No soy
editor ni librero ni tengo acceso a los datos contables que justifican la venta
de libros de poesía en España; eso sí, debido a mi condición de lector y de crítico,
recibo cada día en casa los suficientes como para afirmar que la lírica patria
goza de buena salud. Óptima, si tenemos en cuenta, además de la cantidad, la
calidad. Un puñado siquiera de esos volúmenes da fe, cada poco, de lo que
afirmo. No proceden, lo confieso, de las colecciones que han impulsado eso que
venimos denominando “parapoesía” o “poesía pop tardoadolescente”. Si nos
refiriéramos a ese fenómeno juvenil, las cifras (o eso dicen) nos nublarían el
entendimiento. Pero es que uno, de edad provecta, ni lo considera en rigor
poesía (aunque entre esos versos la haya, qué duda cabe) ni olvida que las
modas son, por definición, pasajeras. Ya he visto evaporarse algunas. Me gusta la
dedicatoria de Juan Ramón: “a la inmensa minoría”. Octavio Paz, tras precisar
que “Toda reflexión sobre la poesía debería comenzar, o terminar, con esta
pregunta: ¿cuántos y quiénes leen libros de poemas?”, escribió con la
lucidez que lo caracterizó: “El sustantivo minoría reduce el número de lectores a los happy-few de Stendhal, pero el
adjetivo inmensa lo amplía
bruscamente: los pocos son muchos. Tantos que son incontables, como todo lo que
es inmenso. Jiménez opone a la mayoría contable una minoría inconmensurable”.
Por mi parte, estoy convencido de que la verdadera poesía,
la única digna de tal nombre, exige del lector paciencia, lentitud,
concentración, silencio y alguna cosa más que casa mal con esta época de la
prisa y la insustancialidad. Y de la redes sociales e Internet; esto es, del
postureo.
Los libros que llegan, estilizados y portátiles, hermosos y muy
cuidados casi siempre, proceden de editoriales veteranas, dignas de elogio, y
de otras nuevas y hasta incipientes, que merecen la atención y el respeto
debidos.
Siendo uno por naturaleza pesimista, baso mi optimismo en la
excelencia, que no cesa, y en otros detalles. Por ejemplo el de la presencia
incuestionable de la mujer en el proceso, tanto de la escritura como de la
lectura (y aun de la edición y la crítica). Que ellas leen más es ya un lugar
común. Que escriben estupendamente, otra evidencia. Sus libros aportan frescura,
puntos de vista distintos, y por ende completan un panorama que no siempre los
tuvo en cuenta; aunque en esto sea mucho menos radical que algunas, tal vez
porque nunca he dejado de leerlas.
La incesante creación de clubes de lectura (donde el papel
de la mujer resulta clave) es otra razón de certidumbre. Y no sólo en
bibliotecas, también en librerías, como el que coordina Jordi Doce en la Rafael
Alberti de Madrid, sólo de poesía.
Que, en fin, en este país se lee cada vez más y mejor lo
reflejan a las claras las encuestas. No, la poesía no pasa. Su necesidad
resiste la prueba de los siglos. Un adolescente toma ahora un papel y escribe.
Nota: Este breve texto aparece esta semana en la sección DarDos de El Cultural, junto a otro del poeta y editor Abelardo Linares, con motivo del Día Mundial de la Poesía y bajo el rótulo "¿Un nuevo esplendor para la poesía?". Ya se ve que el confinamiento no puede con ella.
La fotografía es de la sección de poesía de la librería parisina Shakespeare and Company y está tomada del blog Cuatro ojos con rímel.