguel García Posada, sin que ello signifique solemne (eso nunca), siquiera sea porque la vida al filo de los sesenta... No es el de Rota un poeta irregular ni cambiante, por eso los que vuelvan sobre esta última entrega lo reconocerán pronto. A mi manera de leer, esta es una de sus mejores obras. Por genuina, añado. Y por honda. Léase "Ciclos" o "La materia invisible", por ejemplo, o "El lector adolescente". Por lo demás, conviene destacar la ilustración de la cubierta, un precioso collage del autor de Sombras particulares.

Del segundo he devorado Bloc de otoño (como el anterior, en Visor, aunque éste en la colección Palabra de Honor), un libro que reúne poemas de 2013 a 2017. No le he hecho caso y lo he leído en riguroso orden de aparición, que es como uno lee siempre los libros. Como han dicho otros lectores y críticos es verdad que algunos poemas puede que sobren, pero a uno le da igual porque en todos ha encontrado un hallazgo, un guiño, una lección, un sentimiento o, en fin, algo que lo justifique sobre la página. Algunos son memorables y formarán parte de esa antología esencial que el futuro deparará al poeta madrileño, con permiso o no de los políticamente correctos. Eso sí, el florilegio será, como este volumen, bastante grueso. Tiempo al tiempo. 

A Arturo Tendero, otro cincuentón (le saco dos años), ya lo había leído. Para uno siempre será el de la revista La siesta del lobo, el defensor de César Simón, al que dedica un emotivo poema en su último libro, El otro ser (La Isla de Siltolá). Un libro que, por cierto, me ha encantado. Sin ningún pudor lo afirmo. Es un libro logrado, personal, directo, estupendamente escrito y con un ritmo que se cuelga del oído del lector de principio a fin. No creo que a nuestra avanzada edad, insisto, se puede escribir de otra manera ni decir cosas diferentes a las que, con gran sentido de la medida, dice Tendero, uno de los excelentes poetas albaceteños de ahora. Chapeau!

De Enrique Zumalabe Ramblado (onubense del 77 y, como uno, maestro) ya habíamos hablado también aquí. Repite editorial y nos entrega La lluvia o mañana, que no está tampoco nada mal. Vamos, que está muy bien. La suya es también una poesía de línea clara, sin prescindibles oscuridades, vagarosas experimentaciones e innecesarias alharacas. Habla de lo que le pasa a él, que viene a ser, cuando el poeta acierta, lo que nos pasa a todos. El toque portugués (más que la visita a ciudades como Oporto) le añade un plus de credibilidad lírica, algo en lo que coincide con los demás poetas reunidos en esta entrada: que son buenos lectores y que de sus lecturas trasvasan no poco a sus poemas. Léase "No soy Borges" o "Con la venia de Horacio". A este hombre de apellidos complicados ya no lo pierdo de vista. A la segunda... 

Tampoco me ha decepcionado Tacha, de Francisco José Martínez Morán (¡uf!), que aparece en Renacimiento gracias, supongo, al buen olfato de Abelardo Linares o de su hija Christina, no sé. Aquí la máxima virtud está en la mínima expresión. Quiero decir que borda los poemas breves, que no es tan fácil. Poemas que a pesar de su concisión, o tal vez por eso, resultan contundentes y acerados, como un buen golpe de boxeo. Léase "Sobre aquel páramo". Versos sin contemplaciones donde abundan también las lecturas y los homenajes a clásicos, sobre todo, algo que siempre se agradece. A modo de ejemplo: "Farai un vers de dreit nien" por donde surgen Guillermo de Aquitania y... Luis Alberto de Cuenca. Ejemplar. 

Dejo para el final, pero sin intención (me temo que en estos tiempos estas explicaciones, ay, son necesarias), Las variaciones insensibles (A la sombra de los días, de Ibañez y Salcines editores), obra de la santanderina Elda Lavín, editora de La Mirada Creadora, y sólo porque el tono es diferente y la poética menos realista, digamos, que la de los libros anteriores. Eso con ser los suyos poemas apegados a la vida. Y al amor, que viene a ser lo mismo. La diferencia la marca acaso una propensión más reflexiva o hasta, digamos, metafísica. Unos poemas para leer con atención y releer de nuevo (lo que exige, por otra parte, cualquiera que se precie). Versos sutiles donde prima un lenguaje que no deja ningún resquicio a la prisa o al descuido. Permanezcan atentos.