Escribo hacia el pasado porque olvido
Si elaborásemos una especie de biografía del diario en función
de lo que va suponiendo en cada etapa de nuestras vidas, diríamos que
comenzamos refugiándonos en él con el cosquilleo efervescente del secreto,que más
adelante se convierte en desahogo, cómplice de un intenso sentirse
incomprendido, para luego acoger nuestra mirada imponente, nuestra
personalísima y agudísima forma de contemplar el mundo e irse transformando,
sucesivamente, en instrumento para conocernos a nosotros mismos, en arma de
lucha contra el tiempo, contra el paso inclemente de las horas, en depósito de
incertidumbres, de desencanto, de esa creciente sensación de que el mundo es
otro y se nos escapa y, por último, en reflexión serena, o tal vez desesperada,
en torno a la muerte, modalidades que, bien pensado, no tienen por qué
sucederse en ese orden, que pueden barajarse a partir de un determinado
momento, dependiendo de vaivenes y sobresaltos personales, y que tampoco tienen
por qué llegar siquiera a concretarse, pues hay quien se instala para los
restos en el travieso secreteo infantil o, lo que es peor, en una soberbia
escritura adolescente que, por fortuna, en la mayor parte de los casos el
anonimato nos ahorra, pues el destinatario ese tipo de diarios personales no es
más que ese otro yo incierto que cada uno hemos de llegar a ser en el futuro o,
en todo caso, un no menos presunto descendiente que pueda descubrir algún día
esas notas con asombro.
Otra cosa es el diario literario, como este del que quiero
hablares hoy, Porque olvido, de Álvaro Valverde, publicado en la colección “Perspectivas” de la Editora
Regional de Extremadura, un tipo de diario que, aun compartiendo con el otro,
el personal y apenas transferible, temas, asuntos o preocupaciones, se sabe
desde el principio destinado a lectores menos hipotéticos, y respecto del que
el poeta, ensayista y traductor Antonio Rivero Taravillo ha afirmado no hace
mucho (la cita la rescato de otro diario estupendo del que les hablaré más
adelante) que “un diario que se publica no está hecho para mostrar la vida
privada de su autor, sino las intimidades del lector”, lo que haría de esos
lectores usuarios de los
diarios en el sentido en que Ferlosio considera a los lectores de poesía
usuarios, usufructuarios de los versos.
Algo de eso debe de haber, la necesidad de reconocernos en la
intimidad de otros para entendernos un poco más a nosotros mismos,
contemplándonos –aprovechando el título de otro libro de Álvaro– a debida distancia, pero me temo que
lo que primero nos atrae de diarios, como Porque olvido, de escritores sea
lo que Gonzalo Hidalgo Bayal denomina el suplemento de autor, esa serie de
elementos biográficos o personales que en teoría nos ayudan a comprender mejor
su obra, como si una obra, para ser comprendida, precisase de ese andamiaje
externo, como si una obra, en último extremo, necesitase ser del todo
comprendida. En este sentido, Porque olvido contiene multitud de ingredientes que explicarían la
poesía de Álvaro Valverde, la timidez, el deseo de intimidad, la actitud
reflexiva, la atención a la naturaleza en paseos largos y cortos y en viajes
relámpago en coche que parecen etapas del París-Dakar o –por enumerar algunos–
la conciencia del paso del tiempo y de la pérdida, que tanto peso tiene en este
libro, que comienza y termina con dos muertes demasiado tempranas, las de los
editores Fernando Pérez en 2005 y Julián Rodríguez en 2019 y con hitos al medio
tan dolorosos también para el poeta y para la cultura extremeña como las de
Ángel Campos o José Miguel Santiago Castelo, amén de otras muchas de
familiares, vecinos o amigos escritores a los que llora en sus textos e intenta
rescatar del olvido.
Pero en el libro también hay hueco para agudezas infantiles que
sorprenden al maestro que Álvaro Valverde vuelve a ser tras su paso por la
Editora Regional de Extremadura, y abundan el compromiso político –en el más
amplio sentido del término, que se pone de manifiesto como reacción a una
noticia, a unas declaraciones o a bochornosas resoluciones u ominosos silencios
administrativos– o el certero, a veces demoledor, retrato sociológico, el del
paisanaje interior de una ciudad levítica y amurallada como la nuestra o el de
la flora y la fauna que pueblan el paisaje literario y que el autor retrata en
actos, premios o presentaciones, muchas veces con aguda ironía, pero a menudo
también con afecto, intentando recomponer, en el cruce de conversaciones,
cartas, mensajes o lecturas mutuas, la callada hermandad de lo que él llama a
veces letraheridos, de esos individuos
vulnerables y solitarios cuya razón última de ser es la palabra.
Como se apuntó en la presentación virtual que hace varias
semanas se llevó a cabo de este libro –que es fruto de “Solvitur ambulando”, el
blog que el autor mantiene en la dirección web mayora.blogspot.com desde hace quince años–, faltan en él el Álvaro más
polémico y también el crítico literario, pero yo diría que no es del todo
cierto, porque, como ya he apuntado, no son raros los pasajes en que asoma el
Álvaro que no se conforma, el que no se calla, el que –como en algún momento ha
dicho el poeta José María Cumbreño– no se esconde, y porque también hay
referencias a su labor crítica, cuyo fin último es compartir el placer de la
lectura, el descubrimiento feliz de obras que merecen la pena. Además, yo diría
que no hace falta, y que esos otros pasajes pertenecen, más bien, a otros dos
posibles libros, un libro de memorias, quizá, en el primer caso, y un volumen
de crítica literaria en el segundo, hipotéticos proyectos que requeriría antes,
como ha sucedido con Porque olvido, de una labor previa de expurgo y selección, para escoger
materiales no perecederos y que encajen en la secreta armazón que hace que, al
final, un libro sea un libro, que no sé si es algo más, pero sí algo diferente
de ese cajón de sastre –que no desastre– que son –o eran, pues la tecnología avanza tan deprisa que hay
cosas que uno tiene presentes que quizá pertenecen ya al pasado– las en algún
tiempo llamadas bitácoras.
Para terminar, considero el título de estos diarios, rescatado
un poema de Territorio, el primer libro del autor, enormemente acertado, pues no solo
cifra, en buena medida, la razón de ser de su escritura –“escribo hacia el
pasado porque olvido”, decía aquel famoso verso–, sino de la propia escritura,
de toda escritura, la razón que la hizo necesaria, el hecho de que olvidamos,
de que las palabras, dichas, se las lleva el viento, de que solo scripta manent, y porque uno
tiene la impresión de que los libros, a pesar de tanto avance tecnológico, tan
solo impressi manent –que me
disculpen el latinajo macarrónico–, me parece que es digno de celebrar que
estas prosas, que tanto tiempo llevan dando vueltas por las redes y que
constituyen una parte no menor de un sólido y valioso edificio literario, sean
por fin llevadas, y tan bien llevadas, al papel.
Ahora solo les queda a ustedes disfrutarlas.
Publicado en PlanVE. 25 de junio de 2020.