5.5.20

Una novela de Fernando Sanmartín

Sanmartín nació en Zaragoza en 1959. No es nuevo en este rincón. Ni en el oficio de narrar. Un narrador, diría, de amplio espectro. De libros como Apuntes de París, La infancia y sus cómplicesViajes y novelerías y Te veo triste, su primera novela hasta ahora. Es además, o sobre todo, poeta pues la poesía atraviesa toda su obra. Al fin y al cabo toda ella está muy por encima de los géneros, en sentido estricto. Con todo, ahí están El llanto de los boxeadores, El peligro de los círculos o, en fin, la plaquette Invasión de Irak. Me gustan especialmente sus dietarios: Los ojos del domadorHacia la tormenta y Heridas causadas por tres rinocerontes (de los dos primeros ya hablé aquí). 
Me gusta destacar que dirige con tino la colección de poesía La Gruta de las palabras, de Prensas de la Universidad de Zaragoza. Es, y termino la presentación, colaborador del suplemento Artes&Letras de Heraldo de Aragón.
Hablaba de su primera novela y Xordica, su editorial por antonomasia, le publica estos días de confinamiento la segunda, Os contaré la verdad
Es breve, como casi todos los libros de FS. Esa es su distancia. La tiene perfectamente calculada. La trama, que no es lo que más importa, es leve también. No estamos, por suerte, ante una novela al uso, comercial y para el público, de esas que uno no lee.
Thérèse, galerista, una parisina nieta de un exiliado español e hija de un afamado actor y de la dueña de una agencia inmobiliaria, está enamorada de dos hombres: François, arquitecto, y Jean, abogado. Vive, se podría decir, en una encrucijada. Lucha por su pequeña verdad. En medio, ya suponen, pasan otras cosas que no conviene desvelar. No en vano, leemos, "vivimos entre arenas movedizas".
Lo que sí importa aquí es el lenguaje, de una transparencia misteriosa. Claro, preciso. El lector se desliza por las páginas como quien se pasea por París, la ciudad donde se desarrolla la historia (en concreto, por el barrio del Marais). Con idéntica tranquilidad. Pasmado por la belleza que se encuentra a cada paso. Eso sí, cosmopolita (como su autor), la novela viaja hasta otras ciudades. Venecia, por ejemplo.
Ah, me encanta cómo usa el "porque...". Qué bien resuelve, y con qué originalidad (muchas veces poética), el sentido de tal o cual enunciado. 
Abundan, por lo demás, las referencias culturales. Del arte en general: la pintura, la fotografía, la arquitectura, la música, el cine, la literatura...  Barceló, Modiano (el tono modianesco es sustancial aquí: "las listas definen a quienes las hacen", deja caer en la página 118), Torga ("envejecer no es para cobardes"), Palladio, Brassaï, Simmons y Peck en Horizontes de grandeza (un peliculón que he vuelto a ver durante el encierro), Eliot, Argullol...
Sanmartín es un hombre culto, no cabe duda, aunque su prosa no sea ni pedante ni culturalista. La naturalidad manda, por más que en él esa naturalidad esté ligada, como digo, al mundo de la cultura. 
He subrayado mientras leía no pocas frases que son en realidad versos o aforismos; hallazgos o iluminaciones, en todo caso. Así, "La vida es repetir lo que hacemos", "la melancolía es una maleza", "la timidez es un misterio que termina desvelándose", "un poema es hacer visible un sentimiento", "La verdad nunca provoca indiferencia, pero puede causar miedo" (que serviría de lema a esta nouvelle), "El tiempo, ese anciano inmortal",  "escribir es siempre un autorretrato cuando no hay ficción en las palabras", "La soledad es un reencuentro con la conciencia", "La imaginación es un ejercicio compasivo para afrontar lo cotidiano", "La pasión y el amor son antídotos contra la muerte", "La conciencia es un estanque sobre el que arrojamos piedras al atardecer", "Conducir, en algunos momentos, es un estado de ánimo"...
Uno, que lee narrativa con cierta dificultad, temía, a medida que avanzaba, que Os contaré la verdad se terminara. Sanmartín, lo tengo más que comprobado, nunca defrauda. No al menos a este lector que abre sus libros con la avidez y el entusiasmo del que se sabe ante un nuevo y feliz descubrimiento.