4.4.20

La poesía de Elena Garro

La Moderna es una editorial joven pero con ideas estupendas, como la de reunir los ensayos ferlosianos de Gonzalo Hidalgo Bayal o la de publicar Cristales de tiempo, los poemas, inéditos hasta ahora en España, de la mexicana Elena Garro (Puebla, 1916-Cuernavaca, 1998). La primera edición de este libro es de enero de 2016 (Universidad Autónoma de Nuevo León, México). Esta aparece datada en Albuquerque, New Mexico, en septiembre de 2018. Hay incluso una segunda edición de 2016 también, el año del primer centenario de su nacimiento. 
Elena Garro está de moda, como otras escritoras preteridas (o eso parece) cuando lo del Boom. Su novela más conocida es Los recuerdos del porvenir, un título precioso. Aunque para novela, sin duda, la de su propia vida. Fue la primera mujer de Octavio Paz, al que, como a tantos, se pretende ahora criminalizar, cabe que injustamente. Aunque no es mi intención entrar en disputas matrimoniales (sólo faltaba) o de género (ni en las literarias tampoco), los testimonios, tanto de ella como de su hija Helena Paz Garro, son demoledores. Dicen que se opuso siempre a que escribiera y publicara. Los poemas sobre ese asunto están agrupados en la sección "Horror y angustia en la celda del matrimonio" (evito comentar el rótulo), por más que en otras también haya versos con veladas o explícitas alusiones a lo mismo. En "O." (de Octavio) leemos: "Todo el año es invierno junto a ti". Impresiona "Mi cabeza cuarteada". Lo relatado en la nota sobre el extenso poema "Vamos unidas" (donde interviene La Tortuga, esto es, la madre de Tavito) roza lo patológico. Las acusaciones, en todo caso, son gravísimas.
Pero no todo empieza y termina en el Nobel mexicano (al que a uno le cuesta imaginarse así). "El amor loco de mi vida" fue para ella otro escritor, el argentino Adolfo Bioy Casares. Un amor, conviene precisar, platónico. Epistolar. Otra parte del libro está dedicada a recoger los poemas que le dedicó. Algunos muy logrados, como "El solitario", Viaje", "Las fechas", "El extranjero" (uno de los mejores del conjunto), "El muro" o "A A.B.C.", fechado en Tokio en 1952. Sí, primero con Paz y luego en un intermitente y humillante exilio con su hija (España, París), Garro viajó mucho. También fue perseguida en su país por motivos políticos.
No he dicho aún que los versos aquí reunidos permanecieron durante años guardados en bolsas de plásticos y que más de un original se arruinó por culpa de los orines de los gatos que Garro tenía en sus casas (como Lola, a la que dedica un poema). Sí, más allá de esas vicisitudes vitales (a Garro le persiguió y le persigue el baldón de "loca"), lo que de verdad importa es que sus poemas hayan visto por fin la luz, que resulten asequibles al lector y estén editados de forma impecable por Patricia Rosas Lopátegui, su biógrafa, que firma el amplio estudio preliminar y las notas. Nadie, a buen seguro, mejor.
Autora teatral de éxito y narradora, la obra de Garro está dominada, digamos, por un impulso poético. De origen romántico, matiza la editora. "Es hija del Romanticismo alemán", afirma. Y de sus precursores, los griegos.
Todos sus poemas están fechados y se agrupan, ya se dijo, en secciones. En cinco. A las ya citadas, habría que añadir la de la infancia y el exilio, al que va con su hija (capital en su vida: "Ella es mi espejo, / yo soy su espejo / y no existe nada más"), que protagoniza otra de las partes y de la que se publican al final tres poemas dedicados a su madre.
Rosas Lopátegui distingue en su obra dos periodos: el primero correspondería a las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta, cuando vive en París, Japón y México. El segundo, a las décadas de los setenta, ochenta y noventa, los años en España y en París de nuevo y, por fin, en México, donde murió.
Su poesía es autobiográfica, directa, a veces mero desahogo. La niñez (léase "Días de aprendizaje", donde escribe: "Entonces aprendí la muerte") y los sueños son temas centrales.
Curioso me ha parecido el poema "Corrido a la Revista Mexicana (Se lo hice para la fiesta en la casa)" donde nombra a la flor y nata de la intelectualidad mexicana de la época: Fuentes, Arreola, Rulfo...
Garro escribió: "Me acuso de darme demasiada importancia / y de amarme sobre todas las cosas".
No es Rosario Castellanos, con quien se la compara, pero es poeta, algo que se apreciaría mejor en una selecta antología. En esta poesía reunida, insisto, puede que algunos poemas nublen logros evidentes.
Unos y otros han cobrado un protagonismo que se les negó y que acaso merecen. El tiempo, ese juez implacable, se ha empeñado por fin en otorgarles una oportunidad que parecía perdida. Ahora nos toca a nosotros, los lectores, salvarlos o no del olvido. Uno sigue en ello. No me canso. Merecen la pena. En más de un sentido.

En la fotografía, Bioy Casares, Elena Garro, Octavio Paz y su hija Helena.