Juan
Bonilla
Renacimiento,
Sevilla, 2021. 136 páginas.
Juan Bonilla (Xerez, 1966) es uno de los pocos escritores que
compagina distintos géneros literarios con semejante brillantez. Lo mismo escribe,
y con qué solvencia, un relato que un poema, un ensayo que una novela. Si algo
define al polifacético autor es, sin duda, su talento. En poesía lo ha
demostrado con Partes de guerra, El belvedere, Buzón vacío, Cháchara, Poemas pequeñoburgueses y Hecho en falta, su poesía reunida hasta
2014.
El título de esta nueva entrega procede de la Física y se refiere a ciertas partículas que, en los agujeros negros, “escapan –de uno– y dan lugar a nuevas radiaciones al encontrarse con materia cercana –es decir: los otros–, una preciosa definición de poesía”.
El libro no podía empezar mejor: con el extenso relato real “Aquí”, ocho páginas en prosa donde traza el “mapa de mi vida”. Dos cartografías domiciliarias: los aquí “felices” y los “desgraciados”. En Jerez, Barcelona, Cádiz, Sevilla, Madrid, Nueva York, La Habana, Benarés, Roma, San Petersburgo, San José de Costa Rica y el Aljarafe, su “aquí” de ahora. Y ya ahí, la autobiografía, el humor, la ironía, la intertextualidad (guiños de experto lector), los viajes y el nomadeo, la naturalidad y el desenfado (con fondo melancólico) que logra mediante un lenguaje cercano y coloquial, nunca simple (hay destacables destellos de creatividad en el vocabulario y la sintaxis), que nunca le hace ascos a los antiguos (“Soy un fue, un no será, un ex cansado”). Donde no falta la métrica, la rima y las estrofas. Todo sin un deje de ranciedad, sino más bien lo contrario, pues sólo lo clásico no pasa de moda.
Y entre broma y broma, la sentencia, la epifanía, el aforismo: “Ser es tan raro como ya haber sido”. La verdad, que siempre se abre paso (léase “Filosofía”). Al hablar, por ejemplo, de la infancia (como centro, su madre, y es que Bonilla no ha perdido todavía al niño que fue) y la adolescencia (“Envejecemos / a gran velocidad en horas lentas”).
La mencionada ironía aflora cada poco como contrapeso. En “Agradecimiento”, que empieza: “Muchas gracias a tantos días de mierda / en los que nada sale a conveniencia”.
La identidad es otro asunto: “estoy lleno de gente / soy tantos que no sé quién ya no soy”. Léase “El alma fuera”. Y el paso del tiempo: “este esfuerzo diario / de encontrar la gracia/ a estar aquí”. Porque “ha sido un día más, / ya es un día menos”.
De las siete partes del libro, dedica la tercera al amor. Y al deseo. “Llevas el paraíso dentro. / Lo sé porque yo he estado”, leemos. Y: “Todo envejece menos la mirada”.
Dos llevan título: la cuarta y la quinta: la vacacional “Punta Umbría” (“la insólita extrañeza de vivir”, donde encontramos el logrado poema “Cumpleaños”) y la jugosa “Letras” (“piezas escritas con ciertas melodías latiéndome en las sienes”, una con las de un posible “himno nacional”).
La muerte es otro tema recurrente (el libro se cierra con “Epitafio”): “pregunto por quién dobla la campana: / sé que es por todo lo que no he vivido”. No faltan, eso sí, poemas gozosos como “Alegría de la tarde” y “Los poetas malditos”, a los que tan bien conoce.
Manteniendo a raya la ocurrencia, sin poder “conformarse con ser solo / poeta de su pueblo natal” (como Keats lo fue del suyo: Londres), Bonilla vuelve a sorprendernos. Aligerando lo complejo, suavizando lo grave.
El título de esta nueva entrega procede de la Física y se refiere a ciertas partículas que, en los agujeros negros, “escapan –de uno– y dan lugar a nuevas radiaciones al encontrarse con materia cercana –es decir: los otros–, una preciosa definición de poesía”.
El libro no podía empezar mejor: con el extenso relato real “Aquí”, ocho páginas en prosa donde traza el “mapa de mi vida”. Dos cartografías domiciliarias: los aquí “felices” y los “desgraciados”. En Jerez, Barcelona, Cádiz, Sevilla, Madrid, Nueva York, La Habana, Benarés, Roma, San Petersburgo, San José de Costa Rica y el Aljarafe, su “aquí” de ahora. Y ya ahí, la autobiografía, el humor, la ironía, la intertextualidad (guiños de experto lector), los viajes y el nomadeo, la naturalidad y el desenfado (con fondo melancólico) que logra mediante un lenguaje cercano y coloquial, nunca simple (hay destacables destellos de creatividad en el vocabulario y la sintaxis), que nunca le hace ascos a los antiguos (“Soy un fue, un no será, un ex cansado”). Donde no falta la métrica, la rima y las estrofas. Todo sin un deje de ranciedad, sino más bien lo contrario, pues sólo lo clásico no pasa de moda.
Y entre broma y broma, la sentencia, la epifanía, el aforismo: “Ser es tan raro como ya haber sido”. La verdad, que siempre se abre paso (léase “Filosofía”). Al hablar, por ejemplo, de la infancia (como centro, su madre, y es que Bonilla no ha perdido todavía al niño que fue) y la adolescencia (“Envejecemos / a gran velocidad en horas lentas”).
La mencionada ironía aflora cada poco como contrapeso. En “Agradecimiento”, que empieza: “Muchas gracias a tantos días de mierda / en los que nada sale a conveniencia”.
La identidad es otro asunto: “estoy lleno de gente / soy tantos que no sé quién ya no soy”. Léase “El alma fuera”. Y el paso del tiempo: “este esfuerzo diario / de encontrar la gracia/ a estar aquí”. Porque “ha sido un día más, / ya es un día menos”.
De las siete partes del libro, dedica la tercera al amor. Y al deseo. “Llevas el paraíso dentro. / Lo sé porque yo he estado”, leemos. Y: “Todo envejece menos la mirada”.
Dos llevan título: la cuarta y la quinta: la vacacional “Punta Umbría” (“la insólita extrañeza de vivir”, donde encontramos el logrado poema “Cumpleaños”) y la jugosa “Letras” (“piezas escritas con ciertas melodías latiéndome en las sienes”, una con las de un posible “himno nacional”).
La muerte es otro tema recurrente (el libro se cierra con “Epitafio”): “pregunto por quién dobla la campana: / sé que es por todo lo que no he vivido”. No faltan, eso sí, poemas gozosos como “Alegría de la tarde” y “Los poetas malditos”, a los que tan bien conoce.
Manteniendo a raya la ocurrencia, sin poder “conformarse con ser solo / poeta de su pueblo natal” (como Keats lo fue del suyo: Londres), Bonilla vuelve a sorprendernos. Aligerando lo complejo, suavizando lo grave.
NOTA: Esta reseña se ha publicado en El Cultural.